
Líderes y gestoras invisibles: La paradoja de las enfermeras en el sistema de salud
La enfermería es, sin duda, uno de los pilares del sistema sanitario. Por ello no es casual que a nivel mundial el 80% del personal sanitario corresponde a personal de enfermería, y que más del 70% del personal de salud esté compuesto por mujeres (OMS, 2021).
Sin embargo, cuando miramos hacia arriba, hacia las jefaturas estratégicas, direcciones nacionales o decisiones políticas, las cifras caen drásticamente: solo el 25% de los cargos de alta dirección en salud están ocupados por mujeres (Women in Global Health, 2023).
En Chile, esa cifra es aún más baja. El techo de cristal en salud no es una metáfora, es una estructura reforzada por años de normalización, sesgos y decisiones que excluyen a las enfermeras mujeres de los espacios de liderazgo.
Y no, no es por falta de capacidades. Enfermeras lideran coordinaciones de servicios, gestionan camas, diseñan protocolos, hacen docencia e investigación, gestionan recursos humanos y materiales, implementan políticas públicas en el nivel local y nacional, forman a nuevas generaciones con rigurosidad y calidad científica.
Las enfermeras están en el corazón de la toma de decisiones clínicas y administrativas, pero no figuran en las actas de los directorios. Su liderazgo es intermedio, horizontal, muchas veces informal y profundamente invisible.
La paradoja es brutal: las enfermeras sostienen el sistema, pero no lo lideran. Se espera que coordinen, organicen, contengan, eduquen, gestionen, garanticen la calidad, implementen reformas, pero sin acceso al poder real. Son las gestoras silenciosas de la salud pública, mientras otros -con frecuencia hombres, como muestran los informes- toman las decisiones.
Lo que enfrentamos no es un problema individual, es estructural. Las barreras van desde la doble jornada y las responsabilidades de cuidado que tienen la mayoría de las trabajadoras mujeres, hasta los cuestionamientos constantes a su autoridad profesional, las brechas salariales y el peso del prejuicio que insiste en que una enfermera “sirve para cuidar, no para mandar”. Como si el cuidado no fuese, en sí mismo, un acto de liderazgo.
La evidencia es clara. Múltiples estudios demuestran que cuando las mujeres lideran en salud, mejoran los resultados organizacionales, aumentan la satisfacción de los equipos y se eleva la calidad de la atención a las personas. Entonces, la pregunta ya no es si necesitamos más mujeres liderando, la pregunta es: ¿qué estamos haciendo para garantizar su presencia efectiva y sostenida en la toma de decisiones?
Necesitamos cuotas de género en los cargos estratégicos, mentorías de mujeres líderes para otras mujeres líderes, apoyarnos como mujeres en cómo superar las dificultades y barreras en el camino del liderazgo. Necesitamos una cultura de colaboración y no de competencia.
Necesitamos procesos de selección libres de sesgos. Y, sobre todo, necesitamos reconocer y valorar ese liderazgo que ya existe en la gestión silenciosa de enfermeras que, día a día, sostienen la red sanitaria desde lo operativo, lo ético, lo humano y lo profesional.
Por eso, reconocer a las enfermeras no es solo honrar su labor, sino visibilizar ese liderazgo silencioso que por años ha sostenido el sistema y confiar en su capacidad de transformar el futuro de la salud.