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Otra seguridad es posible: Construir confianza desde la participación ciudadana
Agencia Uno

Otra seguridad es posible: Construir confianza desde la participación ciudadana

Por: Carla Donoso González | 29.04.2025
Chile necesita un nuevo pacto en torno a la seguridad. Uno que no se escriba con miedo ni populismo punitivo, sino con inteligencia, participación y justicia territorial. La coproducción de seguridad es, en ese camino, mucho más que un concepto técnico: es una apuesta política y ética para vivir mejor.

En Chile, la seguridad pública ha sido por décadas entendida como un asunto exclusivo de las policías y del Estado. Esta mirada reduccionista, centrada en el control, ha mostrado sus límites en un contexto donde el delito muta, las comunidades desconfían de las instituciones, y las respuestas reactivas ya no bastan.

Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar la confianza, fortalecer el vínculo Estado-comunidad y apostar por modelos preventivos y colaborativos. Y ahí, la coproducción de seguridad se vuelve clave.

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Hablar de coproducción de seguridad es hablar de trabajo conjunto entre instituciones y ciudadanía para diagnosticar, diseñar e implementar acciones orientadas a la prevención del delito y a mejorar la convivencia. No se trata solo de escuchar a las personas o realizar talleres participativos, sino de construir soluciones colectivas donde todos los actores sean protagonistas, con corresponsabilidad y enfoque territorial.

Durante siete años trabajé en Carabineros de Chile, específicamente en la Oficina de Integración Comunitaria. Esa experiencia me permitió ver, desde dentro, las oportunidades y también las limitaciones del trabajo policial cuando se hace sin una lectura profunda del entorno social.

Aprendí que las herramientas más efectivas para prevenir el delito no son siempre los patrullajes o controles, sino la presencia activa en el territorio, el conocimiento del barrio, la confianza vecinal, y la articulación con redes comunitarias. Estos elementos son fundamentales cuando se trata de prevenir el delito antes de que ocurra, más allá de simplemente reaccionar a él.

Mi tiempo en Carabineros me enseñó que la clave está en la participación activa de la comunidad, en el fortalecimiento de sus capacidades para resolver sus propios problemas de seguridad, sin depender exclusivamente de la policía. La prevención del delito se construye sobre la confianza, la solidaridad y el reconocimiento mutuo, valores que se cultivan desde el terreno, en las interacciones diarias, en la escucha y en la colaboración constante.

Actualmente trabajo como encargada regional de Participación Ciudadana, y aunque el foco es distinto, la lógica es la misma: la seguridad no se impone, se construye con las personas. Y esa construcción parte por reconocer que la ciudadanía no es solo beneficiaria de las políticas públicas, sino también una fuente de conocimiento, innovación y acción. El trabajo comunitario en prevención es un campo fértil para aplicar los principios de la coproducción de seguridad, adaptados a las realidades locales.

La creación del nuevo Ministerio de Seguridad Pública abre una oportunidad histórica para cambiar el paradigma. Para dejar atrás la visión centralista y punitiva, y avanzar hacia un modelo más democrático, descentralizado y preventivo. Pero esto no ocurrirá por decreto. Requiere voluntad política, formación profesional, recursos sostenidos, y, sobre todo, una apuesta decidida por el trabajo intersectorial y comunitario.

El nuevo ministerio tiene el desafío de ir más allá de las políticas tradicionales y centrarse en la integración de actores diversos: gobiernos locales, empresas, organizaciones sociales, y especialmente, las mismas comunidades.

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En contextos locales, donde los delitos afectan la vida cotidiana –desde robos a violencia en escuelas o espacios públicos deteriorados–, son las redes barriales, las organizaciones sociales y los líderes territoriales quienes mejor conocen el pulso de lo que ocurre.

Por eso, la prevención efectiva no puede ser diseñada en un escritorio a kilómetros del problema. Debe emerger desde el territorio, con las personas que lo habitan. Y el rol del Estado debe ser el de facilitar, acompañar y apoyar este proceso, no imponerlo.

Hablar de coproducción de seguridad también es hablar de dignidad. Porque implica reconocer que todos y todas tenemos derecho a vivir sin miedo, pero también tenemos responsabilidad en la construcción de entornos seguros. Y que esa tarea no puede recaer solo en las policías, porque entonces llegamos siempre tarde.

No basta con criminalizar o sancionar; necesitamos cambiar las condiciones que permiten la ocurrencia de delitos, modificando tanto la estructura social como la forma en que nos relacionamos como ciudadanos.

Prevenir el delito exige pensar en seguridad desde una lógica de cuidado mutuo, de presencia institucional con rostro humano, de diálogo sostenido y soluciones sostenibles. Requiere repensar nuestras formas de habitar lo público, de escuchar al otro, de reconstruir la confianza perdida. La coproducción de seguridad implica que todos asumimos nuestra parte de responsabilidad, pero también nos comprometemos a actuar juntos para lograr el bienestar común.

Chile necesita un nuevo pacto en torno a la seguridad. Uno que no se escriba con miedo ni populismo punitivo, sino con inteligencia, participación y justicia territorial. La coproducción de seguridad es, en ese camino, mucho más que un concepto técnico: es una apuesta política y ética para vivir mejor. Un pacto que, si se materializa, puede transformar la manera en que entendemos y vivimos la seguridad.

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