La compleja cotidianidad del viejismo y el edadismo
En la actualidad sabemos que parte de la población observa a las personas mayores desde una dualidad; en algunos casos, son vistas en menos y no se les da importancia, normalmente con el estigma de persona débil, enferma, solitaria pero en especial amargada.
En el otro extremo, se tiende a creer que son personas extremadamente buenas y que nunca le harían daño a nadie, normalmente se tiende a infantilizar, o pensar, en los mayores como personas tiernas. Ambas ideas opuestas son prejuicios viejistas que afectan de diversas formas a los y las adultas mayores, tanto en su vida personal como en lo colectivo.
Desde 1968 Robert Butler da forma al concepto “viejismo” para señalar a las experiencias de elaboración de estereotipos, prejuicios y discriminaciones sistemáticas contra las personas mayores de 60 años por el hecho ser mayores.
Otro gran prejuicio está enraizado con una imagen negativa de la vejez proyectada en la piel, pelo y músculos. Para nadie es un secreto que nuestra sociedad tiene una tendencia o necesidad por mantener una juventud eterna.
Constantemente se buscan innumerables formas de “revertir” el paso de los años en el cuerpo humano -aunque eso no sea posible porque el envejecimiento es irreversible- buscando así que el ser humano sea “útil” y, probablemente, “deseado” por una mayor cantidad de tiempo, como si la utilidad, capacidad y el deseo estuviesen condicionado a un factor cronológico.
Fajardo-Ortiz y Olivares-Santos (2021) señalan cómo el viejismo se ha vuelto cotidiano. No parece extraño observar rechazos, segregaciones, marginaciones, agresiones y restricciones a las personas mayores, situación que se agudiza cuando una nación vive una contingencia, como ocurrió con las medidas impuestas a la tercera y cuarta edad en la cuarentena por el Covid-19.
También parece habitual que se viralicen personas mayores solicitando ayuda, pidiendo cooperación solidaria porque sus recursos económicos limitados le reducen el acceso a alimentos, medicamentos, atenciones de salud, educación, el ocio, las artes y los deportes. También esto restringe las visitas, las amistades, las actividades laborales e incluso parece consuetudinario que la persona mayor ya no participe de la toma de decisiones de su vida y de la vida sociopolítica que le es inherente.
Lo explicado anteriormente tiene gran relación con los relatos y constructos de la cultura y la sociedad en la cual se encuentra inmersa la persona mayor. La sociedad juega un papel fundamental, no solo en la percepción que se tiene de los adultos y las adultas mayores, si no también en cómo las personas mayores reciben e interiorizan estas construcciones sobre ellos, impactando directamente en su longevidad.
Levy (2002) señaló que las personas mayores que tenían una percepción y actitudes positivas hacia el envejecer vivían 7.5 años más que aquellas personas con actitudes negativas sobre el envejecimiento.
Así también, la Organización Mundial de la Salud (2021) publicó el “Informe global sobre el edadismo" destacando que este incluye estereotipos, prejuicios y discriminación basados en la edad, teniendo graves consecuencias para la salud y el bienestar de las infancias y personas mayores, incluyendo: peor salud mental, reducción de la calidad de vida, mayor aislamiento social y soledad, comportamiento de riesgo, peor salud física y muerte anticipada.
Por lo tanto, no sólo las crisis económicas de un país pueden afectar la vida de las personas mayores, también lo hace el cómo la sociedad y el Estado resguardan, acogen y promueven un buen envejecer.
Las personas mayores continúan aportando una visión y percepción distinta sobre la vida, y entregando innumerables lecciones de resiliencia y conocimiento basado en sus experiencias vitales.
Como profesionales en formación invitamos a eliminar el viejismo y edadismo, desafiando nuestras propias significaciones sobre el envejecimiento, y con ello cuestionar los estereotipos y prejuicios que tenemos arraigados.
También creemos fundamental fomentar la interacción intergeneracional, la cual generaría mayores conexiones entre jóvenes y personas mayores, eliminando así algunas de las barreras que pudiesen existir para, en cambio, fomentar la comprensión entre ambas generaciones; además de promover políticas inclusivas que respalden la participación activa en la sociedad.
No debemos desplazar a las personas mayores. Pero sí es imperativo eliminar la cotidianidad del viejismo y edadismo, puesto que esta normalidad nos extingue.
Autoras de la columna: Hanna Rodriguez y Catalina Correa, estudiantes de Psicología de la Universidad Autónoma de Chile
Crédito de la foto: Agencia Uno