
Hurtado vs Aravena y el quiebre en Republicanos: Cuando la fe se convierte en obstáculo para el entendimiento
El conflicto en la Macrozona Sur de Chile lleva décadas esperando una solución que no sea solo política, sino también cultural y humana. En este contexto, la Comisión para la Paz y el Entendimiento surgió como un intento -imperfecto, pero necesario- de abrir un espacio de diálogo con el pueblo mapuche.
Sin embargo, la reciente renuncia de la senadora Carmen Gloria Aravena, tras las críticas de su par Ruth Hurtado, revela una tensión profunda: cuando la religión, lejos de promover el encuentro, se convierte en motivo de división.
Ambas figuras se reconocen cristianas -una católica, la otra evangélica- y ambas pertenecen al mismo sector político. Pero Aravena, actuando en conciencia, decidió apoyar una propuesta que consideró justa, aunque fuera impulsada por el gobierno del presidente Boric. Hurtado, en cambio, la acusó de haber cedido a una “ideología izquierdista”, dejando ver que, para ciertos sectores religiosos, mantener la fidelidad partidista importa más que tender puentes hacia la reconciliación.
Este episodio expone un fenómeno más amplio: la dificultad de algunos sectores políticos para abrirse al diálogo cuando las propuestas no provienen de sus propias filas. En lugar de evaluar las ideas según su aporte a la justicia o la convivencia, se mide todo en función de la trinchera ideológica. Así, se cierran puertas necesarias para avanzar en soluciones reales, especialmente en temas tan delicados como la relación del Estado con el pueblo mapuche.
La fe, en este contexto, no es el origen del conflicto, pero sí ha sido usada para justificar posturas inflexibles. En vez de inspirar empatía, reconciliación y escucha -como muchas tradiciones religiosas promueven-, termina sirviendo de sustento moral a visiones políticas que se resisten a cualquier forma de apertura. El problema no es creer, sino instrumentalizar la creencia como argumento para la exclusión.
El pueblo mapuche -con su propia espiritualidad profundamente arraigada- ha sido constantemente marginado de procesos reales de reconciliación. La Comisión para la Paz, con todos sus errores, intentaba precisamente lo contrario. Pero cuando actores religiosos boicotean estos espacios por temor a “legitimar al gobierno”, no están defendiendo principios, sino perpetuando la fractura.
La presión ejercida sobre Aravena fue más que política; fue moral. Se la juzgó como si su decisión implicara una traición ética. Pero la verdadera traición no es dialogar con quien piensa distinto, sino callar por conveniencia. ¿Qué clase de fe es aquella que no puede sentarse en la mesa con el que sufre, solo porque no comparte la misma ideología?
Esta no es simplemente una disputa entre creyentes con opiniones distintas. Es una muestra del fracaso de sectores que, proclamando representar valores religiosos en la política, no han logrado entender que la pluralidad no es una amenaza, sino una oportunidad. Es posible buscar justicia sin renunciar a la fe, tender puentes sin traicionar convicciones y colaborar con gobiernos distintos sin volverse enemigos de los propios aliados.
La renuncia de Aravena no es señal de coherencia política. Es una señal de que, incluso frente a temas que deberían ser transversales, la fe se instrumentaliza para excluir y dividir. El país no necesita más discursos morales, sino líderes dispuestos a encarnar la valentía de escuchar, dialogar y construir en conjunto.
A Chile le urge una fe que se ponga al servicio de la paz, no de la polarización. Y quizás la mayor lección de esta crisis es que muchas religiones aún no están preparadas para liderar desde la reconciliación. Sería deseable que quienes utilizan la religiosidad en sus discursos políticos se replanteen la necesidad de buscar coherencia entre lo que proclaman y lo que practican.