Palestina y Chile. Desde el río hasta el mar
Un asunto historiográfico
Para el historiador judío Ilan Pappé en su libro Los diez mitos de Israel (2019), la construcción de ese Estado está viciada por la manipulación y el engaño de la historia, los argumentos geográficos y políticos sobre los cuales se asentó el estado israelí, primero como idea desde el siglo XIX y luego como realización tras 1948.
Otros autores revisionistas y judíos van en sus críticas más lejos, como Shlomo Sand, quien ve mayormente que todo lo relacionado con lo judío en el ámbito europeo en cuanto a orígenes e ideario es una creación tardía: contemporánea y dialogada con el colonialismo y nacionalismo europeo como ideario y necesidad (La Invención del pueblo judío, 2009; La invención de la Tierra de Israel, 2013).
Creo que lo que nos están explicando estos historiadores, al que añadiría Finkelstein (La Industria del Holocausto, 2000), es mucho más que una observación a la siempre y recurrida manipulación y abuso de la Historia con ciertos fines. Asunto, huelga decirlo, que no es de exclusivo uso del sionismo. Y ello tiene que ver con la capacidad de revisitar esos lugares y hechos que los damos por ciertos e inamovibles, y también con que plantear lo contrario conlleva varios inconvenientes serios para los relatos “más oficialistas”.
Igualmente ese revisionismo puede ser un ejercicio sano, y por cierto necesario en todos los países para pensar lo local/nacional y comenzar a debatir y reescribir los aspectos necesarios y urgentes que tanta luz podrían aportar a los problemas pasados y presentes.
Reivindiquemos así el aporte de las historiadoras e historiadores por lo menos en asuntos que tiene que ver con la historia y la memoria, la investigación y el debate social, para que no terminen dictando la historia los generales, los presidentes y unos cuantos empresarios despiadados de las Comunicaciones en función de una necesidad estatal ficticia, y se termine incitando a jóvenes soldados a matar a sus vecinos por causas que no son reales ni tienen justificación alguna, tal como ocurre con las fuerzas de defensa de Israel.
Mirar el conflicto desde nuestra historia y nuestro continente: un ejercicio necesario
Desde Chile, conscientes y conocedores de nuestra historia, lo que ocurre en Palestina se nos debiese presentar desde lo personal, y también como sociedad, como un ejercicio de empatía y de solidaridad política internacional.
Verlo desde un país como el nuestro que ha tenido varios eventos traumáticos en su historia, los cuales no se han resuelto y sanado, pero que han comenzado a tratarse de una manera adulta y responsable hacia sus víctimas, al menos por parte de algunos actores conscientes: historiadores, investigadores de otras áreas del conocimiento, organizaciones de la sociedad civil, escasos políticos y escasas políticas públicas en tal materia de reparación.
Esto ultimo quiere decir que existe al menos en parte de nuestra sociedad una intención de saber del pasado, exigir justicia y dar a conocer una experiencia.
Y, en segundo lugar, verlo desde lo estatal. Recientemente el mismo presidente Boric calificó como un país de influencia mediana al nuestro en materia internacional. Con mayor o menor peso, se debiese salir de ese grupo temeroso y algo indolente, arrastrados por las potencias de dudosos fines cuando se trata de defender principios básicos elementales con coherencia.
Es necesario sobrepasar el marco de actuaciones de la Corte Penal Internacional (CPI). Siendo consciente de todas las dificultades en el plano de lo internacional, considero que emular las medidas o la actitud del gobierno Petro, en Colombia, primero como un respuesta desde el Sur y con independencia: ruptura de relaciones y adelgazando el intercambio comercial puede ser un primer paso que revele los principios y lecciones que la historia nacional nos ha enseñado y desde dónde se quiere intervenir.
Y segundo, junto a otros gobiernos sobre la guerra ruso-ucraniana, rechazando la construcción de bloques para un eventual conflicto, tal como lo planteó el mismo gobierno colombiano.
