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Festival de Viña 2025: Censura inquisitoria, al borde de un nuevo oscurantismo
Agencia Uno

Festival de Viña 2025: Censura inquisitoria, al borde de un nuevo oscurantismo

Por: José Rodríguez | 28.02.2025
En un país que se enorgullece de su democracia y diversidad, no podemos permitir que la censura religiosa determine qué se puede decir y qué no. La libertad de expresión y el derecho a una cultura inclusiva deben prevalecer sobre cualquier dogma. De lo contrario, estaríamos cediendo al miedo y abriendo la puerta a un nuevo oscurantismo postmoderno.

La semana pasada se desató una nueva polémica en torno al colectivo LGBTQIANB+ en Chile, esta vez con el artista pop Dani Ride como protagonista. Ride fue invitado a representar a nuestro país en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar con su más reciente éxito, "Infernodaga", una canción autobiográfica que narra las restricciones impuestas por la fe en su familia y cómo estas influyeron en su desarrollo personal y en el descubrimiento de su orientación sexual.

El cardenal arzobispo de Santiago, Fernando Chomalí, lamentó que esta canción represente a Chile y la calificó como blasfema. Días después, un grupo de representantes de la Iglesia Católica, liderados por la abogada Marcia Marchant, protestó a las puertas de la Municipalidad de Viña del Mar, gritando con altavoces: "Macarena Ripamonti, tienes muy claro que blasfemar, como lo estás haciendo, es pecado".

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Más allá de la libertad de culto, hay varios puntos que no pueden pasarse por alto en este debate. En primer lugar, la Iglesia ha marginado históricamente a la comunidad LGBTQIANB+, lo que ha generado un profundo desapego hacia lo religioso en muchas personas, incluyéndome.

En segundo lugar, la institución que hoy se indigna por una canción ha enfrentado graves denuncias de abusos sistemáticos contra niños y adolescentes, muchas veces encubiertos por su jerarquía.

Por último, no es la primera vez que el arte ha sido objeto de críticas o intentos de censura por parte de sectores religiosos; la historia nos ha enseñado que cuando la censura religiosa se impone, las sociedades retroceden hacia el oscurantismo.

La religión es una elección personal, pero la cultura es un espacio de expresión colectiva. El arte, en todas sus formas, ha sido un reflejo de las luchas sociales y un medio para visibilizar realidades que incomodan a ciertos sectores. Dani Ride no solo está contando su historia, sino también la de miles de personas que han sufrido el peso de la intolerancia. Negarle ese espacio en nombre de una moral impuesta es revivir las prácticas inquisitoriales que creíamos superadas.

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Es fundamental comprender que la libertad de expresión es un derecho inalienable que permite a las sociedades avanzar y evolucionar. La censura, especialmente cuando se disfraza de protección moral o religiosa, representa un retroceso peligroso que limita el pensamiento crítico y restringe el diálogo sobre problemáticas sociales urgentes.

En este caso, la canción de Dani Ride se convierte en un símbolo de resistencia y de reivindicación de quienes han sido oprimidos por sistemas de creencias que buscan imponer una única verdad.

El Festival de Viña del Mar no solo es un evento musical; es un espacio que refleja la diversidad cultural de Chile y del mundo. En este contexto, la inclusión de artistas que abordan temáticas de género, sexualidad y derechos humanos es una señal de apertura y progreso. Rechazar estas expresiones es dar la espalda a una realidad que, nos guste o no, forma parte de nuestra sociedad y merece ser representada en todos los escenarios posibles.

Además, es necesario preguntarnos por qué ciertos sectores continúan aferrándose a discursos de odio y exclusión, en lugar de promover el respeto y la convivencia en la diversidad. La Iglesia ha tenido siglos para reflexionar sobre su relación con las disidencias sexuales y de género, pero parece que su postura sigue siendo la misma: rechazo, condena y censura. Este tipo de actitudes solo profundizan la brecha entre la religión y una sociedad que avanza hacia la inclusión y la igualdad.

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En un país que se enorgullece de su democracia y diversidad, no podemos permitir que la censura religiosa determine qué se puede decir y qué no. La libertad de expresión y el derecho a una cultura inclusiva deben prevalecer sobre cualquier dogma. De lo contrario, estaríamos cediendo al miedo y abriendo la puerta a un nuevo oscurantismo postmoderno.

Es momento de reafirmar nuestro compromiso con una sociedad donde todas las voces tengan cabida, donde el arte siga siendo una herramienta de transformación y donde la intolerancia no tenga espacio para prosperar.