
Las derechas sin Estado: Cuadros, negocios y crisis de proyecto
Uno de los principales problemas que observo en las candidaturas presidenciales del sector -o, mejor dicho, de las derechas-, y específicamente en las figuras de Evelyn Matthei, José Antonio Kast y Johannes Kaiser, es algo que ya se evidenció con fuerza durante los gobiernos de Sebastián Piñera: la carencia de cuadros políticos preparados para asumir tareas del Estado.
Durante los mandatos, muchos de los nombramientos vinieron directamente del sector empresarial. Se trata de figuras provenientes de la empresa privada, con sus propias lógicas y prioridades, muy distintas de las que exige la función pública. Aquella falta de conocimiento del aparato estatal, sumada a una desconexión con las realidades sociales del país tuvo consecuencias visibles. No es lo mismo gestionar una empresa que conducir un país. Y, en muchos casos, las derechas chilenas parecen no haberlo comprendido.
Esta debilidad no ha desaparecido. A pesar de los años transcurridos desde la publicación del libro La derecha en la crisis del Bicentenario (2014), donde ya se advertía esta falencia, las derechas siguen ancladas en un economicismo superficial, centrado en el crecimiento, el rechazo a la “permisología” y una defensa incuestionada del extractivismo como motor del desarrollo.
El filósofo Hugo Herrera lo ha dicho con claridad: no basta con un discurso técnico-económico, ni con una narrativa empresarial para gobernar un país. Hace falta densidad política, visión histórica y comprensión del Estado como institución compleja.
Lamentablemente, las candidaturas de Kast, Matthei y Kaiser insisten en una lógica donde lo “nacional” se reduce a símbolos y eslóganes, mientras en el fondo se protege al gran empresariado. No hay proyecto nacional en sentido substantivo, ni tampoco cuadros políticos formados para construirlo. Más bien, lo que vemos es una repetición con matices del mismo modelo: actores formados en espacios privados, ajenos al mundo estatal y desconectados con el interés general.
Por cierto, su ascenso no puede entenderse solo por mérito propio. Hay que considerar también los efectos del estallido social: la violencia, la vandalización del espacio público y la percepción de un Estado ausente generaron las condiciones para que sectores sociales buscaran respuestas en discursos más duros, más autoritarios, más punitivos (léase Kast y Kaiser).
En ese contexto, la inmigración irregular -particularmente la proveniente de Venezuela-, sumada a los delitos asociados al crimen organizado (como el Tren de Aragua), fue un factor determinante. La izquierda reaccionó tarde.
No supo contener ni enfrentar con claridad el fenómeno (crimen organizado como vanguardia del capitalismo), y la narrativa antiinmigratoria se instaló sin contrapeso. José Antonio Kast supo capitalizar ese malestar, y Matthei terminó plegándose a su discurso. Pero esto no es mérito ideológico, es oportunismo discursivo.
El problema de fondo sigue siendo el mismo: la falta de cuadros políticos capacitados para pensar, articular y gobernar el Estado. Y esto no es exclusivo de las derechas. También lo vimos en el actual gobierno. El Frente Amplio terminó dependiendo de los cuadros del socialismo democrático, a pesar de que antes los había criticado con dureza.
Cuando les tocó gobernar, reprodujeron muchas de las prácticas que cuestionaban. Denunciaron los vicios de la Transición, pero terminaron por imitar sus lógicas de poder y, en algunos casos, incluso sus faltas éticas.
Hay aquí una generación -posiblemente la mía- que no logró constituir una alternativa real. Se perdió una oportunidad histórica de transformación. Lo que parecía un nuevo ciclo, terminó siendo un capítulo más del ciclo anterior.
Por eso, la pregunta que quisiera dejar planteada es la siguiente: ¿Tenemos, en Chile, cuadros políticos realmente preparados para llevar adelante la gestión del Estado? O mejor aún: ¿Qué se requiere hoy para formar ese tipo de liderazgo político que esté a la altura de los desafíos históricos que enfrentamos?