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Fotografía generada por IA publicada por el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) de EE.UU.

El "Alcatraz de los Caimanes": Barbarie carcelaria y fascismo fronterizo en el corazón del capitalismo

Por: Daniel Jadue | 05.07.2025
No se trata de seguridad, sino de control. No es justicia, es disciplinamiento de la clase trabajadora global. Al “Alcatraz de los Caimanes” no se lo puede discutir solo desde el derecho: hay que condenarlo como un símbolo fascista. Es la encarnación de una política que naturaliza la tortura como gestión de fronteras, que convierte el encierro en show televisivo y el racismo en programa de gobierno.

El grado de civilización de una sociedad se puede juzgar entrando en sus cárceles”.
Estas palabras no provienen de ningún panfleto radical, sino del novelista ruso Fiódor Dostoievski, quien conoció en carne propia el horror del encierro político bajo el zarismo.

Su experiencia como prisionero en Siberia no solo alimentó su literatura, sino su convicción más profunda: la cárcel no es un margen del sistema, sino su espejo más fiel. Y cuando miramos hacia la propuesta de Donald Trump de construir el “Alcatraz de los Caimanes”, una mega cárcel para migrantes pobres en medio de pantanos infestados de reptiles, lo que vemos reflejado no es civilización, sino barbarie.

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Trump no propone una política migratoria. Propone una instalación del terror, un laboratorio de castigo y espectáculo, donde las condiciones carcelarias se degradan intencionalmente como parte del mensaje. Caimanes, electricidad, aislamiento y pantano. Todo cuidadosamente diseñado no para reinsertar, sino para deshumanizar al migrante pobre, para mostrar que cruzar la frontera equivale a perder la condición humana.

Esta cárcel no tiene nada de excepcional: es la forma en que el sistema responde a quienes sobran para el capital. No se encierra a banqueros corruptos ni a los políticos que han provocado guerras o crisis. Se encierra a los pobres, a los desplazados por tratados de libre comercio, a quienes huyen de economías destruidas por el imperialismo, a los hijos del extractivismo y la violencia. Se castiga al despojado por el crimen de existir.

Dostoievski tenía razón: las cárceles muestran el alma de una sociedad. ¿Y qué dice esta prisión propuesta por Trump? Que en el corazón del imperio, la justicia se mide por la capacidad de infligir dolor a los más vulnerables, que la civilización no ha progresado sino en tecnología de represión. Desde nuestra perspectiva, no es una anomalía sino una consecuencia lógica: cuando el capital ya no puede ofrecer ni trabajo ni derechos, ofrece miedo. El Estado no se retira, se transforma en una máquina de encierro.

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Y no es casual que se proponga esta prisión justo después de un año electoral, porque el odio se ha convertido en capital político. El votante blanco empobrecido, también víctima del neoliberalismo, es dirigido como ganado hacia una respuesta falsa: culpar al migrante, al extranjero, al otro racializado. Mientras tanto, los verdaderos culpables, el gran capital, los monopolios y los bancos, financian esa misma maquinaria de represión.

No se trata de seguridad, sino de control. No es justicia, es disciplinamiento de la clase trabajadora global. Al “Alcatraz de los Caimanes” no se lo puede discutir solo desde el derecho: hay que condenarlo como un símbolo fascista. Es la encarnación de una política que naturaliza la tortura como gestión de fronteras, que convierte el encierro en show televisivo y el racismo en programa de gobierno.

Así, mientras millones claman por solidaridad y justicia, el imperio ofrece reptiles, rejas y electricidad. Enfrentamos una encrucijada histórica: o permitimos que esta distopía se convierta en norma, o levantamos una voz clara, organizada y global que diga: ¡No en nuestro nombre!

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