Exposición fotográfica "Tercer Ojo: La calle como escenario", de Paula Navarro
Si hay imágenes que punzan (es decir, que contienen lo que Roland Barthes denominó el punctum), cuyos detalles fulgurantes despiertan la fascinación del espectador que las observa o de quien se encuentra con y en ellas, esas son las fotografías de Paula Navarro.
Más allá de la indiscutible consistencia entre su calidad técnica y estética, cada una de las imágenes de esta serie, denominada “Tercer Ojo: La calle como escenario”, compuesta por treinta y cuatro fotografías en blanco y negro, contiene el biografema que gravita en cada escena.
Es decir, esos pequeños fragmentos de historia, trasuntada en cada gesto, vestimenta, mirada, posturas corporales inconscientes, etcétera; cuyos elementos ponen de manifiesto lo que tiende a permanecer invisibilizado: Esos vericuetos y expresiones de la existencia humana que no se dejan ver a primera vista desde una mirada fugaz, obnubilada por el transitar ansioso o, en su defecto, que resultan escamoteados ante la mirada ensimismada y desatenta del transeúnte funcional, desafectado de las epifanías del devenir cotidiano y contingente que lo asisten.
La obra de Paula Navarro posee un sello diferencial, que reside en aquella facultad vidente que le permite capturar cierta pulsión que entraña las múltiples derivas de lo popular: donde estos seres aquí fotografiados, quienes transitan los márgenes de esta sociedad, discurren y se solazan, portando consigo una trama inquietante, urdida en los rincones más entrañables de lo cotidiano, donde comparecen sentimientos y modos de existir que la mirada de Paula cobija y honra.
Tramas que, por cierto, impugnan el orden ciego de lo establecido; protagonizadas por personajes populares, habitantes y transeúntes de pueblos y ciudades de Chile, pertenecientes a Latinoamérica. Estas fotografías nos interpelan desde su propio hábitat en donde han sido concebidas, pues, muy vigilantes, parecen ellas observarnos a nosotros, despertando nuestra conciencia ante las sorpresas con que las mismas nos aguardan.
Por ello, las imágenes de este corpus fotográfico no pasan inadvertidas ni aparecen inertes frente a nuestra mirada. Porque cada vez que las sometemos a nuestro soberano escrutinio y las apreciamos, ellas nos espejean y nos enrostran la ternura, la soledad, la fragilidad, los silencios, las súbitas alegrías, los deseos genuinos, las ausencias que nos habitan. Es decir, la insustituible verdad que a menudo enmascaramos con imposturas que evidencian nuestra desmemoria y neurosis cotidiana.
Otro rasgo relevante de su sello fotográfico es aquella impronta fantasmal que subyace en éstas y otras de sus fotografías; pues los rostros y acciones allí exhibidos, sin excepción, contienen el semblante y destello de una vívida aparición, de un velo inquietante.
De eso que se muestra y oculta y que, a su vez, tensa nuestra mirada como una manifestación velada y al mismo tiempo como un ocultamiento latente, operando allí una suerte de dialéctica de lo (des)velado, en cuya constelación de miradas e historias mínimas reverbera el misterio de vidas marcadas bajo el signo del estoicismo, el desarraigo y la dignidad imperecederos.
En cada una de estas fotografías se advierte una potencia visual que emerge como una sorpresa clarividente y estremecedora ante nuestros ojos de espectadores, ávidos de que nos conmuevan y desconcierten. Pues se tratan de imágenes capturadas por ese “tercer ojo” que pareciera activarse en nuestra fotógrafa a la manera de una visión supraconsciente, desde donde le es posible fijarse en el detalle desde lejos, ocupando el activo lugar del fuera de campo, que es su natural modo de incorporarse a la escena. Y en efecto, hacerse así cómplice de quienes la componen, en concomitancia con las cosas y objetos que operan en cada uno de estos acontecimientos fotográficos que logra concebir.
Es su singular modo de enfocar y desplegar la mirada, su prodigiosa forma de abordar y esculpir un prisma sugestivo de “realidad”, desde cuya dimensión traza su bitácora cotidiana (a la manera de Proust en la Literatura). Entonces en estas fotografías, sus ojos, avezados en los dominios de lo imperceptible son capaces de arrancarle más de algún secreto al azar que se cruzó de manera furtiva en el tiempo de la toma fotográfica.
En efecto, el tiempo de su mirada, que equivale al tiempo de su videncia, se vuelve potencialmente premonitorio, errante; porque es el tiempo que tiene lugar en el corazón de su aguda intuición, en las nostalgias y sueños lúcidos que la habitan.
Desde ese amoroso y enigmático espacio es capaz de cautivar el deambular de lo imprevisible, fotografiar las señales silentes de lo otro, que refulge y late en las sombras aferradas a cada uno de estos personajes, quienes a menudo acechan y evocan la mirada de Paula.
Por consiguiente -en palabras de Barthes- “la videncia del fotógrafo (en este caso, de Paula Navarro) no consiste en ver, sino en encontrarse allí”. En virtud de ello nuestra fotógrafa se hace hallazgo y se reconoce en cada escena fotográfica que la convoca y que ella misma logra capturar y componer.
De modo que es ahí donde surge su visión. Es decir, cada una de estas fotografías, aquí expuestas, también podrían ser vistas como autorretratos de la propia fotógrafa.
Las imágenes de esta serie fotográfica están dotadas de una fuerza expresiva que nos conmueve e interroga, al mismo tiempo. Fotografías, todas, imbuidas por una fuerza expansiva y metonímica, cuyo sentido y poder de afectación nos hacen sino vibrar, mirarnos desde nuestros vacíos, pensarnos desde nuestras faltas y ausencias presentes.
Con todo, las escenas de cada una de estas fotografías parecen consentidas y canalizadas tras cada disparo vidente de la fotógrafa, hasta el grado de poder revelarnos las alegrías, los secretos, los desvelos, las ausencias y los designios que albergan esos seres que se expresan y se comunican por medio de la mirada hospitalaria de quien los ha de fotografiar: El Tercer Ojo de Paula Navarro.