Resultados PAES: El quiebre total con la idea de mérito en el sistema educativo
La meritocracia es un principio que resulta esencial para promover la movilidad social. Pero ¿qué sucede cuando las condiciones de partida no son iguales para todos? En ese punto, el discurso meritocrático tambalea, y corremos el riesgo de que se convierta en una coartada para perpetuar los privilegios de las clases acomodadas.
En el contexto chileno, esta realidad se hace dolorosamente evidente al analizar los resultados de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES). Cada año, las cifras confirman que el puntaje y el acceso a las universidades más prestigiosas se asocian con el tipo de colegio al que se asistió, los recursos invertidos en preparación extra y el nivel socioeconómico del entorno familiar.
En consecuencia, el reflejo de esos resultados en el ingreso a la educación superior indica un quiebre total con la idea de mérito puro y duro: más que el esfuerzo individual, lo que prevalece es la ventaja de quienes cuentan con mejores condiciones de base.
Para que la meritocracia cumpla su promesa de movilidad social y no solo legitime el poder de quienes nacen en entornos más favorecidos, es indispensable garantizar una verdadera igualdad de oportunidades.
Esto implica diseñar una articulación de políticas públicas que reduzcan las brechas estructurales, a fin de que el estudiantado -independientemente de su origen- disponga de los mismos recursos formativos.
La inversión en jardines y escuelas públicas de calidad, la implementación de programas de nuclearización educativa en comunidades vulnerables, la implementación de programas de buen trato y convivencia y, la mejora en servicios esenciales como la salud, la recreación y la alimentación, son pasos imprescindibles al otorgar ese piso mínimo y equitativo, en la consecución de oportunidades reales, donde el mérito no sea sinónimo de privilegio, sino la consecuencia de un camino de esfuerzo compartido bajo condiciones justas.
Solo así podremos soñar con un sistema educativo que abrace las particularidades de cada estudiante, que encienda la chispa del aprendizaje y cultive el desarrollo humano integral.
Un sistema que cuide la esencia más pura de la meritocracia, sin permitir que siga siendo una justificación para resistir desigualdades, en la construcción de una sociedad donde el talento y el esfuerzo puedan florecer libremente, sin que el lugar de origen sea una barrera invisible e insalvable, y donde cada niño, niña y joven sienta que su futuro está lleno de posibilidades auténticas y creativas, más no de ilusiones truncadas.