
La memoria histórica y el monumento al General Baquedano
Personajes históricos han existido siempre. Algunos son recordados fugazmente cuando cruzamos una calle y al leer el letrero nos resulta familiar, o cada vez que usamos algunas monedas. Otros aparecen rememorados en estampillas, avenidas principales los inmortalizan, colegios los recuerdan en sus actos cívicos, son nombrados en las universidades o en varias letras de canciones musicales.
Ciertos iconos del pasado los conocen algunos pocos estudiosos y la mayoría los ignora; son los que descansan en páginas amarillentas que escasas personas del presente advierten sus historias. Y, por supuesto, hay unos tantos que nunca serán olvidados como Alejandro Magno, Cleopatra, Sócrates, Juana de Arco… No que quiero alargar la lista para no ser injusto.
Sin embargo, tras el valor que la sociedad actual le otorga al personaje, hay varios factores: el contexto histórico y social en el cual vivieron, el aporte sustancial que hizo, la memoria colectiva de las generaciones, cómo han sido enseñados sus legados en los planes y programas educativos impulsados por los gobiernos de turno, cómo son analizados por los especialistas, ¿con o sin sesgo? ¿A la fuerza o libremente? ¿Mitos sin sentido?
Pero no debemos olvidar que lo más significativo es precisamente el presente. Pues es ahora mismo donde realmente se puede sopesar cuánta importancia tienen para nosotros. Si hace un siglo eran conocidos y recordados, eso no garantiza que hoy lo sean.
Plaza Italia, Colón o Baquedano -para los santiaguinos- siempre ha sido un punto neurálgico de comunión colectiva cuando en deportes hay alguna alegría postergada por mucho tiempo, o al dar los resultados electorales que buscan mejorar el nivel político y los cambios sociales que nos permiten soñar.
A todas luces, la plaza es un termómetro. También era (es) una fina línea implícita de división social que raya en una actitud clasista: los pijes para arriba, la chusma para abajo; si quieren, le cambian los nombres: upelientos y momios, pitucos y cumas… En fin, la jerga da para un manual.
La plaza, en definitiva, divide. Recuerdan cuando tomábamos una micro -las que daban boletos y corrían sin freno- nos dábamos cuenta de inmediato, conforme avanzaba el trayecto, sobre la gran diferencia que había en el ancho de calles, su nivel de orden y limpieza, las áreas verdes, los servicios -es lo que pasa hoy en las estaciones de metro- entonces, la segregación socioespacial sigue vigente.
Lo mismo ocurre con la historia y la relevancia de sus personajes, ya que hay una frontera frágil en la memoria que, si se olvida un acontecimiento o deja de ser atemporal un personaje, es difícil de revertir.
Hablemos de Baquedano y su famoso monumento. No repetiremos su biografía. Pero resaltemos algunos aspectos que resultan ser provocativos en la memoria colectiva y nos pueden dar luces sobre si es relevante o no insistir en que tenga una estatua en un lugar público.
Al final, la historia seguirá su curso y no habrá gran revuelo si es retirado de las calles, pues las generaciones de hoy ya tienen un vacío histórico abismante y en eso los monolitos no podrán ayudarnos a recordar. Este olvido tiene su génesis en planes y programas mal planteados, poco claros y sesgados.
No me refiero a un gobierno en específico; es transversal al color político. Es cuando la historia deja de importar desde lo más elemental, una asignatura que pierde peso en los colegios.
Al expresidente provisorio de la nación le tocó estar en medio de una campaña militar que no tenía nada de empatía con los habitantes ancestrales: “La pacificación de la Araucanía”, un concepto absurdo, un eufemismo paternalista para tapar un periodo doloroso de la historia del siglo XIX donde la misma prensa y un grupo de historiadores trataban a los mapuches como unos salvajes, siendo que distan mucho de serlo.
Esta versión de la pacificación lo aleja de ser querido por la memoria actual, sobre todo post estallido del 2019, donde las miradas cambiaron tanto que se buscó un nuevo pacto social, el que finalmente no se logró por muchos motivos dignos de análisis.
Sin embargo, al instante de ser contada su historia y leyenda –monumento mediante–, la sociedad de la aurora del siglo XX tenía otra visión y, por ende, hay que respetar ese momento de nuestros antepasados, ya que fue recordado como un gran general de la Guerra del Pacífico.
Los personajes no siempre serán eternos en nuestras prioridades; nunca habrá garantías, ya que la memoria histórica está en evolución. Cuando fue izado su monumento, la conexión hombre-legado era, sin duda, la guerra ya mencionada; no fue recordado por la pacificación. Por consiguiente, había un contexto distinto de un ejército jamás vencido, de nuevas tierras llenas de oro blanco, con un chovinismo propio del siglo XIX.
Ahora bien, si advierten con mayor cautela la historia que envuelve al general Baquedano, debemos poner el foco en que sus acciones figuran en dos momentos bélicos. Ambas guerras tienen conexiones: una, la necesidad de tierras para el trigo e intereses estatales territoriales, y la segunda, un conflicto de empresarios ávidos de oro blanco y, por supuesto, objetivos territoriales.
En suma, los eventos beligerantes tenían metas muy claras para la élite, pero no para los ciudadanos de a pie; el pueblo no entendía por qué Chile estaba en guerra. Ambos conflictos no fueron una cuestión popular. La forma en la cual sacaron a los Mapuches de sus tierras fue una herida que aún continúa abierta; por ende, no todos ven con admiración la figura de Baquedano, pues hoy la historia es más objetiva en su análisis, aun cuando es una disciplina subjetiva por naturaleza.
Entonces, ¿es fundamental el monumento? ¿Es necesario volver a levantarlo en el mismo lugar? ¿Es una memoria genuina para el chileno del siglo XXI? Quizás ya no es representativo; tampoco tiene el peso de Prat, O'Higgins, Carrera o Rodríguez.
Pero más allá de eso, cuando no representa algo transversal, hay que cuestionarnos por qué. En este caso es más inteligente enseñar historia de otra forma, poner diversas fuentes sobre la mesa, replantearnos los valores que queremos tener en un futuro.
Si la estatua de Baquedano vuelve a su mismo sitio, no soluciona nada; si la sacamos para siempre, tampoco. La memoria sobrepasa a un monumento; es un constructo social. Es hora de dejar esta discusión y disponer su escultura en un lugar donde la división y el ruido sean menores y enfocarnos a la solución de problemas reales como: eliminar la corrupción de la clase política y mejorar la educación, ya que no es posible que los aranceles de estudios sean mayores que un sueldo mínimo.