De paso, hay que poner de relieve la posición ambigua en la que nos sume Boric al adherirse a ese acuerdo por Ucrania, el cual se aleja mucho de mayores pretenciones multilateralistas, latinoamericanistas y de los países del Sur. ¿No deberíamos soñar con una paz más ambiciosa para los pueblos oprimidos, abandonando lo vasallático, y no asumir la “paz” que ponen sobre la mesa las grandes potencias occidentales?
Podemos comprender nuestra pertenencia a Occidente como parte de nuestra historia, pero no por eso debemos abrazar las tesis en las que se sustenta la defensa hemisférica y no obviar que en ese legado hemos sido perjudicados como países del Sur.
Desencadenar lo inevitable: la solidaridad y el boicot
Por otra parte, no hay que esperar que Israel mate hasta el último de los palestinos para entender que no se puede tener una sana relación con tal Estado. Así, no es descabellado pensar en negarle la sal y el agua a un dictador como Netanyahu: ¡No con nuestros recursos! ¡No con nuestro cobre!, si es que algo nuestro nos queda, claro está.
Con respecto a la solidaridad y todas sus potencialidades, imaginemos un escenario como el que ocurrió en las embajadas en Santiago al comienzo de la dictadura en 1973, cuando la parálisis solo fue rota por la acción decisiva del embajador sueco Harold Edelstam, quien pudo desde el ejemplo desencadenar un movimiento de solidaridad desde lo diplomático con el fin de sacar del país a personas cuyas vidas peligraban.
Así lo reconoció el embajador francés De Menthon, en sus memorias, como un impulso. O las acciones de obreros escoceses, australianos, españoles y sindicalistas por el mundo que, frente a toda presión, fueron ayudando en forjar un boicot y una condena internacional por las violaciones de los DD.HH. durante la dictadura de Pinochet. En resumen, acciones decididas y valientes, pero apoyadas por lo razonable y especialmente lo humano.
Hoy mayormente la sociedad chilena apoya la causa palestina en cuanto reivindicación de paz y soberanía, a la vez que condena las acciones del gobierno Netanyahu. Sobre el estudio de la Universidad del Bío-Bío: Los chilenos y las chilenas frente al conflicto palestino - israelí no cabe otra reflexión que proceder a una medida mayor como la ruptura de las relaciones con el gobierno de Netanyahu. Una relación con un Estado invasor y colonialista, como aquel poco tiene que ver con nuestros intereses y principios expresados, al menos como sociedad chilena.
Algunos argumentan que perderemos ventajas en seguridad y armamento proporcionados por la tecnología israelí. Pero, de qué serviría aquello cuando el mismo Israel y su proceder en Gaza es sinónimo de inestabilidad ahora y en años venideros, comenzando por Oriente Próximo. Será difícil pensar una paz efectiva y duradera haciéndolos más poderosos e impunes. Habrá que decirle a Israel ¡no más!
La ironía de transformarse en lo que un día odiaste
El asunto de fondo es que este conflicto asimétrico no es otra cosa que un genocidio por parte de Israel (hoy en Gaza: 21.000 niños desaparecidos, casi 35.000 muertos…), tan grave como el de los nazis en la II Guerra Mundial y tan grave como fueron los efectos de la colonización europea a lo largo y ancho del mundo moderno tras la expansión europea sobre África, Asía, Oceanía y las Américas. Tan grave, por cierto, como la “Pacificación de la Araucanía – Conquista del Desierto”.
Si para algo sirve la reflexión histórica es, por lo menos, para no repetir conscientemente los errores del pasado y hacer de ese conocimiento un principio, incluso en materia internacional. Todo eso en diálogo con nuestro continente, con nuestras lagunas y olvidos históricos, así como también con nuestras pretenciones. Que nos sirva al menos para saber que desde Chile no deseamos tal dolor para el pueblo palestino, ni para ningún pueblo del mundo.
Autor de la columna: Mario Olguín K., Doctor Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza
Crédito de la foto: Agencia Uno