Ley Karin: Las resistencias disfrazadas de burocracia y el

Ley Karin: Las resistencias disfrazadas de burocracia y el "siempre se ha hecho así"

Por: Natalia Hurtado | 07.08.2024
Siempre habrá resistencias a los cambios culturales por parte de ciertos sectores de las organizaciones, los cambios generan desestabilizaciones y temores pero, por eso, es importante identificar a otras personas que puedan actuar de articuladores para sacar adelante la tarea.

Al intentar trabajar e introducir la perspectiva de género en diversas acciones, proyectos y reglamentos en las instituciones existen claramente conductas deliberadas y algunas otras inconscientes que nos recuerda a la resistencia freudiana. 

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A unos días de la entrada en vigencia de la Ley Karin, ley que viene a intentar desnaturalizar conductas violentas arraigadas en las culturas organizacionales, nos encontramos inmediatamente con situaciones, acciones y gestiones de ciertas personas que nos muestran lo fuertemente instalado que está el patriarcado y los modos de aplastar a otros en dichos espacios. 

Para Sigmund Freud (1937), la resistencia puede ser entendida como un obstáculo al esclarecimiento del síntoma, en donde la misma curación es considerada por el yo como un peligro. En los espacios laborales mandatados por la Ley 21.643, ésta propone un cambio cultural con perspectiva de género cuyo objeto es pensar y abrir nuevas formas de relacionarnos.

En otras palabras, generar espacios libres de violencia como modo de “curación” ante la violencia instalada en las instituciones. Este cambio de perspectiva es y será resistida por ese yo institucional conservador y patriarcal. El cambio es experimentado por partes de la institución como un peligro, por lo tanto, este se resiste.

En este contexto, una primera acción de suma importancia para comenzar a instalar nuevas formas de relacionarnos en las instituciones es el romper las barreras de acceso a la información, a la educación y a los flujos para lidiar con la violencia

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Uno de los instrumentos clave para informar, educar y entregar flujos son los protocolos. Más allá de los problemas que dichos instrumentos traen de por sí (punitivismo y fantasía de estandarización de la subjetividad y los cuerpos que los utilizarán), estos son la primera entrada, mandatada por ley, para que las instituciones tengan que:

  • Visibilizar a todas y todos los trabajadores aquello que históricamente se ha querido esconder, la violencia, el maltrato y los abusos.

  • Otorgar sentido sobre qué significa transgredir los límites de los otros.

  • Establecer flujos claros sobre cómo se actuará ante las situaciones y qué hacer si no se realizan esas acciones.

  • Y comenzar a educar y transmitir qué implica en actos concretos pensar, trabajar y operar desde una perspectiva de género.

Aquellos protocolos deben estar pensados desde su creación, para quienes serán sus lectores, trabajadoras y trabajadores, considerando sus habilidades, experiencias y diferencias. En este sentido, la confección de estos no puede ser una gestión "a la rápida, para salir del cacho" o un mero acto burocrático con el clásico "siempre se ha hecho así".

Esta resistencia, podría aparecer como un mandato meramente burocrático, llegando a perder sentido la acción, es decir, como una forma de hacer como que se hace un cambio institucional tal como plantea Sara Ahmed (2021) más que, efectivamente, generar una acción en la realidad.

El accionar burocrático se preocupa más de la forma que del contenido, y por lo tanto borra la complejidad que implica la creación de documentos que permitan efectivamente sostener y enmarcar el cambio cultural que la implementación de la Ley Karin amerita.

Obviamente un protocolo no podrá ser el responsable de todo el cambio cultural necesario en una institución, pero es un comienzo. Y muchas veces son las bases y el marco para realizar otras acciones futuras.

Siempre habrá resistencias a los cambios culturales por parte de ciertos sectores de las organizaciones, los cambios generan desestabilizaciones y temores pero, por eso, es importante identificar a otras personas que puedan actuar de articuladores para sacar adelante la tarea.

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Esos articuladores de género los podemos encontrar en espacios que ni siquiera imaginamos, pero identificarlos es una primera gestión necesaria para ese tan añorado cambio cultural. Con estos articuladores es que podremos movilizar y generar pequeños cambios que nos permitan construir y convivir a futuro espacios laborales no libres de conflicto, pero sí libres de violencia.


Referencias

Ahmed, S. (2021). ¡Denuncia! El activismo de la queja frente a la violencia institucional. Editorial: Caja Negra, Buenos Aires, Argentina.

Freud, S. (1937). Análisis terminable e interminable. En Tomo XXIII Obras Completas Sigmund Freud. Editorial Amorrotu, Argentina.

Crédito de la fotografía: Alan Levine / https://pxhere.com / Creative Commons