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La corrupción ¿está en el aire?
Foto: Agencia Uno

La corrupción ¿está en el aire?

Por: Guillermo Tobar Loyola | 28.07.2025
La corrupción puede ser un poder instrumental, pero nunca moral. Da una facilidad para obrar -como la astucia del corrupto o la autoridad del tirano-, pero se trata de una habilidad al servicio de fines egoístas o destructivos. No respeta la razón práctica ni la libertad bien ejercida. Es una falsa posesión, una destreza que esclaviza en lugar de liberar.

A propósito del escándalo de las licencias médicas, de las fundaciones fraudulentas, del avance del narcotráfico, de la mentira, la violencia, la manipulación y un sinfín de abusos -noticias que saltan a la vista apenas se enciende la televisión, se hojea un diario o se desbloquea el celular-, uno podría pensar que la corrupción, con sus mil rostros flota en el aire.

Y si está en el aire, pareciera menos grave, como si se tratara de un hábito aceptado. Basta caminar por las calles, subir al transporte público o conversar con otros para advertir, a veces con resignación, esa presencia difusa pero constante.

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Nada es más perjudicial para el bien común que normalizar ese “mal aire” hasta convertirlo en parte de nuestra vida. Hannah Arendt lo advirtió con lucidez: “La triste verdad es que la mayoría del mal se hace por personas que nunca decidieron ser buenas o malas”.

La corrupción es una forma desviada de poder. Su raíz latina, posse -“ser capaz de”-, ayuda a entender por qué: tanto la virtud como la corrupción otorgan cierta capacidad de actuar.

Pero mientras la virtud perfecciona a la persona al ordenar sus facultades al bien, la corrupción la degrada. Es un poder solo en apariencia, porque, aunque da eficacia -como ocurre con la codicia o el engaño-, su ejercicio contradice la dignidad.

Así, la corrupción puede ser un poder instrumental, pero nunca moral. Da una facilidad para obrar -como la astucia del corrupto o la autoridad del tirano-, pero se trata de una habilidad al servicio de fines egoístas o destructivos. No respeta la razón práctica ni la libertad bien ejercida. Es una falsa posesión, una destreza que esclaviza en lugar de liberar.

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En este sentido, la corrupción es una disposición estable, pero al mal. Se trata de una deformación del hábito, donde la repetición de actos desordenados oscurece la conciencia y somete la voluntad.

No conduce al autodominio, sino a una sujeción interna. Aparenta fortaleza, pero es debilidad disfrazada de eficacia. No es poder en sentido pleno, porque no perfecciona al ser humano en su dimensión racional y libre.

Solo cuando el poder se ordena al bien -como ocurre con la virtud- se convierte en fuente de verdadera libertad. Usar el saber, la palabra o la autoridad para manipular o someter no es ejercer el poder, sino pervertirlo.

Esa es la diferencia esencial entre el poder virtuoso y el corrupto: uno construye, el otro corrompe; uno libera, el otro esclaviza. ¿Estamos dispuestos a purificar el aire?

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