El dilema de la restricción de celulares en las escuelas

El dilema de la restricción de celulares en las escuelas

Por: Rodrigo Rojas | 15.07.2024
Al restringir su uso sin una consulta amplia y participativa entre todos los integrantes de la comunidades educativa, se está retorciendo en convivencia para la ciudadanía y se estaría ejecutando una acción de violencia institucional de tan alto impacto que no sería raro observar fuertes reacciones de vuelta.

Estoy escribiendo desde mi celular. Si no lo tuviera a mano, no podría responder estar preguntas, ni responder correos, ni estar leyendo artículos, ni estar conectado con mi familia, ni buscar información en la web, ni transferir plata. Muchas de mis actividades cotidianas se verían altamente restringidas, lo que seguro me produciría estrés.

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Gracias a mi trayectoria, mis capacidades de autorregulación evitan que me agarre a trompadas con el primero que se me cruce, y mis habilidades de resolución de problemas me permiten buscar alternativas, pero que de la noche a la mañana eliminen mi acceso al celular y su conexión a internet sería una de las mayores crisis que experimentaría en vida.

Lo planteo así porque, hoy en día, el celular es un artefacto que amplia todas nuestras capacidades y oportunidades como seres humanos, soy más eficiente (más rápido/menos costo) y más eficaz (mejores resultados y mayor alcance).

Actualmente el debate respecto al celular en el aula está en cuestionamiento por varias razones, pero quiero centrarme en especialmente en dos: ¿A quién potencia y por tanto, a quién limita? ¿El problema es el uso del celular o quienes lo usan para dañar a otros?

Respecto a la primera, es claro que el celular conectado a internet expande el conocimiento y habilidades de quien lo usa, en el ámbito educativo esto implica que, si los estudiantes lo usan y el profesor no, o viceversa, se genera una tensión.

Profesores menos tecnológicos podrían demandar de sus estudiantes comportamientos similares, así en vez de reforzar la búsqueda efectiva y critica en la web, centrarían su atención en la capacidad de retención de información y evocación de dicha información.

Al revés, si tenemos profesores tecnológicos y estudiantes que no tienen acceso, podría rápidamente pronosticarse que serán estudiantes altamente demandados por habilidades que no están poniendo en práctica. Si yo no tengo celular con internet y el profesor pone un QR para hacer una lección ramificada, no sólo no aprenderé sino además podrá dañarse mi autoimagen.

No es el celular en si el problema, es la interacción pedagógica que tenemos con el. Si hay un aula tradicional, dónde el profesor expone y se espera que yo ponga toda mi atención en lo que está diciendo y sea capaz además de tomar apuntes, elaborar preguntas críticas e inteligentes en mi mente y luego levantar la mano y planteársela al profesor, claro que un celular en este tipo de aula es un problema, me distraerá, pero no porque en si sea distractor, sino porque esta clase no es interesante, es plana y al cerebro le encanta la novedad y se concentra en lo que le motiva.

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Restringir el celular en este escenario sería retroceder un par de décadas en la necesidad de cambiar el modelo educativo y avanzar en las habilidades para el siglo XXI. Creo que la mejor opción sería aumentar el acceso a internet, mejorar la alfabetización digital de docentes y seguir dando pasos firmes en la política educativa y no sólo en los videos de profesores innovadores en tik-tok.

La segunda cuestión, tenía que ver con el uso dañino. El celular no es como un revólver, el único uso que puede darse a es artefacto es disparar y solo es efectivo cuando daña, así como las bombas y los misiles. Todas son inevitablemente armas, no se pueden usar para otra cosa que no sea atacar y por tanto dañar. Sin embargo; el celular es como otros artefactos que pueden usarse como armas, pero que no tienen ese fin en su naturaleza.

Por ejemplo, con una taza puedo dañar a alguien. Así como también puedo hacerlo con un lápiz, los tirantes de una mochila, con unas zapatillas, un cuaderno, un cinturón, etc. No es el celular en sí mismo el problema, sino su uso.

Y si bien es cierto que el control de armas reduce el riesgo de usarlas, como en el caso de la restricción que tenemos en Chile de armas de fuego, restringir el uso del celular bajo este argumento sería como restringir el uso de cinturones cuando uno es padre para evitar el maltrato físico o restringir los abrazos con tal de disminuir el riesgo de acoso sexual.

El tema aquí es lo que han llamado uso responsable del celular. Cuestión que está íntimamente ligada al desarrollo de habilidades socio emocionales y la atención temprana de problemas de salud mental en la escuela. De las habilidades que se necesitan aquí la empatía resulta ser fundamental, pero también la autorregulación que me impide por ejemplo dar like o compartir un post.

Otras habilidades son lo que antes llamábamos con unos niños habilidades TAR: tolerancia, aceptación y respeto. Es que para usar el celular de manera no dañina debo tolerar, aceptar y respetar a personas que no son como yo, pero también debo tener empatía con lo que mis acciones contra ellos pueden provocar (¿y si me pasará a mí o a mí mejor amigo?), entonces detenerme (autorregularme).

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Otro nivel es defender a quién está siendo dañado que, en el caso de las redes sociales, implica incluso no seguir alimentando al algoritmo con un like. Restringir el uso de celulares para evitar el ciberacoso es retroceder un par de décadas en la discusión sobre los nuevos modelos socio emocionales en educación, pero lo peor no es eso, es que al restringir su uso sin una consulta amplia y participativa entre todos los integrantes de la comunidades educativa, se está retorciendo en convivencia para la ciudadanía y se estaría ejecutando una acción de violencia institucional de tan alto impacto que no sería raro observar fuertes reacciones de vuelta.

Autor de la columna: Rodrigo Rojas Andrade. Doctor en psicología. Investigador y consultor en salud mental escolar. Responsable del programa A convivir se aprende de la región Maule.

Crédito foto: Agencia Uno