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Gaza es el nervio expuesto del mundo
Agencia Uno

Gaza es el nervio expuesto del mundo

Por: Diego Verdejo | 27.05.2025
La justicia no vendrá. No hay redención. Solo memoria y furia. Solo la voluntad de no olvidar, de no dejar que la sangre se vuelva cifra, que el niño sin rostro se vuelva estadística. Gaza exige ser nombrada sin filtros, sin diplomacia, sin resguardo. Nombrarla es dejarse contaminar. Es dejar que el horror nos hunda. Porque si no nos duele Gaza, estamos ya muertos.

Todo tiembla. Todo arde. La piel del mundo se rasga en Gaza. No hay lógica. No hay orden. Solo un aullido prolongado que atraviesa el tiempo como un cuchillo sin mango. La tierra no es tierra: es carne calcinada. El cielo no es cielo: es útero vacío que escupe fuego. Y el niño sin rostro, sin nombre, sin grito, es el centro ardiente del universo, donde toda dignidad se deshace.

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El poder no mata: devora. No ejecuta: mastica, tritura, digiere. Una máquina de acero y pulsión, operando con la precisión del horror cotidiano. Gaza es la víscera que no se deja cauterizar. Una abertura donde el mundo expulsa su miseria. Todo lo que se niega, todo lo que se reprime, todo lo que se expulsa, se coagula allí.

Los edificios colapsan como pulmones cansados. La sangre se mezcla con el polvo y el polvo con los rezos rotos. No hay lenguaje. Solo restos de fonemas que alguna vez fueron madre, agua, pan, patria. Se habla con los ojos arrancados. Se responde con piedras. Cada escombro es un órgano amputado del mundo.

El verdugo no se esconde. Tiene nombre, uniforme, satélite, ministerio. Pero el crimen no es él. El crimen es el orden que lo contiene, la arquitectura que lo sostiene, la moral que lo absuelve. Una civilización que aplaude la muerte siempre que ocurra lo suficientemente lejos, lo suficientemente en otro color, lo suficientemente en otro Dios.

No hay conflicto. Hay disección. Una coreografía obscena donde el bisturí baila sobre la carne viva. Y Gaza no muere: explota. Gaza no cae: se derrama. Gaza no es víctima: es volcán. Es exceso. Es lo que no puede ser contenido, lo que rebalsa las categorías, lo que revienta los marcos diplomáticos. Gaza es puro presente, sin futuro ni pasado. Solo ahora. Solo herida.

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Las bocas llenas de discursos vomitan equilibrio. Los ojos educados en la neutralidad prefieren no ver. Pero el hedor no se puede evitar: es el hedor del alma podrida, del pacto sellado con napalm, del silencio como moneda. No es que el mundo no sepa. Es que el mundo eligió. El espectáculo se transmite en 4K y los cadáveres sirven de cortina para las cumbres.

Y aun así, algo escapa. Algo respira. Bajo el peso de mil toneladas de olvido, una niña dibuja en el polvo. Un hombre lleva pan en la camisa. Un anciano reza con los labios partidos. Y ese gesto, mínimo, es una insurrección. Un relámpago. Una grieta en la máquina. Porque el deseo no muere. Porque la vida, incluso reducida a ceniza, siempre sabe cómo arder de nuevo.

La justicia no vendrá. No hay redención. Solo memoria y furia. Solo la voluntad de no olvidar, de no dejar que la sangre se vuelva cifra, que el niño sin rostro se vuelva estadística. Gaza exige ser nombrada sin filtros, sin diplomacia, sin resguardo. Nombrarla es dejarse contaminar. Es dejar que el horror nos hunda. Porque si no nos duele Gaza, estamos ya muertos.

Y en el fondo, Gaza no es una ciudad. Es un órgano. El corazón latiendo fuera del pecho. El nervio que todo lo siente. El grito absoluto. La pulsación que descompone toda lógica. Gaza es el mundo cuando el mundo se arranca la máscara. Y lo que vemos no es un rostro: es una herida.

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