
Johannes Kaiser y la parodia fascista
Johannes Kaiser Barents-Von Hohenhagen, oriundo de Santiago de Chile, fue un nazi precoz. Gustaba de regalar esvásticas a sus compañeros de colegio, comentó en una entrevista. A confesión de parte, relevo de pruebas, aunque ahora reniegue de su pasado.
Desde 2013 mantiene un canal de youtube donde da rienda suelta a su incontinencia verbal, y desde donde insulta, menosprecia y manipula. Comenzó como un outsider y ahora es una carta presidencial de una extrema derecha nacional que él está ayudando a reconfigurar, formando parte de la ola reaccionaria mundial.
Su discurso es machista, vulgar y maniqueo. Mucho más que el de José Antonio Kast (ver link) a quien, por ahora, está desplazando en el torneo electoral de la derecha por blando, demasiado fino y sonriente. El mercado de la extrema derecha criolla demanda, al parecer, otra cosa, algo más prosaico, si cabe. Sin embargo, nada está decidido todavía.
En un país donde se han diluido todos los controles morales frente a la barbarie, tenemos a un posible candidato a la presidencia de la República que justifica y aplaude con orgullo los crímenes de la dictadura cívico-militar (“Estaban bien fusilados esa gente en Pisagua. Bien fusilados”) que ataca y ofende a las mujeres, inmigrantes y minorías de todo tipo y, en sus ratos libres, produce un documental glorificando a un torturador como Miguel Krassnoff Martchenko.
Hoy es alguien a quien se invita habitualmente a conversar como representante de una opinión política más. Esto da cuenta de la debilidad ética, política y jurídica de la sociedad chilena en general y de la clase política en particular, frente a este tipo de personajes. El autoritario, el populista de derechas, el neofascista, o quien coquetea con estas ideologías, no es un “legítimo otro”, usando el concepto de Humberto Maturana.
Es decir, no es un sujeto con quien se puede asentar la convivencia sobre la empatía y el respeto mutuo. Kaiser no es simplemente un personaje “polémico”, no es una curiosidad más o menos folklórica dentro del espectáculo electoral. Kaiser es una persona intolerante que expresa una ideología cruel y tóxica que divide al mundo entre amigos y enemigos.
Pienso que frente a Kaiser sólo cabría la intolerancia y el ostracismo democráticos. Sin embargo -aquí y en todo el mundo-, ya es demasiado tarde. Los “cordones sanitarios” no funcionaron. El huevo de la serpiente ya eclosionó.
Kaiser, como muchos otros semejantes, carece de pensamiento propio. Es un repetidor, una parodia de las recetas de la altright norteamericana, que es un menjunje de neoliberales, ordoliberales, paleolibertarianos, anarcocapitalistas, supremacistas blancos y neofascistas partidarios de la “ilustración oscura”.
Todas estas “nuevas caras de la derecha” como las denomina Enzo Traverso, son muy liberales en lo económico pero archiconservadoras y represoras en lo social y en lo moral. Constituyen una fauna dogmática siempre transgrediendo los límites de “lo decible”, que en unas pocas décadas ha pasado de la marginalidad a gobernar países.
Pero, si bien “el fascismo a cuyo retorno estamos asistiendo no es el que alguna vez existió”, como afirma el historiador Federico Finchelstein, en muchos aspectos se parece mucho. Es una buena parodia.
La estrategia de Kaiser, perniciosa como la de sus pares, consiste en repetir sandeces tras sandeces. Su estrategia es la provocación constante, usando y abusando de las redes sociales donde despliegan su odio y delirios conspiracionistas. Se apoyan en una masa digital domesticada, una masa algorítmica, diseñada y programada por ellos mismos. Una tecnomasa que no piensa pero actúa.
El discurso de Kaiser es una caricatura de discursos exteriores a la realidad chilena. No tienen arraigo cultural, pero sí tienen eficacia retórica porque remueven y movilizan las pulsiones básicas de la tribu.
Los fascistas paródicos, como los originales, tienen siempre disponible una oferta de orden autoritario para un desorden social, real o imaginario, que ellos mismos han contribuido a crear. Inventan o exageran peligros y a continuación ofrecen soluciones simples y burdas. Para ellos no hay más verdad que aquella que se construye a fuerza de repeticiones, aunque esas repeticiones sean mentiras.
Contra sus enemigos desatan una “batalla cultural” que consiste en reiterar, hasta el hartazgo, tres o cuatro ideas elementales para influir en los valores, creencias y normas culturales de una sociedad mundial hegemonizada por las izquierdas. Sus enemigos son el liberalismo claudicante, la multiculturalidad, el wokismo, el marxismo igualitarista, la Agenda 2030, los inmigrantes, las feministas y ecologistas. “De modo contraintuitivo se asegura que la izquierda ha triunfado y ha logrado imponer su hegemonía en lugares clave del poder global”, dice Pablo Stefanoni.
Kaiser todavía no ha dicho “zurdos de mierda” como su referente transandino ni ha mostrado una motosierra, pero ha dicho que hay que “depurar” el Estado de personas no eficientes. Adivine usted quienes, en la historia, han usado el término “depuración” y contra quienes. Como su hermano Alex, Johannes pelea sobre todo contra un enemigo inexistente: el Estado. Lo hace en un país como Chile, ejemplo neoliberal en el mundo, cuyo aparato público lleva décadas de desmantelamiento a partir de la dictadura cívivo-militar.
En Chile las empresas de propiedad pública corresponden aproximadamente al siete por ciento del total, mientras que, por poner un ejemplo, en España son alrededor de quince por ciento y en Argentina alrededor del veinte. Estos datos empíricos, sin embargo, no tienen ninguna relevancia para ellos porque la receta es repetir consignas falsas hasta que sean aceptadas como verdades.
Todo es posible cuando las ciudadanías desconcertadas están buscando al líder que las haga creer en algo. Kaiser es un emergente en una sociedad como la chilena, precarizada, desarticulada, desmovilizada y agotada después de décadas de hegemonía neoliberal.
Y, después del fracaso/derrota de la revuelta de octubre, es una sociedad asustada, deprimida, desconfiada y resentida que se ha negado a sí misma sus deseos emancipatorios y camina cabizbaja a intercambiar su libertad por la falsa seguridad que le ofrecen los mismos que han creado la inseguridad.
Kaiser, no es sólo otro momento del péndulo electoral, que en algún momento volverá a la cordura y elegirá a líderes “como los de antes”, esencialmente democráticos, con visión de Estado, ponderados etc. Kaiser es otra de las muchas expresiones tristes de sociedades que caminan hacia la barbarie.