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¿Escuelas bajo sospecha o espacios para cuidarnos?
Imagen referencial / Agencia Uno

¿Escuelas bajo sospecha o espacios para cuidarnos?

Por: Genevy Moreno Sajuria | 14.06.2025
Lo que necesitamos es avanzar hacia la cultura del cuidado. Necesitamos escuelas que cuiden, que enseñen con afecto, que construyan comunidad, que convoquen al diálogo, que no criminalicen la diferencia ni la rabia mal contenida. Escuelas donde el buen trato no sea un afiche en la pared, sino una práctica cotidiana.

La violencia escolar vuelve a escena: otra vez imágenes de agresiones, conflictos y crisis emocionales entre estudiantes. Otra vez alarma pública y una búsqueda casi frenética de culpables y soluciones de corto alcance.

Se exigen sanciones, más vigilancia, más control. Y en medio de esa urgencia, se vuelve a postergar una pregunta importante: ¿estamos entendiendo realmente lo que está ocurriendo en nuestras escuelas?

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La escuela refleja muchas veces las tensiones sociales, económicas y culturales de su entorno, por ello no puede ser entendida solo como un problema del sistema educativo. La violencia escolar es un síntoma incómodo, molesto y revelador de una serie de fracturas más profundas: el desgaste emocional de las comunidades escolares, las desigualdades estructurales, la precariedad de los vínculos, entre otras.

Si bien el Ministerio de Educación ha manifestado públicamente su preocupación y ha impulsado acciones como protocolos, recursos digitales y el fortalecimiento de planes de convivencia, estas medidas siguen siendo parciales, reactivas y poco articuladas con otras políticas públicas.

La salud mental y el bienestar estudiantil exigen una política intersectorial, con corresponsabilidad del sistema de salud, la infancia, los municipios y las comunidades. No basta con documentos y webinars, se necesita presencia en los territorios, inversión sostenida en equipos especializados, incorporación real de la convivencia de manera transversal y explícita en la formación inicial docente y en el currículum escolar, no como un añadido, sino como parte esencial de la formación integral. Y sobre todo, se necesita asumir que la escuela no puede ni debe enfrentar sola este desafío.

Es preocupante que, mientras hablamos de cuidado, algunas respuestas institucionales parecen ir en dirección opuesta: cámaras de seguridad, detectores de metales, protocolos más sancionadores.

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Estas medidas responden a una lógica punitiva que contradice la misión formativa de la escuela y además no abordan las causas profundas de la violencia y peor aún, podrían convertir los centros educativos en espacios de vigilancia permanente basados en el miedo, estigmatización y criminalización. ¿Queremos formar ciudadanías críticas o estudiantes bajo sospecha? Porque una escuela panóptica, como diría Foucault, no educa: disciplina, vigila, aísla. ¿Es eso lo que queremos?

Lo que necesitamos es avanzar hacia la cultura del cuidado. Necesitamos escuelas que cuiden, que enseñen con afecto, que construyan comunidad, que convoquen al diálogo, que no criminalicen la diferencia ni la rabia mal contenida. Escuelas donde el buen trato no sea un afiche en la pared, sino una práctica cotidiana. La seguridad no puede sostenerse en el miedo: se construye en la confianza, en la inclusión, en el respeto a los derechos de todas y todos.

También hay que decir que las familias no pueden ser solo receptoras de citaciones, son parte del tejido que sostiene, o debilita, los climas escolares. No se trata de culpar, sino de convocar.

La convivencia no es tarea de uno, sino de todos, necesitamos urgente el compromiso compartido con el bien común, con la justicia social, con los vínculos genuinos y la escucha activa porque si no enfrentamos juntos este desafío, nuestras escuelas terminarán convirtiéndose en trincheras.

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