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El resurgimiento del odio y la crisis democrática
En los últimos meses del 2024, vimos un preocupante auge de discursos de odio en distintos países del mundo, especialmente en Europa. E incluso en naciones con relativa estabilidad como Italia, Alemania, Inglaterra y España, se observa un resurgimiento de movimientos ultraconservadores con fuertes influencias neonazis.
Hasta hace poco su impacto se limitaba a tensiones en los parlamentos, donde estos grupos, ahora convertidos en partidos políticos, utilizaban las instituciones democráticas para promover su agenda anti-derechos.
Sin embargo, este escenario cambió con las elecciones en Estados Unidos. El discurso de campaña de Donald Trump, cargado de estigmatización hacia mujeres, disidencias sexuales, de género y migrantes, pareció servir como un impulso para que otros grupos radicales en diferentes países adoptaran estrategias similares.
Un ejemplo alarmante es la campaña del partido Alternativa para Alemania (AfD), que distribuyó boletos de avión simbólicos con su logo, dirigidos a personas migrantes, promoviendo abiertamente su expulsión.
Latinoamérica no está exenta de esta ola reaccionaria. En Argentina, el presidente Javier Milei aprovechó el Foro Económico Mundial de Davos para generalizar un caso de abuso infantil en una familia homoparental y dirigir un ataque indiscriminado contra toda la comunidad LGBTQIANB+.
Sus declaraciones, como “porque en sus versiones más extremas, la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil”, legitiman discursos que buscan restringir derechos adquiridos y fomentar el odio.
Ante este panorama, los movimientos sociales han respondido con fuerza. Multitudes han salido a las calles con cánticos antifascistas, exigiendo que la historia no se repita. El Holocausto, el fascismo y las dictaduras del siglo XX no fueron eventos aislados, sino consecuencias del avance de ideologías extremistas que encontraron en el miedo y la discriminación un terreno fértil.
El problema es aún más profundo. Una reciente encuesta de 40db reveló que el 25,9% de las juventudes prefieren regímenes autocráticos sobre los democráticos. ¿Por qué? ¿Qué está fallando en nuestras democracias para que el autoritarismo se perciba como una opción viable?
Parece evidente que el sistema democrático está en crisis, mientras la mayoría de la ciudadanía sigue atrapada en la cotidianidad neoliberal, donde el interés individual prevalece sobre el colectivo.
Pero aún hay esperanza. Es momento de fortalecer nuestra memoria histórica y recordar que el miedo a lo diferente ha sido, siempre, la base de los regímenes más oscuros de la humanidad. No podemos permitir que el autoritarismo, disfrazado de populismo, nos haga olvidar que la democracia, con todos sus defectos, sigue siendo la única herramienta capaz de garantizar la diversidad, la justicia y los derechos humanos.