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Miedo y egoísmo: El círculo vicioso que amenaza nuestra convivencia
Agencia Uno

Miedo y egoísmo: El círculo vicioso que amenaza nuestra convivencia

Por: Marcelo Trivelli | 14.06.2025
Convocar a buscar en conjunto el bien común, aún a costa de nuestros legítimos intereses, no es debilidad ni entreguismo. Es mirar el futuro con esperanza, porque somos seres humanos capaces de vivir en una cultura que recupera el valor de lo común por sobre la salvación individual.

El miedo es una emoción poderosa. Nos alerta del peligro, nos hace más cautelosos y, en dosis adecuadas, puede ser un salvavidas. Pero en exceso, el miedo distorsiona nuestra percepción, debilita el pensamiento crítico y convierte la autopreservación en egoísmo.

Vivimos en una sociedad donde el miedo es parte de la vida cotidiana: enfermedades, al crimen, desempleo, fracaso, etc. Ese miedo, exaltado por discursos políticos, medios y redes sociales, nos aísla y empuja a la falsa creencia de que vivimos asediados por el peligro extremo y que solos estamos más seguros.

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En el reino animal, muchos mamíferos huyen al ver a uno de los suyos atrapado por un depredador. Es un mecanismo de defensa evolutiva: si el peligro se concentra en uno, los demás tienen más posibilidades de sobrevivir.

Pero los seres humanos, dotados de conciencia, lenguaje y ética, hemos evolucionado hacia la solidaridad. Muchas veces el egoísmo la suprime de raíz y cuando la amenaza no nos toca directamente, preferimos mirar hacia otro lado; nos convertimos en espectadores pasivos, convencidos de que “no es mi problema”.

Este comportamiento tiene consecuencias profundas. Cuando aceptamos injusticias porque no nos afectan, cuando callamos ante abusos porque creemos estar a salvo, no solo validamos el daño ajeno: dejamos la puerta abierta para que, mañana, nos ocurra a nosotros. Así se instala el egoísmo como norma y se debilitan los lazos comunitarios. La lógica del “sálvese quien pueda” convierte a la sociedad en una jungla insolidaria, en que muy pocos están dispuestos a sentirse responsables del bien común.

A esto se suma un sistema que premia el éxito individual por sobre el bienestar colectivo, que mide el valor de las personas por lo que tienen y no por lo que aportan. Y en ese contexto, el miedo se vuelve útil para el poder: un ciudadano asustado es más manipulable, más obediente, menos crítico. El miedo se convierte en estrategia para alcanzar posiciones de poder.

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Los liderazgos con rasgos autoritarios lo han comprendido bien. Explotan el miedo para ofrecer soluciones simples a problemas complejos: más control, menos derechos; más castigo, menos diálogo; más enemigos, menos comunidad. Esta narrativa reduce el espacio para el pensamiento crítico y convierte al líder en el único capaz de protegernos, aunque sus propuestas sean irrealizables.

El resultado es una sociedad cada vez más tensa, dividida y ansiosa. Vivimos atrapados en un círculo vicioso de estrés, desconfianza y competencia. Y en ese estado, perdemos nuestra capacidad de empatía, de colaboración y de actuar colectivamente.

Romper este ciclo no es fácil, pero es urgente. Chile y los chilenos tenemos un potencial atrapado en una camisa de fuerza. No dejarse doblegar por el miedo no significa negar la realidad, significa tener el valor y el coraje de verla de manera objetiva.

Convocar a buscar en conjunto el bien común, aún a costa de nuestros legítimos intereses, no es debilidad ni entreguismo. Es mirar el futuro con esperanza, porque somos seres humanos capaces de vivir en una cultura que recupera el valor de lo común por sobre la salvación individual.

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