Netflix

"El lugar de la otra" y los hechos reales como un obstáculo

Por: Jose Parra Zeltzer | 04.11.2024
El lugar de la otra logra movilizar reflexiones a problemas muy actuales, pese a ubicarse casi 70 años en el pasado. La elocuencia de este dato ya debería ser suficiente. Lo es mucho más que la insistencia en la inspiración real de los acontecimientos, cuando sus consecuencias las seguimos viendo hoy, sino de la misma forma, de una muy similar.

El cine chileno de ficción vive, hace ya más de una década, un productivo “retorno de lo real”, poblándose de obras basadas en hechos reales. El más reciente hito en esta tendencia es El lugar de la otra, la primera cinta de ficción de Maite Alberdi, una de las documentalistas chilenas de mayor renombre internacional.

[Te puede interesar] Con "una comedia romántica de vanguardia" chilena Cynthia Rimsky gana Premio Herralde de Anagrama

Que una directora con la trayectoria y estilo de Alberdi “cruzara la vereda” hacia la ficción despertó una curiosidad inmediata. A la vez, que la historia contada tuviera nuevamente un vínculo con la realidad nacional resultaba llamativo y a la postre, uno de los elementos más interesantes para discutir a partir de esta obra.

La película rescata el asesinato perpetrado por la escritora María Carolina Geel (Francisca Lewin) a su amante Roberto Pumarino (Nicolás Saavedra), en un lujoso hotel del centro de Santiago en 1955. Desde ahí, narra la historia de Mercedes (Elisa Zulueta), una trabajadora de los tribunales de justicia que siente su casa como una prisión, oscura y atiborrada, una que la sociedad ha dictaminado para esposas y madres como ella. Mercedes tiene una curiosidad creativa con la fotografía, oficio realizado por su padre y cooptado por su esposo Efraín (Pablo Macaya).

La protagonista es asistente del juez que lleva la causa de la escritora, quien es una mujer de clase alta cuyo crimen despierta la curiosidad inmediata de la prensa y se transforma en un lío de farándulas para el magistrado. Se le pide a Mercedes que vaya al departamento de María Carolina y le arme una maleta para que tenga sus ropas mientras dura la reclusión. Luego nadie le pide las llaves.

En este lujoso hogar, lleno de libros y de luz, vacío de bullicio y de terceros, Mercedes encuentra un espacio para construir la fantasía de otra vida. Allí, prueba a gotas lo que significa ser alguien más, con vestidos y perfumes que le permiten soñar con otro horizonte, crear y ver el mundo desde una perspectiva propia, autónoma.

Maite Alberdi es una directora que ha amaestrado el manejo emotivo del relato cinematográfico. Aquí el camino escogido tiene un tono emocional más contenido y de intensidad dramática es más bien baja. La directora ha dicho que el guion surge tanto de adaptar el libro Homicidas de Alia Trabucco, como del célebre ensayo de Virginia Wolf Un cuarto propio.

[Te puede interesar] “Murió la flor” y “Te Recuerdo Amanda”: Los nuevos temas grabados en vivo en Parque Cultural de Valparaíso

Así, es interesante que la búsqueda de Mercedes naciera de una disconformidad estructural y las ansias de ser quien sueña ser, lo que no requiere justificaciones rimbombantes ni explicaciones catárticas. Al interior de este marco, la segunda mitad de la película, dedicada a la vida fantasmal de Mercedes en su hogar postizo, es mucho más convincente que la primera, demasiado enfocada en el juicio a María Carolina.

Aquí es donde me parece que se produce un cortocircuito entre, por un lado, el núcleo del relato, el que podemos individuar en Mercedes y sus conflictos, y por otro, la anécdota histórica y los entretelones del caso criminal. Se trata de un descalce entre la ficción y la ficcionalización del hecho verídico. Esta última ocupa una cantidad de metraje que no es proporcional a su relevancia para el viaje de Mercedes, ya que nada de lo que ella añora tiene que ver con el crimen mismo, y este no es más que la excusa para que la escritora abandone su departamento.

Si este argumento es admisible, podemos afirmar que los hechos reales terminan siendo un obstáculo para el desarrollo del corazón de la propuesta narrativa y el tratamiento de las dos protagonistas le quita densidad a la propuesta. Esta desconexión se materializa concretamente en el filme, en la escena en la que Mercedes y María Carolina se encuentran en la “celda” de esta última.

La distancia y ausencia de química entre ambas resulta curiosa y levanta la pregunta por qué es lo que ve, envidia o admira la aspirante a fotógrafa en la dueña de ese departamento en el que ha encontrado un paraíso momentáneo. ¿O es solo el espacio lo que Mercedes anhela?

Esta pregunta levanta una última cuestión. Me parece que al no trabajar claramente qué significa María Carolina para Mercedes, la película omite una toma de posición con un punto clave vinculado al hecho real y cómo la justicia deja de operar por motivos de clase. Si lo que representa el departamento vacío es la posibilidad de una ilusión (de una mejor vida, de un cuarto propio, o de justicia), la película nos dice que tales fantasías no tienen lugar en el este mundo. El primer plano de Mercedes observando la concreción de aquello muestra una complacencia problemática con esta afirmación.

[Te puede interesar] Quincy Jones muere a los 91 años y deja a la música sin uno de sus grandes en toda la historia

Entonces, ¿qué gana la obra con su anclaje histórico? El lugar de la otra logra movilizar reflexiones a problemas muy actuales, pese a ubicarse casi 70 años en el pasado. La elocuencia de este dato ya debería ser suficiente. Lo es mucho más que la insistencia en la inspiración real de los acontecimientos, cuando sus consecuencias las seguimos viendo hoy, sino de la misma forma, de una muy similar.