
Cuidar la democracia desde el diálogo y la acogida
En medio de una crisis de representación política y religiosa, de discursos que dividen y de la instrumentalización de lo espiritual con fines ideológicos, se hace urgente recuperar el valor del diálogo, de la acogida y de una vivencia de lo sagrado que no impone, sino que escucha. La democracia no solo se defiende en los parlamentos: se cuida desde abajo, en los barrios, las organizaciones y los espacios donde se cultivan vínculos significativos.
Por eso es tan valioso que este 12 y 13 de agosto se realice, en la ciudad de Temuco, el Congreso Internacional “Caminos de Paz: Religiones y Culturas en Diálogo”, organizado por la Universidad Católica de Temuco, la Oficina Nacional de Asuntos Religiosos y distintas entidades internacionales.
Es importante porque necesitamos más espacios donde las voces territoriales, espirituales y culturales puedan hablar por sí mismas, sin ser utilizadas como escudo por proyectos de poder que distorsionan su sentido profundo.
En tiempos donde algunas expresiones políticas recurren al lenguaje religioso para sustentar sus posiciones, se vuelve aún más necesario abrir espacios donde pueda emerger una espiritualidad distinta: una que no busca imponer ni dividir, sino acompañar, escuchar y construir.
No se trata de tomar partido en trincheras ideológicas, sino de colaborar en la reconstrucción de una sociedad que muchas veces se siente quebrada o fragmentada. La fe, en su sentido más profundo, se manifiesta en la compasión, la empatía y el respeto por la dignidad de cada persona; es desde ahí donde puede contribuir de manera significativa al diálogo democrático, al cuidado mutuo y al bien común.
Quienes vivimos la fe desde dentro sabemos quiénes son las personas que asisten a los cultos, que oran, que se acercan a las comunidades buscando consuelo, compañía o un sentido para sus vidas.
Conocemos sus rostros, sus historias, sus luchas cotidianas. Sabemos que no son cifras ni abstracciones ideológicas: son madres solas, jóvenes sin redes de apoyo, personas desempleadas, adultos mayores olvidados, migrantes que resisten el desarraigo.
Por eso duele aún más cuando se instrumentaliza lo religioso desde el poder, porque se traiciona la confianza de quienes creen con humildad, sin pretensiones y se desvirtúa una experiencia espiritual que debería ser espacio de acogida y no de imposición.
Es urgente abrir paso a otra forma de vivir la dimensión espiritual: una que no colonice la política ni repita los patrones de imposición que marcaron tantas historias de evangelización forzada. Lo que necesitamos hoy es una experiencia de fe arraigada en la realidad, que asuma con honestidad los errores del pasado y se ponga al servicio de una ciudadanía herida por la exclusión, la desigualdad y el abandono.
Las comunidades creyentes tienen mucho que aportar, no desde privilegios, sino desde la memoria crítica, la coherencia y el compromiso activo con la justicia y la reparación. No se trata de imponer doctrinas, sino de acompañar procesos, construir sentido común y generar esperanza desde el territorio.
Muchas personas miran hoy con desconfianza a las instituciones religiosas, afectadas por años de abusos, encubrimientos y desconexión. Recuperar esa confianza no será inmediato. Requiere humildad, voluntad de cambio, apertura real al diálogo y presencia concreta en las luchas cotidianas.
Las iglesias y espacios espirituales solo volverán a ser significativos si se atreven a caminar con los pueblos, no por encima de ellos. Solo así volverán a ser lugares donde lo trascendente toque la vida, y no solo conserve la estructura.
El Congreso “Caminos de Paz” representa una señal de renovación. Porque sentar a dialogar a quienes han sido históricamente divididos -religiones, pueblos originarios, saberes académicos y voces territoriales- es un gesto democrático profundo.
Un gesto que apunta a reconstruir tejido social, defender derechos fundamentales que hoy pasan desapercibidos, y volver a poner en el centro lo humano. En tiempos de desencanto, convocarnos al respeto, la diversidad y el bien común no es ingenuidad: es resistencia, es esperanza, es futuro.