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El gran engaño del bombardeo (como estrategia para presionar un cambio de gobierno)
Foto: EFE

El gran engaño del bombardeo (como estrategia para presionar un cambio de gobierno)

Por: Ian Buruma | 09.07.2025
Hasta ahora, el régimen ha reprimido con más dureza a los presuntos traidores y disidentes. Y la debilidad militar de Irán aumenta las posibilidades de que sus dirigentes redoblen sus esfuerzos para construir una bomba nuclear. Sin duda, esto no es lo que pretendían Netanyahu y Trump, ni lo que querría la mayoría de los iraníes.

Todavía no sabemos cuánto daño causaron los ataques aéreos de Estados Unidos del mes pasado contra las instalaciones nucleares de Irán. “Creo que fue una destrucción total”, se jactó el presidente estadounidense, Donald Trump, en la cumbre de la OTAN en junio. Pero un primer informe de los servicios de inteligencia estadounidenses sugiere que Irán podría empezar a enriquecer uranio de nuevo en unos meses; Rafael Mariano Grossi, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, ha llegado a la misma conclusión.

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Una cosa que podemos decir con relativa seguridad, sin embargo, es que la campaña masiva de bombardeos israelíes y estadounidenses no desencadenó un levantamiento contra la República Islámica -el resultado que esperaba el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu-.

Trump incluso reflexionó que el cambio de régimen es la solución obvia a un gobierno que “es incapaz de HACER QUE IRÁN SEA GRANDE OTRA VEZ” (MIGA por su sigla original en inglés), pero sin aclarar si estos esfuerzos deben venir de dentro o de fuera del país.

La idea de que bombardear a civiles debilitará su moral y los pondrá en contra de sus propios líderes es antigua y está prácticamente desacreditada. No funcionó durante la Guerra Civil española, cuando alemanes e italianos bombardearon Guernica en 1937, ni durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler desató el bombardeo aéreo sobre Gran Bretaña ni durante la aniquilación de ciudades en la Alemania nazi. La Operación Trueno Rodante, que duró de 1965 a 1968 en Vietnam del Norte, no logró este objetivo, al igual que el continuo bombardeo israelí de Gaza.

El bombardeo estratégico, también llamado bombardeo de saturación o de terror, fue una táctica ideada entre las dos guerras mundiales en gran parte por el general italiano Giulio Douhet. Pero durante la Segunda Guerra Mundial, estos ataques aéreos brutales pasaron a estar asociados con Arthur “Bomber” Harris, comandante en jefe del Mando de Bombardeo de la RAF británica, y Curtis Emerson LeMay, general de la Fuerza Aérea estadounidense.

Este último, tras arrasar ciudades japonesas en 1944-45 y matar a cientos de miles de ciudadanos japoneses, admitió en una ocasión que, si Estados Unidos hubiera perdido, lo habrían juzgado como criminal de guerra.

Los bombardeos estratégicos arrasaron zonas urbanas, y Harris cumplió su deseo de “matar a muchos boches” (término despectivo utilizado para referirse a los alemanes). Pero a pesar de su amplio uso en la Segunda Guerra Mundial, esta táctica nunca dio lugar a una revuelta popular. Y cualesquiera que fueran las consecuencias de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, no se produjo ningún levantamiento contra el gobierno japonés.

De hecho, los bombardeos pueden tener el efecto contrario: enfurecer a la gente, lo que puede movilizar el apoyo incluso de gobiernos profundamente impopulares. Los esfuerzos alemanes por desmoralizar a los londinenses en 1941 solo consiguieron volverlos más obstinados, endureciendo su creencia de que la ciudad podría resistir tales ataques. Winston Churchill era, por supuesto, popular. Pero la misma respuesta fue evidente entre los berlineses, incluso entre los que odiaban a Hitler. La gente se enorgullece de su resiliencia, especialmente cuando se enfrenta a un enemigo común.

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Este estoicismo público suele existir tanto en las dictaduras como en las democracias. Los norvietnamitas se vieron obligados a obedecer a sus líderes, pero no hay pruebas de que las bombas estadounidenses debilitaran su moral o provocaran un motín público. Bajo el ataque de los aviones de guerra estadounidenses, el patriotismo vietnamita era real.

La verdad es que a la mayoría de la gente no le gusta ser bombardeada por potencias extranjeras, por mucho que desprecie a sus propios líderes. Esto es especialmente cierto en un país orgulloso como Irán, con una historia amarga de intervenciones extranjeras.

En 1953, un golpe de Estado respaldado por Estados Unidos y el Reino Unido acabó con una democracia incipiente. Puede que el odio hacia estos países occidentales haya disminuido, pero los iraníes siguen desconfiando de sus motivaciones. Y si es difícil imaginar que los iraníes se unan en torno a la bandera MIGA de Trump, la idea de que consideren a Netanyahu como un salvador político es aún más fantasiosa.

Sin duda, debilitar la capacidad nuclear de Irán es un hecho positivo. La guerra de Israel contra los apoderados de Irán en el Líbano y Siria también puede haber sido algo positivo. Pero como han demostrado otras intervenciones militares occidentales en Asia y Oriente Medio, los bombardeos no producen cambios democráticos.

La derrota de Japón y Alemania en la Segunda Guerra Mundial, y sus posteriores transformaciones democráticas, se citan a veces como ejemplos de lo contrario. El papel de los bombardeos estratégicos en esas derrotas sigue siendo muy discutido. Pero las democracias fueron construidas, o más bien reconstruidas, después de la guerra, por las élites de esos países bajo el patrocinio de la ocupación aliada. Nadie está sugiriendo que Estados Unidos o Israel deban ocupar Irán, y mucho menos que hacerlo tenga los mismos resultados que en Alemania y Japón.

Los únicos que pueden derrocar a la teocracia esclerótica, opresiva y muchas veces brutal de Irán son los propios iraníes. El régimen es sumamente impopular: una encuesta realizada en 2023 reveló que más del 80% de los iraníes preferirían un gobierno democrático. Bombardear Irán puede haber puesto de manifiesto la debilidad militar del país, pero también podría haber debilitado a la oposición cada vez más consolidada.

La reacción del distinguido actor iraní Reza Kianian es instructiva. Crítico acérrimo del gobierno y partidario de las manifestaciones contra el régimen en 2022, sin duda vería con buenos ojos una sociedad más democrática. Pero en cuanto Israel y Estados Unidos empezaron a bombardear, su patriotismo se apoderó de él. Declaró al Financial Times: “Una persona sentada fuera de Irán no puede decirle a una nación que se levante. Irán es mi país. Yo decidiré qué hacer y no esperaré a que me digan qué hacer en mi propio país”.

Esta aversión justificada a la intervención exterior pronto puede dar paso a una renovada determinación. Nunca se sabe lo que puede ocurrir cuando un régimen está bajo presión. Pero, hasta ahora, el régimen ha reprimido con más dureza a los presuntos traidores y disidentes. Y la debilidad militar de Irán aumenta las posibilidades de que sus dirigentes redoblen sus esfuerzos para construir una bomba nuclear. Sin duda, esto no es lo que pretendían Netanyahu y Trump, ni lo que querría la mayoría de los iraníes.

Esta columna es parte del Project Syndicate, 2025 (Copyright).
www.project-syndicate.org

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