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Centristas radicales y la geometría de la moderación
Foto: Agencia Uno

Centristas radicales y la geometría de la moderación

Por: Rubén Santander | 16.07.2025
En cada periodo eleccionario, se transforma en un lugar común la urgencia de “apuntar hacia el centro”. Allí, en ese centro ilusorio, siempre hay un puñado de personas que sin vergüenza alegarán ser los moderados, los únicos capacitados para distinguir lo bueno de lo malo.

Nos hemos acostumbrado a pensar en las coordenadas políticas de derecha e izquierda como si estuvieran ubicadas efectivamente en el espacio. Es una forma natural e históricamente asentada de imaginarlo. El problema es que las ideas políticas no tienen una localización en las dimensiones espaciales.

Estas categorías son simplificaciones que facilitan el pensamiento, pero también pueden nublarlo: permiten, por ejemplo, que algunos hagan un secuestro del centro, como si efectivamente sus ideas estuvieran ubicadas allí. Como si hubiera un centro. Como si tuvieran ideas.

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En las recientes primarias oficialistas, Carolina Tohá era quien se dibujaba con las mejores opciones, sobre todo por estar mejor ubicada de cara al centro. Consistentemente, su campaña agrupó a muchas voces que han establecido su residencia en las proximidades del centro político y había muchos votantes del Frente Amplio y el Partido Comunista muy dispuestos a dejarse convencer y apoyarla como la candidata “de unidad” para enfrentar a la derecha.

Pero Tohá y sus partidarios dedicaron gran parte de la campaña a insultar a los votantes a su izquierda, en lugar de convencerlos de depositar su confianza en la candidatura que supuestamente encarnaba la moderación y los acuerdos. En una columna apologética, uno de sus adeptos que reivindica con más orgullo el calificativo de “amarillo”, aseguraba que a la candidata “los desafíos del presente y el futuro la convocan con más urgencia que las cuitas acumuladas”. No obstante, fueron las cuitas de sus moderados seguidores, su tirria contra el FA y el recelo contra el PC, lo que primó.

Esos simpatizantes, que no son todos los simpatizantes que tuvo Tohá, pero sí algunos bastante llamativos y situados en las primeras líneas de su comando, se consideran equilibrados, tendientes al centro, huérfanos de la política de los acuerdos.

Sin embargo, ¿qué hay de acuerdista en ir a una primaria junto al PC para después, cuando el camino se pone cuesta arriba, anunciar que no se respetará lo pactado? ¿Qué hay de equilibrado en contar que te despertaste pensando en las razias, gulags y partidos únicos que vendrán si tu candidata no sale electa? Esos y otros gestos radicales de los autocalificados moderados sin duda polarizaron voluntades y dañaron las opciones de su propia candidata.

Para entender el problema, quizá sea adecuado intentar evadir por un momento las representaciones gráficas comunes sobre la geometría política, tratar de imaginar la topología de las variedades políticas como un espacio menos lineal, donde democratacristianos, socialistas, liberales, fascistas, monarquistas, etc. simplemente sostienen proyectos de sociedad diferentes, basados en conceptos diversos de la naturaleza humana y del bien común. En dicha topología, los llamados amarillos o centristas no tienen nada de moderados y sí mucho de extremistas.

¿Y qué son, entonces, si los desalojamos de ese centro ilusorio, ese centro que cada uno imagina a su derecha o a su izquierda, pero que realmente no tiene ubicación en el espacio? Si dejamos de fantasear con que es posible (o deseable) encontrar un punto medio para cada premisa, ¿qué le queda al centrismo? ¿Qué persiguen, si la equidistancia de la que pretenden ser custodios es espuria? Desde luego, el poder, pero, ¿para qué? Es claro: por el puro beneficio personal.

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La verdadera posición de este centrismo, manifiestamente, no es central. Se acomodan en cada ciclo político para aparecer siempre en el lugar del poder. Sus ideas nunca son ni buscan ser hegemónicas, porque carecen de ellas. Lo relevante es su situación relativa, su actitud acomodaticia.

Muchos, de forma admirable, consiguen sacar partido a su rol de “conversos”. Resulta que, supuestamente, moverse de un lado a otro (comúnmente, de izquierda a derecha) sería muestra de su palmaria independencia y su altura ética. Su oportunismo electoral y su buena prensa son atributos clave.

Señal de esto es la inaudita profusión de movimientos, partidos, “referentes” y grupos firmantes de cartas que se han arrogado en años recientes equidistancia de la “política tradicional de los bloques”: Red Liberal, Amplitud, Fuerza Pública, Ciudadanos, Todos, Libres, Sumemos, Un Camino Posible, Amarillos, Demócratas, Nuevo Trato, Convergencia Liberal, Progresismo con Progreso, Comunidad en Movimiento, Democracia es Diálogo.

Seguramente olvido unos cuantos. Siempre formadas por casi el mismo puñado de personas (muchas de ellas acostumbradas a entrar y salir de coaliciones de centroderecha o centroizquierda), estas “colectividades” pueden durar desde un par de años hasta ser flores de un día y existir para una única pauta de prensa o solitaria carta pública.

En cada periodo eleccionario, se transforma en un lugar común la urgencia de “apuntar hacia el centro. Allí, en ese centro ilusorio, siempre hay un puñado de personas que sin vergüenza alegarán ser los moderados, los únicos capacitados para distinguir lo bueno de lo malo. No obstante, para una verdadera discusión política, para un auténtico diálogo entre posturas encontradas, es necesario dejar de pensar en los términos que impone ese centrismo extremista que frecuentemente solo se representa a sí mismo, para sí mismo.

La moderación en política, como la voluntad de llegar a acuerdos, no son patrimonio de un sector emplazado en un espacio tridimensional, es una disposición personal o colectiva que puede o no caracterizar un proceder y que, sin duda, se distribuye en toda la topología de proyectos políticos.

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