
Hibris y Sofrosine: Una mirada del presente
“La cólera canta, oh diosa, del Pelida Aquiles,
maldita, que causó a los aqueos incontables dolores,
precipitó al Hades muchas vidas
de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros
y para todas las aves...”
(La Ilíada, Homero. vv. 1-5)
Así comienza la Ilíada, poema épico que inaugura la literatura occidental, compuesto por el poeta Homero, por allá en el siglo VIII a.C., el cual relata los últimos días de la guerra de Troya; guerra que duraría diez años, pero el poeta se enfoca en un período mucho más corto, aproximadamente en los últimos cincuenta y un días del conflicto.
El hilo conductor de todo el poema es la llamada "cólera de Aquiles", y las consecuencias que esta tendría en el desarrollo del conflicto entre aqueos y troyanos. Una conducta desmesurada, transgresora y excesiva del héroe, que los griegos definieron como "Hibris".
Esta "Hibris", o desmesura, también podemos entenderla como insolencia, abuso, exceso o arrebato, soberbia, orgullo, atrevimiento o arrogancia; es la personificación de la violencia, según el imaginario griego, casada con "Polemos", personificación de la guerra.
Tanto la cólera, como la Hibris, son nefastas, ya que conducen siempre a la autodestrucción del héroe, o a la destrucción de su entorno. Son propiciadoras del conflicto y el enfrentamiento bélico, terreno en que Ares, dios olímpico del combate brutal y la furia violenta, se regocija. Todo en compañía de su hermana Eris, la discordia; y de sus hijos Fobos, el miedo y Deimos, el terror, quienes someten tanto a hombres, como mujeres, a sufrir las violentas consecuencias, según nos cuenta el mismo poeta.
La contraparte de Hibris, para los griegos, es la Sofrosine, personificación de la moderación, el autocontrol, la templanza y la discreción. Es decir, el buen juicio, la prudencia y la sensatez. Todo lo contrario a lo que Hibris representa, pues la Sofrosine refiere a esa capacidad de controlar nuestros propios deseos y emociones, actuando con moderación y sabiduría, y por ello en la filosofía griega es considerada una virtud.
En la actualidad, pareciera ser que la Hibris domina la escena global, pues los conflictos bélicos suscitados en el último tiempo entre Rusia y Ucrania, junto a la violencia extrema que sacude Medio Oriente, con el gobierno de Israel sometiendo a un Estado Palestino que resiste, y donde se suma ahora también Irán, son una clara muestra de ello.
Con todo, quien mejor representa esta Hibris, esta desmesura a la cual refiero, es el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien con un orgullo arrogante y un actuar agresivo, de estilo autoritario, provocador, rústico y caprichoso, eleva desafiante la bandera de una desmesura, que nadie censura.
Al mismo tiempo, consigue contagiar a otros mandatarios del orbe como Netanyahu, Bolsonaro, Milei, etc., que siguiendo el mismo patrón, alimentan el resentimiento, la descalificación; basados en una retórica capitalista que pareciera apropiarse de los símbolos constitucionales para luego desnaturalizarlos, o destruirlos, desde el lugar que el propio poder democrático les ha otorgado.
Y bajo un supuesto patriotismo, alteran y bloquean los avances de un mundo que aspira a una convivencia civilizada, alejada del caos, amparada en derechos e igualdades, conquistados con esfuerzo, años de lucha, acuerdos y diálogo.
En estos tiempos, hablar de paz, de amor, o mejor dicho de Irene, Eros o Afrodita, pareciera ser frívolo, desacertado o iluso, pues la comunidad internacional -que tiene la responsabilidad moral y política de intervenir antes de que la situación se convierta en un caos mayor-, parece actuar con demasiada cautela, o temor, y evade la decisión de contrarrestar esta ola de agresiones con políticas y sanciones que frenen el actuar irracional y desnaturalizado. Lo que hace que nos preguntemos por momentos cuál es la función, poder y sentido real de organismos como la ONU.
Nuestro país, en un año de elecciones presidenciales, también se muestra dominado por esta Hibris que permea al mundo. El discurso de odio y violencia que algunos candidatos utilizan, es una clara evidencia de ello. Su oratoria provocadora, de desprecio por lo diferente, que valida el autoritarismo y la dictadura, en desmedro de la democracia, preocupa.
La naturalidad con que hacen a un lado las ideas, por medio de un relato que infunde miedo y terror, noticias falsas y afirmaciones que dividen e incitan al enfrentamiento, nos muestran cómo se sigue e imita el mismo patrón de la desmesura y la arrogancia violenta, sello de las nuevas extremas derechas en Chile y el mundo.
Afortunadamente, la Sofrosine, también parece tener sus representantes en esta carrera presidencial. Candidaturas de estilo más conciliador, y propuestas basadas en ideas y el deseo de mayor igualdad y más beneficios sociales, que nos permitan construir una sociedad mejor, son muestra de esa Sofrosine que sabiamente busca siempre el bien mayor.
Rogar a los dioses el restablecimiento del orden y la buena convivencia, es lo único que nos queda por ahora. Más Sofrosine y menos Hibris, es lo que claramente le hace falta al mundo.