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No es ideología, es realidad: Abortamos aunque ustedes lo nieguen
Agencia Uno

No es ideología, es realidad: Abortamos aunque ustedes lo nieguen

Por: Karen Espíndola | 03.06.2025
Pecar y delinquir no son lo mismo. Cuesta creer que haya representantes públicos que aún no distinguen entre ambos planos. Y sin embargo, lo vemos una y otra vez: quienes insisten en hacer de sus creencias una norma para todos, olvidando que en una democracia no se gobierna desde el púlpito.

La candidata presidencial Evelyn Matthei afirma que el aborto es solo un “asunto ideológico”. Y con esa frase lo reduce todo: nuestras vidas, nuestros cuerpos, nuestras muertes. Porque cuando una mujer pobre muere por un aborto inseguro, no muere por ideología. Muere porque no tuvo opciones.

Abortamos desde que estamos en esta tierra. Con ley o sin ley. Lo hacemos igual. Pero mientras unas pueden pagar una clínica privada o viajar al extranjero, otras sangran en el baño de sus casas, criminalizadas y solas. Eso no es ideología. Eso es injusticia social, violencia estructural, castigo de clase.

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Llamar “ideología” al aborto libre es un intento desesperado de mantener el control sobre nuestros cuerpos. Es negar la experiencia de miles de mujeres que han sido invisibilizadas, estigmatizadas y silenciadas por un sistema patriarcal que prefiere la culpa antes que la compasión. Que prefiere la cárcel antes que el cuidado.

¿Arcaico? Sí. ¿Inhumano? También. Porque no hay nada más cruel que obligar a parir, que forzar maternidades no deseadas, que juzgar sin escuchar. Mientras ustedes debaten desde sus cargos, nosotras acompañamos.

La moralidad de continuar o interrumpir un embarazo no puede ser impuesta por el Estado. Esa decisión nace de convicciones profundas, personales, muchas veces atravesadas por creencias religiosas, experiencias íntimas y circunstancias extremas.

En ese sentido, el rol del Estado no es castigar ni adoctrinar, sino garantizar derechos. Porque imponer una única visión moral sobre todos los cuerpos es una forma de violencia institucional.

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Quienes legislan tienen un deber claro: hacerlo para toda la población, sin imponer sus convicciones religiosas o morales. Ese es el verdadero sentido del respeto a la libertad de creencias, un principio consagrado -y tantas veces defendido con fervor- en nuestra propia Constitución.

La ley no puede, ni debe, dictar nuestras prácticas de fe. Nadie está obligado a participar en rituales religiosos ni a someter su vida a los dictados de una iglesia. Ir a misa o casarse por lo sagrado son decisiones personales, no mandatos del Estado.

Pecar y delinquir no son lo mismo. Cuesta creer que haya representantes públicos que aún no distinguen entre ambos planos. Y sin embargo, lo vemos una y otra vez: quienes insisten en hacer de sus creencias una norma para todos, olvidando que en una democracia no se gobierna desde el púlpito.

El aborto libre no es una ideología. Es una necesidad de salud pública, de justicia y de humanidad. Porque decidir también es sanar. Y no vamos a retroceder.

Aborto libre, seguro y gratuito. Para todas.

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