Transmisión transgeneracional del daño y el trauma político-social
Agencia Uno

Transmisión transgeneracional del daño y el trauma político-social

Por: Catalina Baeza | 20.08.2024
En Chile, entre 1973 y 1990, a cada cuatro horas una persona fue secuestrada y torturada. 3.227 personas fueron ejecutadas o desaparecidas. Estos acontecimientos que marcaron nuestra sociedad tuvieron consecuencias traumáticas en las personas, y este trauma social/político nos acompaña hasta hoy.

“El mal no es espectacular y siempre es humano, y comparte nuestra cama y come en nuestra mesa”

W.H. Auden "Herman Melville"

Agradezco la polémica que se desató hace una semana con el caso de Isabel Amor, porque nos permite volver a hablar de un tema que optamos por callar, no por no saber qué decir o por no ser algo importante. Callamos porque duele, callamos porque no hay un espacio público para hacerlo, callamos porque imaginamos que todas y todos ya saben de lo que vamos a hablar y quizás, una vez más, no seremos escuchadas.

[Te puede interesar] ¿Fin a guerra de Israel contra Palestina? Liberación de rehenes y emplazamiento a EE.UU. suben esperanza

Agradezco porque se pudo volver a poner sobre la mesa los horribles actos practicados por médicos y otros profesionales de la salud durante la dictadura. También agradezco que, como pocas veces ha sucedido, podamos reflexionar sobre el dolor y el trauma que puede significar haber sido familiar próximo de un torturador.

El mal, tal como lo dijo de forma tan clara Hannah Arendt, no siempre está personificado en seres con apariencia maligna o aspectos monstruosos. El mal y su banalidad puede estar con mi tranquilo y pacato vecino que optó por obedecer y callar, en vez de dialogar, con su conciencia.

Los horrores del totalitarismo, nos muestra Arendt, fueron posibles no por un gran entusiasmo de sus agentes totalitarios. Los horrores fueron posibles gracias a que personas comunes y corrientes estuvieron dispuestas a abdicar de su capacidad de pensar y, lo que es peor, dispuestas a mansamente obedecer órdenes.

Si estos agentes del terror se nos presentaran como monstruos diabólicos, sin duda sería mucho más fácil para todas las personas y, principalmente para sus hijos e hijas, comprender desde esa monstruosidad el horror de sus actos. Respiraríamos tranquilas sabiendo que no nos parecemos en nada a ellos.

Pero tal como Eichmann, no son monstruos. Son personas como tu o yo. Son padres, madres, abuelos y tíos, son como el vecino y es ahí donde nos confundimos y nos espantamos. Es ahí, al reconocer que son personas ordinarias que nos asustamos y muchas veces negamos que puedan haber cometido los actos por los cuales se les acusa.

[Te puede interesar] Ante un 63% de especies que peligran desaparecer Chile actualiza sus metas de protección a estas

La banalidad del mal también está en la enajenación de quienes, aunque no participaron directamente de las torturas, violaciones y asesinatos, vivían cómodamente en la casa del lado oyendo gritos, lamentos y disparos, pero sin escuchar más allá que el sonido.

La banalidad del mal está en quienes optaron por callar en vez de denunciar, por obedecer en vez de protestar. La banalidad del mal también está en quienes deciden mirar para el lado y negar o relativizar lo que ocurrió.

En el Chile de la dictadura muchos médicos fueron cómplices de secuestros, torturas y asesinatos. Otros tantos fueron autores. Médicos que tenían por objetivo prolongar la vida de personas torturadas para que volvieran a sus sitios de detención.

Estos médicos, que obedecieron órdenes como autómatas sin conciencia y sin remordimiento, fueron padres y hoy son abuelos que sin conciencia y sin remordimientos, simulando estar con las manos limpias y la conciencia vacía, en la comodidad de su hogar, en la sobremesa de una agradable velada, les dicen a sus nietas y nietos: yo no hice nada.

En Chile, entre 1973 y 1990, a cada cuatro horas una persona fue secuestrada y torturada. 3.227 personas fueron ejecutadas o desaparecidas.

Estos acontecimientos que marcaron nuestra sociedad, desde los espacios comunes hasta los espacios privados, tuvieron consecuencias traumáticas en las personas y este trauma social/político nos acompaña hasta hoy.

[Te puede interesar] Jane Goodall respalda dichos de veganos sobre peces sintientes: Pueden jugar hasta a la pelota

La transmisión transgeneracional del daño nos afecta y continuará afectando a las próximas generaciones.

Nos lleva a imaginar que es imposible amar a monstruos y nos olvidamos que en su cotidianidad, no lo son. Son personas comunes que decidieron ser cómplices de horrores porque, al no reflexionar sobre sus actos, no los consideraron horrores. Lo consideraron un trabajo.

Crédito de la fotografía: Agencia Uno