El día que Chile paró: Reflexiones sindicales a cinco años de la huelga general del 2019
Agencia Uno

El día que Chile paró: Reflexiones sindicales a cinco años de la huelga general del 2019

Por: Sebastián Osorio y Diego Velásquez | 15.11.2024
En la conmemoración de la huelga general del 12 de noviembre es urgente reflexionar sobre las nuevas formas que ha adquirido el poder de las y los trabajadores, los diversos instrumentos que tienen a su haber para canalizar el malestar de la población, y sobre la capacidad inmensa que ha demostrado la organización en el mundo del trabajo.

El 12 de noviembre del año 2019, en pleno auge del estallido social, ocurrió una de las coyunturas sociales y políticas más relevantes de la historia reciente de nuestro país. Paradójicamente, se trata de un evento que ha recibido escasa atención por parte de los analistas y los medios de comunicación.

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Chile estaba convulsionado. Había pasado casi un mes desde el inicio de las protestas que comenzaron con las evasiones masivas al Transantiago. Fueron semanas en las que ocurrió lo impensable: un pueblo que parecía dormido estalló en rabia, y una ciudadanía hasta entonces dócil mostró su descontentó haciendo uso de todos los métodos disponibles.

Los sectores acomodados tuvieron miedo, reconocieron sus privilegios y muchos se mostraron hasta comprensivos con la violencia que se desplegaba por todo Chile. Algunos empresarios se adelantaron a declarar que subirían sueldos y reducirían las jornadas de trabajo, superando su permanente negativa.

También corrieron ríos de tinta. Académicos y pretendidos intelectuales se entusiasmaron interpretando los hechos sobre la marcha: se habló de malestar, se constató la inexistencia de canales institucionales para su procesamiento y, sobre todo, se destacó el carácter acéfalo y sin liderazgos visibles de las movilizaciones.

Hacia el primer lunes de noviembre la situación no daba muestras de detenerse. Prevalecía una especie de equilibrio catastrófico que, de mantenerse, acabaría resolviéndose a favor del gobierno por el solo efecto del desgaste de la población activa en las calles. Se atravesaba una crisis inédita del modelo chileno, pero el despliegue inorgánico de la población no lograba conducir el escenario de ingobernabilidad hacia una agenda política y social inequívoca que le diera cauce.

Fue en ese contexto que surgió la convocatoria a realizar una gran huelga general el martes 12 de noviembre, propuesta por la plataforma de coordinación y deliberación de movimientos sociales llamada Mesa de Unidad Social, que se había creado pocas semanas antes del 18 de octubre, agrupando a decenas de organizaciones y colectivos de la sociedad civil que se fueron sumando activamente a las protestas desde un comienzo, pero estaba lejos de un protagonismo claro porque, en general, ningún movimiento social se encontraba en condiciones de reclamar un liderazgo sobre el proceso.

Precisamente por la ausencia de una conducción clara, la convocatoria a huelga general mostró un camino: se trataba de concentrar toda la energía movilizadora de diversas identidades, demandas y métodos de protesta en un solo día, en una gran demostración de fuerza con un petitorio amplio e incluso ambiguo, pero que daba un sentido a los esfuerzos sostenidos hasta el momento.

La huelga general del 12 de noviembre

La realización de una huelga general nunca es tarea fácil. Uno de los mayores problemas que enfrenta en Chile es que el derecho a la huelga está legalmente confinado a la negociación colectiva reglada a nivel de empresa, por lo que los trabajadores que llevan a cabo paralizaciones por fuera de esos procesos tienen escasa protección legal ante cualquier represalia, lo que opera como un poderoso desincentivo para muchos trabajadores que tendrían la disposición de sumarse, debilitando su efectividad como herramienta de presión.

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En este contexto, el complemento necesario para el éxito de la huelga lo pusieron las interrupciones del tránsito de vehículos a primeras horas de la mañana, que se extendieron de forma inédita por varias avenidas principales de los centros urbanos, más la situación del Metro de Santiago que se encontraba con una capacidad operativa muy limitada por los incendios ocurridos en varias estaciones al comienzo del Estallido Social.

En la misma línea puede considerarse la realización de diversas marchas que coparon las ciudades durante la mañana y la tarde, y que en varios lugares terminaron en enfrentamientos con las fuerzas de orden.

Lo que las movilizaciones sistemáticas pero dispersas durante casi un mes no pudieron lograr, fue empujado desde el movimiento sindical con una demostración de fuerza que logró desempatar el escenario político.

La prueba fue que esa misma noche, ante las dimensiones que adquirió la protesta, un gobierno completamente acorralado accedió a la posibilidad de cambiar la constitución a través de un proceso democrático, algo que hace menos de un mes nadie hubiera sospechado. Se abría la posibilidad para una reingeniería mayor al modelo chileno en pleno gobierno de derechas.

Desde luego, esto no fue sólo mérito del sindicalismo. El llamamiento del 12 de noviembre se dio en un escenario que ofrecía condiciones favorables para impactar en la actividad económica: una crisis social importante con amplio apoyo movilizador espontáneo de diversos sectores de clase trabajadora y capas medias, orientados a interrumpir el normal funcionamiento de la economía con distintos medios y con objetivos políticos y sociales plasmados en el petitorio de la Mesa de Unidad Social, varios de los cuales se relacionaban con temas laborales. Solo hacía falta una convocatoria por parte de un actor social creíble para que la huelga tomara forma.

Para nadie es novedad que actualmente el sindicalismo parece lejos de tener el poder que llegó a desarrollar durante el siglo pasado. Mientras las tasas de sindicalización a nivel mundial muestran un declive o un estancamiento en buena parte de los países, la huelga general de hace cinco años mostró que la organización de las y los trabajadores en sus lugares de trabajo sigue constituyendo un actor gravitante y estratégico en la sociedad civil.

Algo similar habían comprobado años antes en Europa, cuando las protestas contra los programas de austeridad que irrumpieron en el año 2010 también hallaron en el sindicalismo uno de los únicos actores capaces de aglutinar la fuerza dispersa de la ciudadanía en la construcción de petitorios e hitos comunes.

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Ya sabemos que la aventura constituyente de Chile envejeció mal, pero eso es otra discusión. Por lo pronto, en la conmemoración de la huelga general del 12 de noviembre es urgente reflexionar sobre las nuevas formas que ha adquirido el poder de las y los trabajadores, los diversos instrumentos que tienen a su haber para canalizar el malestar de la población, y sobre la capacidad inmensa que ha demostrado la organización en el mundo del trabajo, para inspirar nuevos horizontes cuando la situación mundial ofrece pocas alternativas esperanzadoras de futuro.

*Un análisis detallado de cómo se vivió la jornada en términos de despliegue de poder sindical se puede encontrar en el artículo “El poder sindical en el “Estallido social” chileno. La huelga general de noviembre de 2019”, escrita por los mismos autores.