La crisis del liberalismo y los cambios que queremos
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La crisis del liberalismo y los cambios que queremos

Por: Sergio Arancibia | 08.09.2024
No hay un determinismo en el sentido de que el futuro está asegurado por la crisis de la situación presente. La crisis del capitalismo, mil veces presagiada y diagnosticada, no ha asegurado por si sola el advenimiento de una sociedad más justa y más libre.

Hay una creciente insatisfacción -dentro y fuera de Chile- con respecto al liberalismo como modelo de desarrollo, basado en las ideas del más libre e irrestricto comercio, nacional e internacional, y que asume al mercado como la instancia que decide, en términos supuestamente 'perfectos', qué cosas se pueden producir dentro de un país y que cosas es conveniente importar.

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Pero como la naturaleza le tiene horror al vacío, esa crítica al presente va acompañada de la búsqueda de ideas, por básicas que sean, sobre los cambios que se desean y sobre el tipo de estructura nacional e internacional que sería más conveniente para los intereses del país.

A ese respecto, se presentan en este artículo algunas pocas ideas que pueden ser útiles en la reflexión correspondiente.

La primera de ellas es que la sociedad que se desea no puede ser el fruto de una construcción meramente teórica, por brillantes que sean sus autores. No puede ser el fruto del imaginario intelectual. No se trata de competir para ver quien imagina un mundo más perfecto. Esa era la tarea que se atribuían los socialistas utópicos, que se llaman así precisamente por la obra Utopía escrita por Tomas Moro.

De lo que se trata es de ver cuáles son las opciones o las posibilidades que la realidad del presente abre con relación al futuro. Marx mismo pensaba que el comunismo era una opción histórica que solo se abría como posible a partir de la industrialización de ciertas sociedades de su tiempo.

Lo anterior no nos remite a la construcción de diagnósticos inacabables, sino al análisis de los cambios posibles -radicales o no- a partir de la realidad del presente, labor que necesita de los diagnósticos, pero no como un objetivo que se agota en sí mismo, sino como un medio para ver el abanico de posibilidades que esa realidad abre como opciones reales.

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Ya pasaron los tiempos en que “la revolución” nos colocaba en “el día uno de la creación”, en que todo estaba abierto como posible. Equivocarse en aquello puede conducir a perseguir objetivos inalcanzables, con las consiguientes frustraciones históricas, además de personales.

Ubicados ya en el campo de lo posible, es la elección y la acción política del hombre o de los partidos, la que le concede viabilidad a la opción que se haya elegido. El que una opción sea posible -desde un punto de vista económico, social, cultural e incluso desde el punto de vista del contexto internacional- no da la seguridad de que ella se concretará como la senda histórica por el cual esa la sociedad camine.

No hay un determinismo en el sentido de que el futuro está asegurado por la crisis de la situación presente. La crisis del capitalismo, mil veces presagiada y diagnosticada, no ha asegurado por si sola el advenimiento de una sociedad más justa y más libre.

Es enteramente posible -y hay múltiples casos en ese sentido- en que una alternativa históricamente viable, no puede hacerse realidad porque los sectores interesados en ello no logran la acumulación de fuerzas suficiente, o fracasan en las luchas que emprenden en pos de esa transformación deseada.

Se trataría, en esos casos, de sociedades que se farrean posibilidades históricas, que no estarán abiertas por los siglos de los siglos, sino solo en muy precisos momentos del devenir de esa sociedad.

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En otras palabras, no es suficiente tener la certeza de que una alternativa es viable como para asegurar que ella se concrete. Esa es una condición necesaria pero no suficiente. Son las personas, en última instancia, los que hacen la historia. Y el papel de la política en ese campo es, por lo tanto, insustituible.

Crédito de la fotografía: Persona mayor pidiendo dinero en la calle / Agencia Uno