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Odisea Venezolana en EE.UU.: Huyendo de Maduro para encontrarse con Trump
Foto: Embajada de Estados Unidos en Chile

Odisea Venezolana en EE.UU.: Huyendo de Maduro para encontrarse con Trump

Por: Nelson Soza | 04.04.2025
Para el segmento de personas blancas que vota por Trump, la mayoría, “hacer a América grande nuevamente” significa volver a un tiempo más homogéneo cultural y políticamente, a una era en la que solo los hombres cristianos blancos decidían y tenían control sobre sus destinos.

La masiva emigración de opositores al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, ha repartido historias de nostalgia y sacrificio por todo el continente. Después de incontables odiseas, lo que un grupo de ellos no imaginó, es que lo peor esperaba en la tierra prometida, al encontrarse con la infinita falta de humanidad de Donald Trump y su movimiento fascista MAGA.

El sábado 15 de marzo, 261 ciudadanos venezolanos se convirtieron en el nuevo sacrificio humano en la cruzada de Trump para “hacer a América blanca nuevamente” y transformarse en su dictador vitalicio. Quienes piensen que es exageración, no conocen a Trump, el presidente que hace de la farsa y el absurdo políticas de estado.

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En los últimos días le ha subido el tono a su demanda de adquirir Canadá y Groenlandia, “de una forma o de otra”, mientras que su círculo íntimo, al contrario de lo que dice la constitución, planea cómo postularlo a un tercer mandato.

En función de satisfacer una de las principales demandas de su base de la forma más cruel posible, Trump ordenó que los ciudadanos venezolanos fueran deportados de EE.UU. y enviados a una cárcel de máxima seguridad para “terroristas” y pandilleros en El Salvador, acusados de ser miembros del Tren de Aragua, la organización criminal venezolana. Según la propia admisión de un funcionario de gobierno, solo 137 de los 261 deportados pertenecerían a la pandilla. 

En el país que la derecha sueña, solo bastó una acusación de la agencia de migración, la Gestapo de Trump, para que sin pruebas ni debido proceso, estas personas fueran expuestas a un calvario kafkiano del que nunca pudieron defenderse, una violación tanto del derecho internacional como de las leyes de EE.UU.

Para no dejar dudas de su desdén por la ley, cuando un juez le ordenó detener la deportación, Trump decidió ignorarlo y los tres vuelos dispuestos para la ocasión arribaron a su destino. Aunque la Casa Blanca lo niega, todo indica que el desacato al juez fue calculado para socavar la autoridad del Poder Judicial, imponer la voluntad del Poder Ejecutivo y sentar así la bases de la dictadura a la que aspira Trump.

Una de las formas de materializar la visión de Trump y su movimiento Make America Great Again, MAGA, es impidiendo la migración a EE.UU. de personas pobres y de raza no caucásica, como los venezolanos; inmigrantes como Melania Trump y Elon Musk no cuentan. Como quedó demostrado en la última elección, mientras los blancos sean mayoría, continuarán teniendo la capacidad de elegir un presidente que esté de su lado, que entienda y defienda sus privilegios, aunque sea el personaje más ruin y menos calificado para serlo, como Trump.

La mayoría de los estadounidenses “blancos”, pieza clave en la coalición del presidente, siente pánico, por razones históricas y prácticas, de que una nueva realidad demográfica los convierta en la minoría racial. Por eso, como ha dicho Trump, su meta es prevenir que los inmigrantes “envenenen la sangre del país”, una frase ya acuñada por otro führer.

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Como muchos sabrán, en este país el capital y el racismo tienen una larga y sangrienta historia, siempre juntos cuidándose las espaldas. En EE.UU., la tensión entre la raza de una persona y su acceso al poder y la riqueza son parte de los cimientos de la sociedad; cualquier alteración sustancial en la matriz demográfica del país hace que se sacuda toda la estructura. 

Para Trump y sus secuaces, asegurarse de que los blancos continúen al tope de la pirámide racial, y por ende al tope de la pirámide política y económica, es un principio primordial e inclaudicable. Para el segmento de personas blancas que vota por Trump, la mayoría, “hacer a América grande nuevamente” significa volver a un tiempo más homogéneo cultural y políticamente, a una era en la que solo los hombres cristianos blancos decidían y tenían control sobre sus destinos.

Esta es la razón por la que la administración busca deportar a cientos de miles de inmigrantes, principalmente de Latinoamérica; los venezolanos solo se vieron atrapados en la maraña y fueron utilizados como escarmiento.

En tiempos normales, expulsar arbitrariamente a alguien sin derecho a defenderse, como en este caso, presenta los obstáculos propios de la democracia: habeas corpus, debido proceso, respeto por la dignidad humana, etc. Los controles y equilibrios impuestos por la ley son solo un estorbo que no permite deportar en los números que la derecha blanca necesita para revertir las proyecciones demográficas e impactar las elecciones.

Para eso Trump requiere poderes especiales, extra constitucionales, precisamente lo que espera desafiando a las cortes. Actuando con máxima premura, la administración busca confundir, pero es también el reconocimiento de que trabaja contra el tiempo: el proyecto fascista patrocinado por la oligarquía debe consolidarse antes del fin oficial del periodo presidencial de Trump.

Y así fue como los expatriados venezolanos, huyendo de un régimen al que consideraban injusto y dictatorial, saltaron de la sartén al fuego, acabando como carne para los leones del circo romano en el que Trump ha convertido la política, y todo apunta a que empeorará. En las últimas semanas, el gobierno ha ido más allá de perseguir inmigrantes indocumentados y refugiados, encarcelando y expulsando a residentes legales que califique peligrosos.

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Utilizando legislación de 1798, la Ley de Enemigos Extranjeros, la administración está deportando sin debido proceso a cualquier inmigrante que ose criticar a Trump o sus políticas: un asalto frontal a la tan manoseada libertad de expresión

Hasta ahora, luego de casi 250 años de vida republicana, han sido las cortes, con la Corte Suprema como máxima instancia, las que han tenido la última palabra sobre la legalidad del accionar de los otros dos poderes. La aceptación de estas reglas le han permitido al sistema político sobrevivir tanto tiempo. Pero, si Trump se sale con la suya, la frágil democracia estadounidense y la paz mundial seguirán colgando de un hilo.