
Convencido y convincentes a medias
En las últimas semanas hemos visto cómo se reacomodan las piezas en el tablero político. Que las máscaras caigan no es en sí negativo: el sinceramiento ideológico puede fortalecer los proyectos colectivos. Pero cuando el cambio no es estrategia, sino un simple viraje oportunista de identidad, lo que se refleja es la carencia de valores.
No hablo solo de Ximena Rincón, quien con destreza ha cruzado todo el espectro político: desde los “chascones” hasta ser hoy una aliada de la derecha, con guiños a Kast en instalada en el grupo de apoyo a la Matthei. La misma que alguna vez se declaró heredera de un ideario progresista y terminó del brazo de figuras que defienden el legado de la dictadura. Ese no es tránsito ideológico, es cálculo puro.
Pero más inquietante parece el caso de Eduardo Frei Ruiz‑Tagle, hijo del gran Eduardo Frei Montalva. Subió a la presidencia gracias al peso de un apellido y al capital político de su padre.
Como figura política, su legado es débil: una gestión marcada por privatizaciones sin contrapesos, una relación sumisa con grandes empresas transnacionales y una tibieza ideológica que lo dejó como una figura intrascendente. Hoy lo vemos reaparecer públicamente invocando “valores” y “principios” para cuestionar las decisiones del Partido Demócrata Cristiano, del que ya poco queda.
¿A qué valores se refiere? ¿A los que permitieron que se apoyara sin pudor una política económica entreguista? ¿O a los que le impidieron tomar una postura clara frente al asesinato de su propio padre, cuya muerte sigue siendo una herida abierta?
Aunque su hermana Carmen Frei ha afirmado insistentemente que su padre fue asesinado por agentes de la dictadura, y que fue víctima de un magnicidio encubierto, los tribunales chilenos han descartado esta tesis por falta de pruebas concluyentes. La Corte Suprema confirmó en 2023 la absolución de todos los imputados por el caso.
Carmen Frei dio la pelea, y desde el Senado -en su momento-, impulsó la investigación, muchas veces sin el respaldo de su entorno político ni familiar. Resulta curioso que hoy Eduardo Frei, quien mostró pasividad ante uno de los hechos más graves del Chile reciente, pretenda erigirse como faro moral en medio del naufragio de su partido.
La Democracia Cristiana, fragmentada y desdibujada, hoy se reduce a un recuerdo de su pasado. Aquella colectividad que alguna vez supo ser centro articulador entre la izquierda y la derecha, hoy es solo un grupo de tendencias: chascones, guatones, tercerolas, iluminados... etiquetas que simbolizaron más bien personalismos que proyectos.
Muchos de los que hoy se escandalizan por un eventual respaldo a una candidata sin “cuoteo político”, son los mismos que arrastraron al partido a su crisis actual, y algunos como Frei Ruiz Tagle niegan el respaldo a la militante del PC, que es la abanderada de toda la centro izquierda.
Eduardo Frei representa una gran contradicción: se aferra a un discurso de “principios” pero se desmarca cuando estos exigen coherencia. Cuando fue presidente despreciaba al empresario ecologista Douglas Tompkins, quizás sin saber que al morir donaría miles de hectáreas para la conservación ambiental, un gesto profundamente valórico.
Sobre Frei, en cambio, sería interesante saber cuál -en concreto- será su legado, sabiendo que dejó pasar las oportunidades de construir uno real y si se empeñó en traer al dictador de vuelta a Chile y evitar que fuera juzgado en España, prestando ropa a un terrorista como es la figura del genocida Pinochet.
Hoy no se trata solo de memoria, sino de responsabilidad. De hacerse cargo no solo del pasado, sino del presente que se ha construido con silencios, omisiones y acomodos.