
"El futuro se nos escapa de las manos": El fenómeno de la recompensa rezagada
A todos nos gustaría que lo bueno llegue pronto y que lo malo, si es posible, se demore. Preferimos el café ahora, no en 10 minutos; el pago hoy, no la próxima semana. Sin embargo, en la vida real lo bueno suele estar al final de un proceso largo. Ahorrar, estudiar, dejar de fumar, hacer ejercicio, son todas decisiones que funcionan igual: el esfuerzo es hoy, la recompensa viene después.
Desde la economía y la psicología este fenómeno se conoce como “recompensa rezagada”: las consecuencias positivas de nuestras decisiones llegan en el futuro, no de forma inmediata. El principal argumento es que las personas valoran más lo inmediato que lo futuro.
Estudios en neurociencia lo confirman, al mostrar cómo el cerebro refleja esta preferencia temporal al observar que ciertas regiones asociadas se activan menos cuando la recompensa se aleja del momento actual. Al parecer, la impaciencia y la impulsividad son rasgos generalizados en la población y compartidos por distintas especies.
Estudios recientes han mostrado otra posible explicación a nuestra desvalorización de los resultados futuros, al observar que basta un pequeño retraso de apenas unos segundos para que las personas se motiven menos a invertir.
No solo eso, cuando las personas reciben información que debería cambiar su elección, como una señal de que una empresa ya no es rentable, muchos no ajustan su comportamiento y siguen invirtiendo igual, como si su cerebro no hubiese registrado la nueva información. Cuando se les pregunta por qué no cambiaron su decisión, la respuesta es que no se dan cuenta de la conexión entre su inversión y los resultados cuando estos no son inmediatos.
Esto, que parece simple, nos indica algo mucho más complejo: el tiempo, además de afectar el valor de los resultados futuros, también parece romper la conexión entre nuestras decisiones y esos resultados. No solo valoramos menos lo que llega después, también lo sentimos menos nuestro. El cerebro empieza a tratar esas consecuencias como eventos desconectados, menos atribuibles a lo que hicimos. El futuro se nos vuelve difuso, poco manejable.
Esto afecta muchas decisiones clave: cotizar, comer sano, estudiar. Si una persona ahorra mes a mes, pero el monto proyectado sube o baja sin entender por qué, es fácil atribuirlo a factores externos -el mercado, el Gobierno- sin conectar su decisión con el resultado. Lo mismo pasa con el colesterol, la salud dental o el rendimiento académico.
Por eso es importante reducir la percepción psicológica del rezago. Mostrar cómo cambian las proyecciones mes a mes, dar retroalimentación inmediata, visualizar el progreso acumulado, mostrar en tiempo real cuánto se ahorra o cuánta energía se consume.
El principio es simple: no basta con que el futuro sea mejor, tiene que sentirse más cerca. En pensiones, por ejemplo, mostrar mes a mes cuánto cambia la jubilación proyectada según lo cotizado puede reforzar la conexión entre el aporte actual y el bienestar futuro.
En salud, aplicaciones que entregan indicadores inmediatos, como mejoras en el sueño o ahorro por no fumar, ayudan a visualizar beneficios que de otro modo no se verían. La conclusión parece clara: mientras no logremos que el cerebro experimente el futuro como consecuencia directa del presente, nuestras mejores decisiones seguirán esperando.