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Israel ha muerto: Del genocidio en Gaza al fin del proyecto sionista
Foto de Agencia Uno

Israel ha muerto: Del genocidio en Gaza al fin del proyecto sionista

Por: Daniel Jadue | 05.06.2025
Netanyahu y su coalición creen estar escribiendo la página final del conflicto, pero si el sionismo sobrevive a este episodio, jamás podrá borrar de su historia lo que ha hecho. Están cavando la tumba física y política de su proyecto. Porque donde hay imperialismo, hay resistencia. Y donde hay genocidio, habrá justicia. Gritémoslo en todo el mundo: Israel ha muerto, y víctima de su propio genocidio.

Lo que comenzó como una operación militar de Hamás que vulneró las murallas de seguridad del Estado de Israel, ha derivado en una ofensiva sin precedentes que hoy el mundo reconoce como genocidio.

A más de un año y medio del inicio de bombardeos incesantes e incursiones criminales, más de 53.000 palestinos muertos, más de 127.000 heridos, y una infraestructura civil completamente devastada, lo que Israel está haciendo en Gaza excedió hace mucho la excusa intolerable de la legítima defensa. Nunca el opresor, nunca el colonizador es el que tiene derecho a defenderse, sino sus víctimas.

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El actual gobierno israelí no busca la paz ni la seguridad para su población. Busca la aniquilación del pueblo palestino. Lo ha dicho con todas sus letras: control total de Gaza, expulsión de la población civil, y el reemplazo de la ayuda humanitaria internacional por operadores privados, estadounidenses, que administren el desalojo masivo.

En otras palabras, una limpieza étnica aprobada y financiada por Estados Unidos y por Europa, planificada bajo la cobertura de una supuesta guerra contra el “terrorismo” y encubierta por los medios de comunicación hegemónicos de todo el planeta.

Pero el proyecto sionista choca contra los límites de su propia lógica y comienza desmoronarse. Israel, que hasta hace poco era percibido como una potencia regional invulnerable, está comenzando a pagar el precio de su cruel brutalidad, y de su desprecio por la vida y por los derechos humanos.

A nivel externo, la hipócrita condena diplomática ha escalado a niveles jamás vistos: España, Francia, Reino Unido, Canadá, Bélgica, incluso una Unión Europea tan tibia y cómplice, han comenzado a aplicar medidas simbólicas y revisar acuerdos militares y comerciales, y que a más de 18 meses de genocidio parecen un chiste cruel para lavar sus manos llenas de sangre palestina.

El problema es que la reacción europea, es más performativa que efectiva. Las palabras condenan, pero las armas siguen llegando. Alemania, que parece seguir siendo tan nazi como durante la segunda guerra, ha aumentado sus exportaciones militares a Israel, y ni un solo país europeo se ha atrevido a aplicar la orden de detención internacional contra Netanyahu dictada por la Corte Penal Internacional, que hoy por fin ha sido declarado culpable de crímenes de guerra por dicha Corte.

Todo esto demuestra que la arquitectura imperialista global sigue funcionando en torno al eje Estados Unidos-Israel, donde los crímenes de guerra son tolerables si sirven para preservar el orden establecido y los intereses del capital transnacional.

Sin embargo, lo más preocupante para el establishment israelí no ocurre en Bruselas, sino en Tel Aviv. La guerra que Netanyahu declaró para su propia supervivencia está fracturando a la sociedad israelí desde dentro. Más de 100.000 reservistas se han negado a servir, entre ellos miembros de la marina, exagentes del Mossad, académicos, paracaidistas, médicos y soldados de unidades de élite. Algunos prefieren el suicidio a ser parte de otro genocidio. Se multiplican las protestas y hasta colonos en Cisjordania han comenzado a manifestarse con fotos de niños palestinos asesinados.

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En la propia cúpula militar se habla abiertamente de colapso estratégico. Las cifras son devastadoras: 78.000 soldados heridos, 9.000 con daño psicológico severo, 42 suicidios y un déficit de 10.000 efectivos que ha obligado a extender el servicio militar obligatorio. El país comienza a desangrarse desde adentro, víctima de sus propios crímenes. La juventud huye de las zonas de conflicto arrancando de su propia e intolerable complicidad. Las tasas de natalidad se desploman. Y el odio interno entre las distintas facciones del país amenaza con incendiar la sociedad israelí.

Como bien lo expresó el ex general Yitzhak Brik: “Israel se hunde cada vez más en el fango de Gaza (…) y la guerra ha perdido todo propósito”. Incluso el ex primer ministro Ehud Barak acusa al gobierno de llevar al país al abismo por intereses políticos y no de seguridad.

Israel, otrora presentado por los medios occidentales y por sus aliados europeos y anglosajones, como la “única democracia de Medio Oriente”, se ha convertido en un Estado paria, en un eco de la Alemania Nazi que ha servido de justificación para sus crímenes, según sus propios analistas.

Aislado, desprestigiado, cuestionado por la comunidad internacional y crecientemente resistido por sectores de su propia población. Cada día se acerca más al punto en que ya no podrá sostener su proyecto colonial sin recurrir a la solución total de la que ellos también serán victimas.

Ese es el dilema del sionismo militarista: puede ganar batallas, pero no puede matar una causa. La lucha del pueblo palestino por la autodeterminación y la libertad ha sobrevivido a las masacres, al exilio, al bloqueo y al silencio cómplice de muchas potencias.

Hoy vuelve a emerger con más fuerza que nunca, desde las ruinas de Gaza hasta las calles del mundo donde millones exigen el fin del genocidio y la justicia para Palestina. Los palestinos saben que estaban ahí antes de la llegada del primer invasor y que seguirán estando luego de que se vaya el último.

Netanyahu y su coalición creen estar escribiendo la página final del conflicto, pero si el sionismo sobrevive a este episodio, jamás podrá borrar de su historia lo que ha hecho. Están cavando la tumba física y política de su proyecto. Porque donde hay imperialismo, hay resistencia. Y donde hay genocidio, habrá justicia. Gritémoslo en todo el mundo: Israel ha muerto, y víctima de su propio genocidio.

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