Salvador Allende y ese gris martes de septiembre
Santiago de Chile, martes 11 de septiembre de 1973, hace 51 años. Residencia presidencial de calle Tomás Moro n° 200, 6.30 de la mañana. El día es gris como presagio de terribles sucesos. Hugo García, permanece de guardia fuera del dormitorio del presidente Salvador Allende.
De pronto, suena el citófono. Responde. Es el general subdirector del Cuerpo de Carabineros, Jorge Urrutia Quintana, quien pide hablar con el primer mandatario. “El doctor está durmiendo, se acostó tarde anoche”, dice Hugo. El uniformado insiste. García lo despierta...
Minutos después, el Presidente ordena que se prepare la escolta para dirigirse a La Moneda. Durante el desplazamiento le dice a ‘Joaquín’ que conduce el Fiat: “corra, corra compañero que tenemos que llegar antes que los militares”. A gran velocidad, en pocos minutos arriban al edificio, que se encuentra rodeado de vehículos blindados de carabineros.
El jefe de Estado se dirige a su despacho, los custodios toman posiciones de tiro en las ventanas, y los choferes guardan los vehículos en el Ministerio de Obras Públicas, lugar desde donde lucharán. Son las 7.30 de la mañana, y el Gobierno sabe que la marinería se ha sublevado y tomado Valparaíso y que Augusto Pinochet está inubicable.
“¿Qué será del pobre Augusto?”, se pregunta Salvador Allende, que lo cree leal y prisionero de los militares alzados. Pronto saldría de su error.
A las 8 de la mañana por una cadena de radios golpistas, se da a conocer el Bando n° 1 de la Junta Militar de Gobierno, que expresa:
“(…) las Fuerzas Armadas y Carabineros deciden:
El Presidente de la República debe proceder a la inmediata entrega de su cargo a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile.
Las FF.AA. y Carabineros están unidos para iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de la Patria y evitar que nuestro país siga bajo el yugo marxista (…) Firmado: Augusto Pinochet Ugarte, Comandante en Jefe del Ejército; José Toribio Merino, Comandante en Jefe de la Armada Nacional; Gustavo Leigh, Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile, y; César Mendoza Durán, Director General de Carabineros (…)”.
Se ha consumado la traición al orden constitucional en forma de un golpe de Estado de las Fuerzas Armadas y Carabineros.
Poco después, militantes del Partido Comunista portando banderas con la hoz y el martillo y pancartas en las que se lee: “¡No a la guerra civil!” se congregan en la Plaza de la Constitución para mostrar su apoyo al Gobierno. Será la última manifestación en ese punto durante muchos años.
En esos mismos instantes en la industria Indumet, en la zona sur poniente de la capital, Exequiel Ponce, jefe del Frente Interno del Partido Socialista, con Arnoldo Camú, responsable del aparato armado de la organización, al mando de un centenar de hombres, se alistan para partir a ayudar a los defensores de La Moneda que urgentemente piden su apoyo.
Simultáneamente, en la misma factoría se efectúa una reunión entre dirigentes del MIR, del PS y el PC. El representante comunista dice que esperarán hasta saber si la Junta Militar cerrará el Congreso, los miembros del MIR expresan que a las 16 horas estará en condiciones de entrar en combate su Fuerza Central.
Cuando están coordinando las acciones, integrantes de las FF.AA. atacan el recinto iniciándose un enfrentamiento que se trasladará a otras empresas del sector y a las poblaciones El Pinar y La Legua. Con gran valor los socialistas luchan todo el día en defensa del Gobierno, pero no podrán acercarse a La Moneda como era su plan.
En las provincias, las Fuerzas Armadas deponen a las autoridades del gobierno constitucional asumiendo sus responsabilidades. Los dirigentes de la Unidad Popular son detenidos o deben permanecer ocultos. Los chilenos permanecen en tensa calma esperando el desenlace santiaguino.
En la capital, a las 10.15, el presidente de Chile se dirige por última vez al país: “(…) Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron (…). Ante estos hechos, sólo me cabe decirles a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente (…). Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! (…)".
A las 11.52, aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea de Chile, luego de sobrevolar La Moneda disparan cohetes Sura P3 contra el centenario edificio en que flamea la bandera tricolor con el escudo presidencial. Aviadores que habían jurado defender con sus vidas esa enseña, la atacan si contemplación. Como resultado de las explosiones, parte importante del palacio es destruido e incendiado.
Poco después de las 14 horas, Salvador Allende ordena cesar la resistencia, y salir por la puerta de calle Morandé n° 80. “La Payita, primero”, dice. En fila india sus estrechos colaboradores van abandonando el colonial edificio envuelto en llamas, e irrespirable por el humo y las bombas lacrimógenas. A cada uno le da un abrazo, le agradece por haberlo acompañado, le pide que salve su vida porque las luchas populares futuras lo necesitarán. Luego de despedirse del último de la columna, ingresa a una oficina y con un arma pone fin a su existencia.
A los hombres de La Moneda los obligan a acostarse en la calle, un teniente pide autorización para pasarles un tanque Sherman por encima. Al atardecer los llevan al Regimiento Tacna donde los torturan. En la tarde del jueves 13 los trasladan al campo militar de Peldehue y los asesinan. Luego, lanzan sus cuerpos a una fosa común, a la que arrojan explosivos. Años más tarde, en la llamada “Operación Retiro de Televisores”, extraen los restos para hacerlos desaparecer en el mar.
Con mucha suerte, Hugo García, con el terno cubierto de polvo y restos de sangre, junto a tres de sus compañeros es conducido al Estadio Nacional, con lo que salvará su vida, y años después nos permitirá conocer esta historia.
A las 18 horas, en el salón de honor de la Escuela Militar, la Junta Militar de Gobierno jura sus cargos. “Hay que extirpar el cáncer marxista”, dice el general Gustavo Leigh.
Ha comenzado la larga noche dictatorial, que se extenderá por 17 años, en la que cientos de miles de compatriotas debieron partir al exilio; miles fueron asesinados, encarcelados y torturados; y centenares permanecen hasta hoy detenidos y desaparecidos.
En los momentos más oscuros de la dictadura pinochetista, muchos chilenos escuchaban con ojos llorosos las palabras del presidente Salvador Allende, emitidas en la mañana de aquel gris martes de septiembre: “Superarán otros hombres este momento gris y amargo (…)”, y sacaban fuerzas para luchar por la libertad de su patria.
Crédito de la fotografía: Agencia Uno