Huracanes y crisis climática: Debemos acostumbrarnos a vivir con fenómenos extremos
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Huracanes y crisis climática: Debemos acostumbrarnos a vivir con fenómenos extremos

Por: Fernando Rivas Inostroza | 12.10.2024
La crisis climática al parecer ya superó hace rato el punto de no retorno del ecosistema mundial y urge por una nueva relación entre el ser humano y la naturaleza, como puede ser el nuevo imperio de una economía circular.

La reciente concurrencia de tres huracanes en poco más de 15 días en la región del Golfo de México, afectando tanto a balnearios mexicanos como al sur de Estados Unidos, especialmente, y de modo doble a la península de Florida, pone de relieve una realidad innegable: el cambio climático ya no es una amenaza futura, sino una crisis presente y galopante.

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Estos fenómenos no solo son más frecuentes, sino también más intensos, cargados con una energía destructiva que desafía nuestras capacidades de adaptación. Lo que alguna vez fue el “punto de no retorno” parece haberse cruzado, y estamos inmersos en un camino de deterioro climático que pone en riesgo los ecosistemas y la vida humana tal como la conocemos.

Ecosistemas en desequilibrio

Cada huracán, como “Helene” o “Milton”, son una prueba más de cómo los sistemas naturales están respondiendo al calentamiento global. Las señales son claras: el aumento en la temperatura del planeta y el alza del nivel del mar, las tormentas más violentas y prolongadas, la sequía en unas zonas y las inundaciones en otras, están devastando diversas regiones del planeta.

Según el informe más reciente de una coalición internacional de científicos, liderados por el equipo de la Universidad Estatal de Oregón,  25 de los 35 "signos vitales" de la Tierra, considerados como indicadores críticos de su salud, han alcanzado extremos récord.

Este deterioro generalizado es un reflejo de la aceleración creciente del cambio climático, que transforma de manera irreversible los ecosistemas y altera los patrones meteorológicos a escala global.

Evidencias indiscutibles

Las temperaturas globales siguen subiendo, alimentando huracanes más potentes, como el reciente  “John”, que devastó Acapulco en septiembre de 2024 y “Helene” y “Milton”, que hicieron lo propio en octubre, sobre Florida. Las pérdidas materiales y humanas son dolorosamente tangibles: cientos de muertos y desaparecidos, casas destruidas, infraestructuras colapsadas, comunidades enteras desplazadas, apagones para millones de personas.

Este no es un caso aislado. El aumento en la intensidad de los huracanes es consecuencia directa del incremento en la temperatura de los océanos, una de las tantas secuelas del cambio climático

Lo que más alarma es que estas catástrofes ya no pueden considerarse excepcionales. Los expertos advierten que, a medida que las temperaturas globales sigan aumentando, estos eventos serán cada vez más comunes. Estamos viendo un ciclo que se alimenta a sí mismo: más calor, más vapor de agua en la atmósfera, más energía disponible para tormentas devastadoras.

La economía y el capitalismo en la encrucijada

El cambio climático no solo afecta a la naturaleza, sino que también pone en crisis las estructuras económicas que han sostenido al mundo durante siglos. El modelo económico actual, basado en la explotación desmedida de los recursos naturales y el uso indiscriminado de combustibles fósiles, se muestra incapaz de frenar esta crisis.

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Aunque el Acuerdo de París de 2015 fue un paso en la dirección correcta, la implementación de medidas efectivas ha sido demasiado lenta. La adopción de energías limpias sigue siendo insuficiente y la dependencia de los combustibles fósiles no ha disminuido significativamente.

Ante este panorama, se impone la necesidad de un nuevo modelo económico, más alineado con los límites naturales del planeta: se trata de la Economía Circular. Este enfoque busca reducir al mínimo los residuos y la extracción de recursos, reciclando y reutilizando lo ya producido, en un intento por mitigar el impacto humano sobre el planeta.

La Economía Circular no solo es una respuesta a la crisis ambiental, sino también una oportunidad para transformar la relación entre la Humanidad y la Naturaleza, promoviendo una convivencia más armoniosa.

La mitigación y adaptación como imperativos

Aunque el daño parece irreversible en muchos aspectos, esto no significa que no haya esperanza. Las soluciones pasan por la mitigación, la adaptación y la resiliencia. Debemos reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, cambiar nuestra matriz energética y diseñar infraestructuras más resilientes que puedan soportar los embates de un clima cada vez más agresivo.

Pero más allá de eso, debemos prepararnos para vivir en un mundo donde los fenómenos extremos sean la norma.

La clave está en la capacidad de adaptación: crear ciudades capaces de resistir inundaciones, modificar los sistemas agrícolas para enfrentar la sequía, y desarrollar políticas de manejo de desastres que protejan tanto a las personas como a los ecosistemas.

La resiliencia no es solo una capacidad humana potencial, sino también social y cultural. La forma en que nuestras sociedades se organizan y responden a estos desafíos definirá el futuro de la humanidad.

Momento de acción social y personal

No es fácil enfrentar la magnitud del reto que tenemos ante nosotros. El cambio climático ha cruzado un umbral peligroso, y los eventos recientes, como la temporada de huracanes de 2024, son un recordatorio crudo de nuestra fragilidad frente a las fuerzas de la naturaleza. Pero, lejos de rendirnos, este es el momento de actuar con más decisión que nunca.

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A medida que los fenómenos climáticos se intensifican, también debe intensificarse nuestra respuesta. El tiempo de la negación ha terminado. Ahora es el momento de una acción conjunta, tanto social como personal.