El crecimiento no es solución a todos los males
El crecimiento se considera la solución a todos los males. Se ha convertido en obsesión de empresarios, políticos y economistas, de derecha, centro e izquierda. Es curioso, ya que antes de 1990, el interés principal de los opositores a la dictadura era más bien el desarrollo. Se criticaba el modelo económico instalado por el pinochetismo, porque el crecimiento era lo fundamental y lo social venía por derrame.
Sin embargo, no cambio esta concepción durante la transición: crecimiento, con disminución de la pobreza, fue característica de los gobiernos de la Concertación.
En agosto del 2017, en un seminario de Moneda Asset Management, el expresidente, Ricardo Lagos, recibió calurosos aplausos del mundo empresarial y de los economistas del establishment, al señalar: “La tarea número uno es crecer y todo lo demás es música“. Confirmaba así la prioridad del crecimiento.
Por el contrario, para el premio Nobel, Amartia Senn, el crecimiento no es más que un número. Señala en sus libros que una tasa de crecimiento nada dice sobre desigualdades económicas o injusticias sociales.
A su turno, el economista Joseph Stiglitz, es perseverante en señalar que el desarrollo se diferencia del crecimiento, porque éste no tiene presente la equidad y la sostenibilidad.
Es muy sorprendente como en Chile políticos y economistas, por ideología o en defensa de intereses empresariales, prefieren confundir ambos conceptos, que las escuelas de economías y la vida cotidiana diferencian claramente.
En efecto, crecer es aumentar cuantitativamente y, en cambio, desarrollarse tiene un manifiesto sentido cualitativo: significa perfeccionar, mejorar. En biología, por ejemplo, los organismos al desarrollarse se van transformando, generando nuevas capacidades hasta alcanzar una forma plena.
El desarrollo económico es un proceso global de transformación. Es, por cierto, incremento de capacidades productivas, pero, al mismo tiempo, tiene que ver con la atención de las necesidades básicas de la población, lo que se garantiza con equilibrios territoriales y medioambientales, una mejor distribución de la riqueza y, en suma, con la ampliación de la opciones y capacidades de las personas para el desenvolvimiento de sus vidas.
Como se sabe, el indicador más utilizado para el crecimiento económico es el producto interno bruto (PIB), el que mide la producción de bienes y servicios de la economía en un período determinado. Pero, el hecho que una economía crezca no quiere decir que se desarrolle.
Ello es especialmente evidente en países cuyas economías se fundan en el extractivismo. El caso de Guinea Ecuatorial es muy expresivo. Con la explotación de yacimientos petrolíferos en este país, el PIB per cápita aumentó notablemente, desde 887 dólares en 1995 hasta 38.118 dólares en el año 2008; pero, la riqueza se quedó en manos de una minoría, que controla el gobierno, y en las compañías internacionales.
En los 12 últimos años el PIB de Guinea Ecuatorial había caído fuertemente, debido al agotamiento de las reservas de petróleo. Se acaba el petróleo y no hubo desarrollo.
El mismo fenómeno se ha repetido en Guyana, cuya economía recientemente, también gracias al descubrimiento y explotación de abundantes pozos petroleros, ha crecido un 60% el 2002 y 33% en 2023. Pero mientras los equilibrios económicos, sociales y medioambientales no prevalezcan, tampoco habrá desarrollo.
Entonces, lo que está más allá del crecimiento no es música, como ha dicho Lagos. Es fundamental y, por ello, Naciones Unidas ha construido los índices de desarrollo humano.
En Chile la apuesta por crecimiento, y el abandono del desarrollo, ha consolidado el modelo productivo extractivista, cerrando puertas a la diversificación económica, lo que ha frenado también la inversión en ciencia y tecnología. Paralelamente, en el plano social, ha disminuido la pobreza, pero no ha sido posible reducir las desigualdades en salud, educación y previsión.
En suma, la prioridad del crecimiento ha olvidado el desarrollo. Éste es un proceso más amplio y complejo que el crecimiento económico, ya que implica la mejora de las condiciones sociales, políticas y culturales de una sociedad.
El hecho ineluctable es que el crecimiento sin dirección, con un Estado pasivo, ha culminado en un país marcado por una elevada concentración de la riqueza.
El puro crecimiento ha conformado en Chile una economía rentista, depredadora de los recursos naturales, con empresarios sin interés por innovar. Así las cosas, el crecimiento en el país es efectivo solo para un reducido sector del país. Acumula ganancias para el 1% más rico, mientras cunde el descontento en la mayoría de la población.
Por ello es indispensable una propuesta de desarrollo, que no nace de la espontaneidad del mercado. Se construye con objetivos y trayectoria deliberada.
En el caso de Chile, una estrategia de desarrollo debe proponerse construir una economía diversificada, con oportunidades para los pequeños empresarios y empleos de calidad a los trabajadores, relaciones equilibradas entre el capital y el trabajo, así como salud, educación y previsión decente para todas las familias chilena.
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