Violencia sexual: La denuncia es necesaria pero no suficiente, lo urgente es prevenir
En el último tiempo, nuestro país ha estado marcado por denuncias de violencia sexual, un fenómeno que, cada vez que sale a la luz pública, pone en evidencia la escasa pertinencia con la cual se ha abordado esta problemática, abriendo una y otra vez aquella puerta que ha mantenido en oscuridad el debate acerca de la necesidad de justicia en contextos de violencia de género.
Es una especie de deja vú, que, de acuerdo a lo conocidos que son los involucrados, hace explotar los medios de comunicación, posicionándose en los análisis públicos y discursos políticos, pero que luego de un breve tiempo es opacado por otras contingencias nacionales que posicionan la conversación, nuevamente, en un espacio de mutismo y de indiferencia, manteniendo las responsabilidades de abordaje en lo individual.
Es fundamental entender que el contexto en el cual se desarrollan este tipo de delitos está totalmente lejos de ser solo una consecuencia de las decisiones que cada persona realiza. Esto podríamos entenderlo tanto para quien ejerce el acto delictual, como para quien es víctima de él.
Todas las personas somos resultado de una construcción social y, en ese marco, es esencial comprender que sus manifestaciones son producto de desigualdades estructurales, basadas en un sistema colonial, capitalista y patriarcal, representadas en diversas relaciones de poder.
Aunque sabemos que cualquier persona puede ser víctima de violencia sexual, son las mujeres, niñas y disidencias quienes soportan la carga más abrumadora, considerando las diversas opresiones que les afectan asociadas a racismos, sexismos, clasismos y otras discriminaciones.
Las mujeres no solo constituyen la gran mayoría de las víctimas, sino que están expuestas a consecuencias específicas que, a menudo, no se tienen en consideración en las respuestas institucionales. El silencio que rodea a estos temas sigue alimentando la ignorancia y el estigma, dejando en muchos casos a las víctimas aisladas y vulnerables.
Las barreras para denunciar
Resulta alarmante ver que, en pleno siglo XXI, una de las preguntas más frecuentes en el imaginario colectivo sigue siendo: "¿Por qué las personas no denuncian?". La respuesta es compleja y está asociada a diversos factores; vergüenza, la falta de redes de apoyo, el miedo a represalias, a no ser creídas, a ser cuestionadas o marginadas socialmente.
Preocupaciones que se potencian debido a comentarios que deslegitiman a las víctimas, preguntando "¿cómo no se acuerda?", "¿por qué aceptó la invitación?" o "¿qué dirá su pareja?" o algunas bromas en relación a “culpar al pisco sour”. Este tipo de cuestionamientos refuerza el ciclo de revictimización en donde las mujeres siguen siendo vistas como responsables de su propio abuso.
En este contexto, en que las mujeres resultan ser las “culpables” de la violencia sexual, se requiere urgente un enfoque multisectorial. Para combatirla de manera efectiva, necesitamos adoptar un enfoque que reconozca los múltiples factores de riesgo que interactúan en diferentes niveles: individual, relacional, comunitario y social. Y este enfoque debe involucrar a sectores claves, como salud, educación, desarrollo social y justicia penal.
Es necesario generar una respuesta coordinada que no solo busque castigar a quienes agreden, sino que también trabaje en la prevención, la educación y el apoyo integral a las víctimas.
Los colegios y universidades deben ser protagonistas en esta lucha. Son espacios donde se moldean los valores de las futuras generaciones, y es allí donde debe comenzar la concientización sobre la violencia sexual y la igualdad de género.
Programas educativos que promuevan el respeto mutuo, la empatía y el consentimiento son esenciales para crear una sociedad más justa e igualitaria. Para ello es necesario también ampliar la base de conocimientos sobre este problema. Las estadísticas e investigaciones sobre violencia sexual deben ser accesibles y utilizadas para guiar políticas públicas que aborden la raíz del problema.
Las denuncias recientes reflejan la punta del iceberg de una problemática mucho más profunda. Necesitamos, como sociedad, dejar de lado los prejuicios y las excusas, la cultura sensacionalista y adoptar un enfoque integrado que abarque todos los niveles de la vida pública y privada.
Solo así podremos empezar a construir un futuro donde las mujeres y las niñas puedan vivir sin miedo, seguras y libres de violencia y no volver a experimentar este deja vú una y otra vez.