
Maternar en Chile: El trabajo más irremplazable y el menos reconocido
Maternar en Chile es una labor constante, solitaria y, sobre todo, desprotegida. En la actualidad, más del 56,6% de las mujeres en Chile somos madres (Instituto Nacional de Estadísticas, 2025). Históricamente, hemos sostenido los cuidados: de los hogares, de las infancias, de personas mayores y, muchas veces, también el trabajo de los hombres.
Sin embargo, el sistema continúa operando bajo una lógica que ni nos reconoce ni nos protege. Basta recordar que el fuero maternal solo cubre hasta los dos años de vida de la primera infancia, cuando la realidad impone al menos 13 años -o más- de necesidades de cuidado. ¿No deberíamos, como mínimo, garantizar protección hasta la adolescencia?
Un estudio de Equifax revela que el 38% de las madres en Chile presenta morosidades financieras (La Tercera-Pulso, 2020) Este dato no sorprende si consideramos que las madres enfrentan múltiples obstáculos estructurales: ingresos inestables, empleos informales o de media jornada, ausencia de redes de apoyo y una sobrecarga casi exclusiva en las tareas de cuidado.
El mismo estudio indica que solo un 14% de las madres son profesionales y que, en promedio, tienen 2,4 hijos. Esta combinación -baja calificación profesional, alta carga de cuidado y escaso apoyo estatal- configura una trayectoria laboral y económica marcada por la precariedad. Estos datos nos permiten comprender la situación actual de la fecundidad en Chile, que ha alcanzado un mínimo histórico con un promedio de 1,2 nacimientos por mujer (S. Runín, A. Santillán, & C. León, 2025).
El 56,3% de las mujeres en Chile destinan, 03:27 horas a realizar cuidados no remunerados, mientras que los hombres dedican solo 53 minutos promedio a esta labor en un día. (Instituto Nacional de Estadísticas , 2025) Esta distribución desigual del tiempo impacta directamente en nuestras posibilidades de inserción y permanencia en el mercado laboral.
Cuando el empleo formal no permite conciliar, muchas optan por el emprendimiento. Según la Encuesta de Microemprendimiento del Ministerio de Economía, el 38,6% del universo microemprendedor está compuesto por mujeres, lo que equivale a cerca de 795 mil emprendedoras. Pero no lo hacemos por vocación empresarial necesariamente, sino por necesidad: la falta de empleos que permitan compatibilizar con el cuidado nos empuja a crear soluciones propias.
Sin embargo, el emprendimiento no garantiza por sí solo la autonomía económica. Según el informe de resultados El Microemprendimiento Femenino en Chile, presentado por el Ministerio de Economía, los hombres microemprendedores obtienen en promedio ingresos mensuales de $815.513, mientras que las mujeres apenas alcanzamos los $439.854 (Ministerio de Economía, 2020).
¿La razón? No trabajamos menos, sino en condiciones más adversas: desde el hogar, sin redes, sin financiamiento, con interrupciones constantes y con responsabilidades familiares que no cesan.
El mismo informe muestra que el 45% de las microemprendedoras trabaja desde su casa, no por elección sino por obligación. Es en el mismo espacio donde se mezcla el trabajo remunerado con la crianza, donde una reunión por Zoom se interrumpe por una tarea escolar o una mamadera. Este entrelazamiento de roles tiene consecuencias profundas en la salud física y mental de las mujeres.
La sobrecarga, la fragmentación del tiempo, el estrés y la culpa configuran un panorama alarmante. A esto se suma una política pública que sigue mirando el cuidado como una responsabilidad privada y femenina, sin asumirlo como un trabajo social y económico central para la reproducción de la vida y el sostenimiento de la sociedad.
De los beneficios a los derechos: el giro necesario
No basta con un saludo una vez al año. La deuda con las madres en Chile es histórica y estructural. Mientras enfrentamos una baja natalidad y un envejecimiento de la población, seguimos sin políticas públicas que reconozcan el cuidado como un derecho laboral y humano.
Necesitamos avanzar desde la lógica del “beneficio” hacia una que consagre derechos: conciliación corresponsable, licencias extendidas, apoyos económicos, reconocimiento previsional y servicios públicos de cuidado.
Casi la mitad de los hogares en Chile está encabezado por una mujer (Sato Jabre & Dúran , 2024). Sin embargo, esta feminización del sostén económico no ha traído aparejada una mayor autonomía o seguridad financiera. Las mujeres seguimos dedicando la mayor parte de nuestras horas de vida al sostenimiento del hogar, sin reconocimiento ni protección adecuada.
Maternar no es un privilegio, es una tarea social que merece respaldo. No queremos más “ayudas” ni “premios”. Exigimos lo que nos corresponde: derechos conquistados, jamás regalados. La maternidad debe dejar de ser una trampa de precariedad para convertirse en una etapa de la vida vivida con dignidad, apoyo y justicia.
Porque en el único trabajo donde nadie nos puede reemplazar -maternar- merecemos reconocimiento y protección.