Gaza y la crisis de la modernidad capitalista
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Gaza y la crisis de la modernidad capitalista

Por: Arnaldo Delgado | 14.10.2024
La tolerancia internacional ante un genocidio transmitido en vivo por redes sociales es un cruel recordatorio de aquello que, los grandes intereses, están dispuestos a hacer con tal de enrielar una vez más su modernidad.

Se cumple un año desde que Hamás mató y secuestró a jóvenes israelíes en un festival de música; un año se cumple desde que, a partir de lo anterior, Israel le declarara la guerra a toda la población palestina en Gaza, so pretexto de la persecución de quienes perpetraron el ataque.

42.000 palestinos asesinados, la mayoría civiles, entre los que hay aproximadamente 17.000 niños.

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Además, se cuentan 100.000 heridos con nulas posibilidades de atención médica al ser hoy Gaza un territorio ghetto de Israel. Episodio descarnado este de un conflicto que ya tiene tres cuartos de siglo y que pocas luces tiene de soluciones, pero también descarnado el silencio de las potencias occidentales frente al exterminio de casi un 10% de la población gazatí.

¿Cómo es posible, en el siglo XXI, la pretensión de aniquilación de un pueblo entero? ¿Cómo pensar lo que, tras la experiencia necrótica del siglo pasado, se creía impensable?

Ingenua postura aquella que sobrevalorando la supuesta razonabilidad de nuestro siglo, y de supuestas lecciones aprendidas, creía imposible e impensable tal brutalidad. ¿Cómo pensar, entonces, más allá de la sorpresa, pero también más acá de la naturalización?

En un artículo del 2019 de la revista Magis, de México, Riza Altun, comandante del PKK, Partido de los Trabajadores Kurdo, da una clave de la que quiero afirmarme. Decía allí que lo que se juega en Medio Oriente es la actualización de la modernidad capitalista.

No es sólo la eventual reapropiación occidental de recursos naturales en la zona, tampoco sólo un reposicionamiento geopolítico de sus intereses, sino que, nada más ni nada menos, una revitalización civilizatoria: la reoxigenación política y económica para un nuevo ciclo de acumulación capitalista y el reimpulso de sus valores culturales tras el agote del ciclo neoliberal de los últimos 40 años.

Dice Altun textual: “O bien el capitalismo se rearmará en el Medio Oriente y prolongará su vida por otros cien o más años, o el caos en el Medio Oriente abrirá un agujero dentro del sistema de modernidad capitalista como la región donde ha emergido la libertad”.

La modernidad capitalista. Allí está el quid: un posicionamiento, entonces, más defensivo que ofensivo, en tanto lo que se juega es la sobrevivencia de un proyecto civilizatorio que, a diferencia del de fines de la guerra fría, ahora está agotado. Pero, aparte del para qué del interés en Medio Oriente, está el cómo; es decir, el método.

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La tolerancia internacional ante un genocidio transmitido en vivo por redes sociales es un cruel recordatorio de lo que los grandes intereses están dispuestos a hacer con tal de enrielar una vez más su modernidad.

Pero, se preguntarán ustedes: ¿cómo es posible un genocidio en nombre de la modernidad? ¿no es, acaso, que la modernidad se fundamenta en principios humanistas? Lo primero que diría al respecto, para despejar la paja del trigo, es que la modernidad es un ideario de racionalidad y progreso humano aplicado en la historia, y que, en tanto aplicado, y por lo tanto, concreto, adquiere formas particulares en la historia. En el caso de la de los últimos trescientos años, la modernidad hegemónica, aquella en efecto realizada en la historia, es la modernidad capitalista, tal como la nombra Antun.

Lo segundo, es que, para quienes la impulsan, la modernidad es un proyecto universal a alcanzar y, en tanto meta, debe definir métricas para medir avances y atrasos. Esto se traduce en buscar unidades de medida que permitan dilucidar formas de vida más modernas en comparación a formas de vida atrasadas.

Una de estas unidades es el humanismo, cuya métrica permite dilucidar humanos más cerca del ideal humanista moderno y humanos más atrasados. Esto último tiene una deriva peligrosa: humanos más humanos, humanos menos humanos. “Estamos luchando contra animales humanos”, dijo el ministro de defensa israelí Yoav Gallant.

Es constitutivo del proyecto de la modernidad, entonces, la medición humana, y, con ello, la distorsión de su graduación. También la puja para que las formas de vida diferentes se sumen, por razón o fuerza, por libro o por espada, a la forma civilizatoria de la modernidad de las grandes potencias.

Esto explica, por ejemplo, que en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad, por antonomasia eslogan político de la modernidad, hayan existido colonias francesas en Indochina o en Argelia hace 70 años y que, en nombre de la democracia liberal, modelo político por antonomasia de la modernidad, haya constante intervención estadounidense en países de nuestro tercer mundo.

Gaza ejemplifica trágicamente, una vez más, el colapso de una de las narrativas específicas de la modernidad occidental. Lo que algunos creen es la posmodernidad, al parecer, no es más que el estertor de una modernidad radicalizada en su descomposición.

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De allí, entonces, que vista bajo un lente más agudo, siga siendo trágicamente pensable e imaginable la brutalidad en Medio Oriente (y en nuestro propio tercer mundo), pues ellos, los portavoces de la modernidad hegemónica, tienen evidentemente una lógica más de siglo XX y de XIX de lo que ingenuamente creíamos.