Un fantasma recorre Chile
La justa recompensa por el esfuerzo, la superación y un trabajo bien hecho se llama mérito. Palabra mágica y casi un mantra sagrado, como la palabra emprendimiento, y las frases "libertad de elegir" y “la mano invisible del mercado”, con las que suelen adornar sus discursillos melosos los amantes del statu quo y conservadores de distinta ralea.
Como si los humanos normales no viéramos como -en el mejor de los casos- uno de cada diez, o normalmente uno de cada cien, y a veces uno de cada mil, se lleva la mayor parte de la cosecha abundante del esfuerzo de unos y no de otros, mientras nos hacen creer que competimos como iguales.
Por eso un fantasma recorre Chile de norte a sur: el fantasma de la indignación. No es la rabia del que descubre algo que no sabía y que le juega en contra, es constatar gota a gota, lo que siempre se ha sabido: que hay un grupo de privilegiados que se siguen riendo de nosotros.
Un mortal cualquiera puede estudiar mucho, vestir elegantemente, elegir meticulosamente a los amigos y conocidos, militar en un partido determinado, elegir una pareja por interés, colocar a los hijos en colegios de elite, incluso cambiar el apellido, pero nunca podrá ocultar su origen, lugar de nacimiento ni de quien son hijos.
Un fantasma peligroso que ya estaba alerta por la delincuencia común (o la que no es de cuello blanco), por la ineficiencia de los servicios básicos, por lo escuálido de las pensiones y los sueldos de los comunes y que descubre con pruebas en la mano (o en el celular) que el “estallido delictual” no era el octubrismo, sino la desfachatez de los mismo de siempre.
Es tanta la impudicia y el descaro que, algunos, tratan de empatar o justificar millonarios sueldos mal habidos como si fuera lo normal y aceptable, indignando aún más a los asqueados observadores.
17 millones mensuales de razones para estar indignados tenemos los casi 20 millones de chilenos y chilenas, a quienes el sueldo no nos alcanza para llegar a fin de mes y vemos como el tupido velo de la desvergüenza se les cae y quedan desnudos los otrora poderosos de siempre.
Todos los días nos enteramos por la prensa y las redes sociales de nuevos audios, sueldos arreglados, coimas, amiguismos, cohecho y toda la basura que pretendían ocultarnos aquellos que nos hablan de moral, buenas costumbres, dios, patria y familia. Todos sabemos que el capital no tiene patria, que el único dios que adoran es monetario y que la familia de ellos es la del pituto, no del mérito.
Nada nuevo bajo el sol, podrán decir los cínicos de siempre, pero el hilo de la madeja que se ha ido desatando a partir de los audios filtrados de Hermosilla, hace rato que dejó de ser una anécdota más de los delincuentes de alto vuelo de la elite.
Ya no podrán ponerse de acuerdo, cambiar de tema y arreglar todo con un par de clases de ética y unas disculpas públicas, hoy los desplazados y humillados quieren y exigen justicia. No la justicia divina que algún día no llegará, sino que de una vez por todas se sepa la verdad y que caigan los que caigan de una vez por todas.