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Crisis de la fecundidad: El papel de la reproducción asistida en tiempos de transformación social
Agencia Uno

Crisis de la fecundidad: El papel de la reproducción asistida en tiempos de transformación social

Por: Yanira Madariaga Baeza | 14.04.2025
La baja fecundidad no puede abordarse sin atender las barreras que condicionan el deseo y la posibilidad de maternar. En vez de alarmarnos por las cifras, escuchemos a quienes quieren ser madres y no pueden. Ser madres, cuando es deseado, es parte del ejercicio del derecho a la salud sexual y reproductiva, reconocido internacionalmente. La reproducción debe ser un derecho garantizado, no un privilegio.

La tasa de fecundidad en Chile alcanzó en 2023 un mínimo histórico de 1,16 hijos por mujer, una de las más bajas del mundo. Este dato refleja no solo cambios demográficos, sino profundas transformaciones sociales, económicas y culturales que afectan la manera en que se piensa y ejerce la maternidad.

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Esta caída responde a múltiples causas: la postergación de la decisión de maternar, la precariedad laboral, la falta de conciliación trabajo-familia, la escasez de redes de apoyo y la búsqueda de estabilidad económica. Este retraso coincide con una etapa de menor fertilidad biológica, lo que lleva a muchas personas a recurrir a tratamientos de reproducción asistida (TRHA).

Además, la maternidad deseada se ve dificultada por la falta de corresponsabilidad y políticas públicas que aseguren tiempo y condiciones para criar. La edad promedio para tener el primer hijo ha subido a los 30 años, y según la Encuesta Bicentenario 2024, la principal razón para no tener hijos es la dificultad de compatibilizar crianza y desarrollo profesional.

También hay un cambio cultural: la maternidad ha dejado de ser un mandato social incuestionable. Cada vez más se valora como una opción vinculada al bienestar y a los proyectos personales.

Sin embargo, quienes desean maternar enfrentan barreras estructurales y emocionales, especialmente en el acceso a TRHA, que en Chile sigue siendo profundamente desigual. Procedimientos como la fertilización in vitro (FIV) son costosos y excluyentes, vulnerando el derecho a la reproducción, parte de los derechos sexuales y reproductivos reconocidos por organismos internacionales.

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Desde una mirada de justicia social, esta desigualdad es alarmante. Muchas mujeres enfrentan ansiedad por la incertidumbre de los tratamientos, sumada a la presión social y a la falta de apoyo emocional. La experiencia de buscar un embarazo es también un proceso emocional y social, atravesado por expectativas de género que vinculan la realización personal con la maternidad. La ausencia de acompañamiento psicológico y la precariedad económica intensifican este impacto.

Responder a esta crisis implica comprender que las decisiones sobre maternar están marcadas por nuevas formas de entender la autonomía, el cuidado y la vida en común. Las transformaciones culturales han puesto en el centro el derecho a decidir, y la necesidad de construir condiciones reales para ejercerlo sin culpa ni obstáculos.

Si Chile quiere abordar seriamente esta crisis, debe repensar su enfoque en salud reproductiva. No basta con incentivos económicos: es clave garantizar el acceso equitativo a tratamientos de fertilidad y apoyo integral en salud mental. Esto incluye incorporar los TRHA en la cobertura pública y privada, asegurar acompañamiento psicológico y avanzar en políticas de conciliación familiar, corresponsabilidad y estabilidad laboral.

La baja fecundidad no puede abordarse sin atender las barreras que condicionan el deseo y la posibilidad de maternar. En vez de alarmarnos por las cifras, escuchemos a quienes quieren ser madres y no pueden. Ser madres, cuando es deseado, es parte del ejercicio del derecho a la salud sexual y reproductiva, reconocido internacionalmente. La reproducción debe ser un derecho garantizado, no un privilegio.

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