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El cerebro adolescente y el peligro de la manosfera
Stephen Graham, Owen Cooper y Ashley Walters en la portada de la serie Adolescencia. ©Netflix

El cerebro adolescente y el peligro de la manosfera

Por: Catalina Baeza | 01.04.2025
Como sociedad tenemos el deber de intervenir con educación, conversación, contención y políticas públicas que estén a la altura. Así como no permitiríamos que los narcotraficantes se metan en las escuelas, no debemos permitir que lo hagan quienes difunden odio disfrazado de masculinidad. Es urgente. Y es una cuestión de salud mental, de desarrollo cerebral y de derechos humanos.

Mucho se ha dicho sobre la serie Adolescencia, una producción que, al menos por unos minutos -y ojalá que por más-, nos ha hecho reflexionar sobre lo que significa ser adolescente hoy.

La adolescencia es una etapa difícil, tanto para quienes la atraviesan como para quienes acompañan. Aunque en general culpamos a las hormonas, la neurociencia ha demostrado que el cambio más importante ocurre en el cerebro.

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Durante la infancia, el cerebro se dedica a aprender rápidamente y a formar miles de conexiones: lenguaje, movimiento, emociones básicas, normas sociales. Es una época de expansión. El cerebro infantil es como una esponja, absorbiendo el mundo a su alrededor.

Pero en la adolescencia, el cerebro entra en una nueva fase: la reorganización. Ya no se trata de absorber, sino de redefinir y optimizar lo aprendido. Se eliminan conexiones poco usadas y se refuerzan las más importantes. El objetivo es lograr un cerebro más eficiente. Pero este proceso -como toda gran remodelación- ocurre de forma desordenada e inestable.

Al desorden e inestabilidad, se suma el impacto de las hormonas sexuales, que activan zonas cerebrales relacionadas con la emoción, la búsqueda de placer y la impulsividad. La amígdala (miedo, ira), el núcleo accumbens (recompensa) y el sistema límbico (emociones intensas) están particularmente activos. Todo esto lleva a que los y las adolescentes sientan más intensamente, reaccionen con más impulsividad y busquen nuevas experiencias, muchas veces sin medir las consecuencias.

Y como si eso fuera poco, la corteza prefrontal -la parte del cerebro que nos ayuda a planificar, evaluar riesgos y tomar decisiones racionales- es la última en madurar. Su desarrollo puede extenderse hasta los 25 o incluso 30 años.

Por eso, las conductas de riesgo en la adolescencia no son producto necesariamente de la mala crianza, ni de la rebeldía sin sentido. Son parte de un cerebro que necesita probar, experimentar y equivocarse para aprender. Pero también por eso, el o la adolescente es altamente vulnerable a las influencias externas.

Ahí es donde entra en juego un factor clave: el entorno digital. Si un adolescente encuentra espacios donde otros se comportan de manera parecida -especialmente si se ofrece gratificación inmediata como videojuegos, pornografía o drogas-, se sentirá validado.

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Y si además encuentra comunidades como la manósfera -donde se promueven ideas misóginas, antifeministas y violentas-, su cerebro buscará pertenencia, reconocimiento y placer. Y lo encuentra, pero como odio y violencia.

La serie Adolescencia muestra esto con crudeza: un adolescente con una familia aparentemente funcional, al que criaron intentando que fuera igual a los otros, como alguien fuerte y bueno para la pelota, aunque él era mejor para el dibujo. Un joven que, al sentirse excluido e inadecuado frente a sus pares y rechazado por niñas de su edad, encuentra su lugar en estas redes violentas. Y allí es aplaudido por dañar.

¿Es un peligro? Sin duda lo es. Porque muchos adultos aún ignoran la existencia de estos espacios, o incluso reproducen actitudes antifeministas legitimando, sin tomar consciencia de sus actos, la violencia hacia las mujeres.

Para un cerebro en formación, que siente con intensidad y carece aún de pleno juicio, estos discursos pueden instalarse como verdades. Y lo que estamos viendo -no solo en series, sino en la vida real- es que algunos adolescentes están siendo formados en el odio.

El feminismo no es una amenaza para los hombres seguros de sí mismos, lo es para quienes sostienen una masculinidad frágil. Son esos hombres los que crean espacios donde niños y adolescentes aprenden que odiar a las mujeres es una forma de validación, y esto sucede en el mundo real, más allá de las redes sociales.

Pero, es en las redes sociales que esta legitimación de la violencia alcanza otro nivel, porque tal como lo vemos en la serie, los adultos responsables no sabemos realmente lo que sucede y al no saberlo todo esto pasa desapercibido, mientras niños y niñas, en plena etapa de desarrollo, con un cerebro ávido por novedades, están siendo envenenados.

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Como sociedad tenemos el deber de intervenir con educación, conversación, contención y políticas públicas que estén a la altura. Así como no permitiríamos que los narcotraficantes se metan en las escuelas, no debemos permitir que lo hagan quienes difunden odio disfrazado de masculinidad.

Es urgente. Y es una cuestión de salud mental, de desarrollo cerebral y de derechos humanos.