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Reinventarse o desaparecer: La disyuntiva del socialismo tras el fracaso electoral
Banderas del Partido Socialista / Agencia Uno

Reinventarse o desaparecer: La disyuntiva del socialismo tras el fracaso electoral

Por: Ignacio Figueroa Catalán | 06.07.2025
Nuestra historia está llena de ejemplos de que fuimos capaces de reinventarnos en las horas más oscuras. El socialismo chileno tiene los recursos humanos, la memoria histórica y el capital político para hacerlo. Lo que falta es la humildad para reconocer que nuestro país cambió, y el coraje para cambiar con él.

El 29 de junio recién pasado quedará marcado en la historia reciente de la izquierda chilena no como un simple tropiezo electoral, sino como el síntoma definitivo de una enfermedad que veníamos diagnosticando hace años. Jeannette Jara, obtuvo el 60% de los votos en la primaria frente al 28% de Carolina Tohá.

Pero lo grave no es solo la abultada diferencia, sino el contexto: una participación que apenas rozó el 9% del padrón electoral. Tres cifras que, leídas en conjunto, reflejan un panorama desolador: desmovilización de nuestras bases, rechazo a un proyecto político que ha confundido moderación con resignación, y una ciudadanía que clama por audacia programática.

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Esta derrota no es un hecho aislado, es el capítulo más reciente de una seguidilla que comenzó en 2017 con Alejandro Guillier, continuó en 2021 con Yasna Provoste, y que hoy nos obliga a mirarnos al espejo sin atajos ni autoengaños. El socialismo democratico opera como un faro apagado: sigue en pie, pero ya no guía a nadie.

Mientras Jara recorría poblaciones y organizaciones sociales, nuestra campaña parecía diseñada para un país abstracto, ese que existe en los papers académicos pero no en las ferias libres ni en las salas de espera de los CESFAM. El resultado era predecible: cuando la política se encierra en salones, la gente responde quedándose en casa.

El informe del PNUD sobre Desarrollo Humano 2024 ofrece una clave fundamental para entender este desfase. Chile es un país que grita cambios profundos pero teme al caos: el 73% de la ciudadanía apoya reformas estructurales, pero un 61% rechaza las vías rupturistas y prefiere la gradualidad.

Ahí yace la paradoja que el socialismo democrático no supo interpretar. La gente no quiere revoluciones traumáticas, pero tampoco acepta la mesura como excusa para la inacción. Cuando nuestro discurso se llenó de palabras como “moderación” y “concesión”, pero vació de contenido términos como “justicia social” y dignidad”, entregamos en bandeja el monopolio de la esperanza.

Sin embargo, sería un error histórico ver en Jara una amenaza. Su victoria es, ante todo, una oportunidad. A diferencia de otros líderes comunistas, ella ha construido una imagen pública que trasciende los dogmatismos: ministra eficiente de un gobierno reformista, impulsora de la ley de 40 horas y de la reforma previsional.

No es Daniel Jadue, sino una figura que podría articular lo mejor de ambas tradiciones: la firmeza programática del PC y la capacidad de diálogo del PS. La derecha ya ha activado su maquinaria del miedo, intentando reducir su candidatura al fantasma del “comunismo ortodoxo”.

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Nuestra tarea es clara: ser sus aliados críticos, aportando estructura territorial sin imponer condiciones, y recordando cada día que su victoria es la única trinchera contra el retroceso que representan Kast, Kaiser y Matthei.

Pero más allá de la coyuntura electoral -y más allá incluso del apoyo que debemos brindar en esta hora decisiva- se impone una reflexión de fondo que trasciende nombres y siglas. Los programas de gobierno son necesarios pero insuficientes.

Los liderazgos emergen y pasan. Lo que perdura son los proyectos políticos capaces de encarnar no sólo las demandas del presente, sino los sueños colectivos de un pueblo. La verdadera batalla no se juega en las próximas elecciones de noviembre, sino en la capacidad de forjar un horizonte de país que movilice a generaciones enteras.

La derrota del 29 de junio no es el fin de nada. Es, o debería ser, un brutal despertador. Jeannette Jara no es nuestro adversario; nuestro verdadero enemigo es la complacencia, esa voz que nos susurra que con ajustes cosméticos bastará.

Nuestra historia está llena de ejemplos de que fuimos capaces de reinventarnos en las horas más oscuras. El socialismo chileno tiene los recursos humanos, la memoria histórica y el capital político para hacerlo. Lo que falta es la humildad para reconocer que nuestro país cambió, y el coraje para cambiar con él.

El presente no espera. Y esta vez, no habrá segundas oportunidades. O construimos un nuevo horizonte, u otros lo harán por nosotros. La disyuntiva es clara: reinventarse o desaparecer.

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