Súmate a nuestro canal en: WhatsApp
Defender al Chile real, construir unidad progresista para vivir mejor
Foto: Agencia Uno

Defender al Chile real, construir unidad progresista para vivir mejor

Por: Daniela López | 24.07.2025
Desde Pedro Aguirre Cerda y la creación de la CORFO, pasando por los gobiernos de la Concertación hasta Michelle Bachelet, el progresismo ha buscado ampliar derechos, libertades, modernizar el Estado y construir igualdad. No sin tensiones ni retrocesos: ha debido enfrentar los límites de una élite rentista y los obstáculos del modelo neoliberal, que impuso la subsidiariedad del Estado, incluso frente a sectores propios que terminaron por asumirlo como el único camino posible.

El 19 de julio de 2025, el Frente Amplio cumplió su primer año como partido político unificado. Más que una fecha para conmemorar, lo relevante es comprender el momento político que atravesamos: uno que no admite nostalgias ni cálculos pequeños. Este aniversario marca la consolidación de un proyecto que nació en la calle, maduró en las instituciones y hoy enfrenta el desafío de representar con profundidad al país que realmente somos.

Ese país real está cansado. No es un cansancio reciente, sino el resultado de décadas de lucha silenciosa, de madrugar para trabajar, de hacer rendir lo que no alcanza, de resistir sin garantías. Cada familia tiene su historia de esfuerzo: el abuelo que migró con una maleta de cartón, la madre que dejó de trabajar para cuidar, el joven que cruzó media ciudad para asistir a clases. Son millones de trayectorias individuales que forjaron este país. No el de los noticiarios, sino el Chile profundo y popular, el que se levanta todos los días aunque nadie lo mire.

[Te puede interesar] Presidente Boric vuelve a levantar la voz por Franja de Gaza: "Exigimos que el gobierno de Israel detenga el genocidio”

Hoy ese Chile está frustrado. Hizo su parte y no recibió todo el progreso prometido. Creyó que estudiar y trabajar duro lo llevaría a una vida mejor, y encontró deuda, ansiedad y precariedad. El modelo neoliberal aseguró que el esfuerzo traería bienestar, pero no cumplió.

Las reglas están rotas: la educación no garantiza empleo, la salud se paga con tarjetas de crédito, y el Estado, cuando llega, lo hace tarde o mal. El país que se jactó de ser “el mejor de América Latina” construyó un sistema que castiga el esfuerzo, no valora el mérito y premia al que especula; que privatizó la vida y convirtió cada necesidad en negocio.

Sin embargo, este pueblo no está derrotado. Está esperando. Esperando que se reconozca su camino largo y silencioso, que se valore lo que ha construido. Porque cuando la gente sueña con un país mejor, no lo hace en abstracto: sueña con su casa, con sus hijos, con el futuro propio y de los suyos.

Las familias siguen apostando por algo profundamente transformador: que sus hijas e hijos vivan mejor que ellas. Ese ha sido el verdadero proyecto país de la clase trabajadora chilena. No fue el Estado subsidiario, fue la cocina a leña, el doble turno, el CAE, las piezas arrendadas, el crédito hipotecario. Fue ese viaje del barrio al liceo, del liceo a la universidad. Una ética del esfuerzo transmitida por generaciones, con la esperanza de alcanzar un mayor bienestar. Un proceso común que consolidó un Chile más urbano, popular y luego emergente.

Pero hoy ese sueño tambalea. El costo de la vida se disparó. Las deudas asfixian. El esfuerzo que antes abría puertas, hoy apenas permite mantenerlas entreabiertas. Falta tiempo, redes, apoyos. Falta plata. Vivir bien se ha vuelto una hazaña individual. Y a medida que la sociedad envejece, los roles se invierten: ahora son los hijos quienes sostienen a sus padres. Y eso duele, porque el sacrificio de generaciones parece no alcanzar para asegurar el futuro.

En este Chile que ha cambiado y progresado a pulso, la cultura popular ha construido una identidad propia. La chilenidad real no está congelada en el pasado, se expresa en la modernización cotidiana, en mezclas culturales que definen lo nuestro. Del completo al sushi-pleto, del Facebook al TikTok. En el reggaetón que suena en casas y ferias. En quien paga un celular en 24 cuotas porque “para eso trabaja” y se lo merece.

Es una identidad que no replica formas, sino que las mezcla con sentido. Que valora el consumo de masas, pero también los derechos y defiende las instituciones democráticas. Que es refinada, popular, contradictoria, moderna y profundamente propia. No es marginal: es el centro del país que somos.

[Te puede interesar] Cuestión económica: el principal resquemor del Socialismo Democrático sobre el programa de Jeannette Jara

Esa identidad exige una política que comprenda y responda al país real. Y eso implica revisar en profundidad la trayectoria del progresismo chileno, que ha sido una larga lucha por arrebatarle el poder a la oligarquía y ponerlo al servicio del pueblo.

Desde Pedro Aguirre Cerda y la creación de la CORFO, pasando por los gobiernos de la Concertación hasta Michelle Bachelet, el progresismo ha buscado ampliar derechos, libertades, modernizar el Estado y construir igualdad. No sin tensiones ni retrocesos: ha debido enfrentar los límites de una élite rentista y los obstáculos del modelo neoliberal, que impuso la subsidiariedad del Estado, incluso frente a sectores propios que terminaron por asumirlo como el único camino posible.

Hoy está en juego la posibilidad real de abrir una nueva estrategia nacional de desarrollo, que ponga al centro el trabajo, la seguridad y la sostenibilidad. Ese fue precisamente el legado de Gabriel Boric: reconstruir la capacidad del país para procesar sus conflictos con justicia social. Un liderazgo que abordó deudas históricas y proyectó reformas de futuro.

Boric recibió un país paralizado por una clase política bloqueada y entregará uno capaz de avanzar en derechos y libertades: trabajo, pensiones, cuidados, igualdad de género, seguridad, redistribución y diversificación productiva. Gobernó con diálogo, lideró una coalición progresista con una agenda que asume el agotamiento del modelo y proyectó una izquierda democrática latinoamericana con vocación transformadora. Ese es su legado.

Jeannette Jara encarna con solidez y coherencia la continuidad y proyección de ese legado. Representa al Chile real no solo por su trayectoria profesional, sino por una historia de vida profundamente conectada con el mundo popular. Proviene de una familia trabajadora y ha desarrollado su camino en espacios donde se cruzan las demandas sociales con la política pública. Conoce el Estado desde dentro y ha sabido traducir en políticas concretas las urgencias cotidianas de millones.

Su biografía no es una excepción: expresa los logros alcanzados gracias al esfuerzo y la constancia de quienes, como ella, han creído en el ascenso social como vía hacia una vida mejor. Es reflejo de un país que avanza con compromiso, esfuerzo y convicción democrática. No sólo articula ideas con claridad, sino que habla desde una experiencia compartida por millones, que ven en ella a una representante que los entiende y defiende. No como gesto vacío, sino como conducción política concreta.

Porque no basta con administrar lo logrado. Hay que completarlo, defenderlo y ampliarlo. Y, sobre todo, consolidar una coalición amplia, democrática y comprometida con el Chile real. El pueblo ya cumplió su parte. Boric abrió el camino: un ciclo de cambios que no puede entregarse a las ultraderechas. A Jara le toca llevarlo más lejos. Y al progresismo, un mandato claro: unidad, para estar a la altura de su pueblo, de su candidata y de su propia historia.

[Te puede interesar] Mayor preservación del patrimonio: Sitios emblemáticos de Chile se beneficiarán tras aumento de la inversión en 204%