La utopía tecnocrática de Sebastián Edwards y la

La utopía tecnocrática de Sebastián Edwards y la "tontería” de las humanidades

Por: Roberto Pizarro Contreras | 21.06.2024
Al promover el separatismo de Beauchef con respecto a la Universidad de Chile, emulando a la Facultad de Ingeniería del Imperial College de Londres hace 25 años, Edwards ignora igualmente que el Reino Unido no dejó por esto de hacer filosofía y desarrollar las humanidades.

En el marco de una reciente entrevista concedida a Agenda Económica de CNN Chile, el reconocido economista Sebastián Edwards generó revuelo al abordar temas relacionados con la educación, particularmente en lo que respecta a las ingenierías y las humanidades.

Si bien es loable su intención de fomentar una discusión constructiva sobre el futuro de la formación académica, resulta necesario matizar y contextualizar sus argumentos para defender, una vez más, la relevancia de las humanidades en nuestra sociedad, pero sobre todo su responsabilidad en el desprestigio que la afecta de cara a otras disciplinas y las permanentes tentativas de exterminio.

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Edwards aludió a la incertidumbre que rodea el destino de las humanidades, sugiriendo que a las mismas les fuesen negadas las Becas Chile por al menos una década. Lo cierto es que lo que genera incertidumbre no amerita su necesaria abolición, sino antes bien un control consensuado de sus resultados. La postura simplista del economista ignora la complejidad del panorama educativo y la riqueza que las humanidades aportan a nuestra comprensión del mundo.

Es cierto que algunos académicos de estas áreas pueden haberse desvinculado de las necesidades sociales, enfocándose en temáticas alejadas de la realidad y enteramente estrafalarias -como son el transhumanismo o la sexualidad de los niños, como revelaron hace algún tiempo un par de tesis de la Universidad de Chile-, que nos despegan de las necesidades contingentes, como así, de manera poco perspicaz, indispone a los ciudadanos a la reflexión, a la filosofía y las ciencias humanas.

Esta desconexión podría entenderse como una consecuencia de la interpretación errónea del liberalismo en nuestras sociedades. En lugar de entenderlo como la libertad de perseguir intereses individuales sin compromiso social, es fundamental reconocer la responsabilidad que cada individuo tiene con la comunidad y la necesidad de evaluar la bondad intrínseca de nuestras acciones.

Una visión limitada del liberalismo, como la que se describe, solo busca evitar la transgresión de leyes y normas, sin considerar el impacto positivo que nuestras acciones pueden generar. Se enfoca en la libertad negativa y en no enfurecer al Leviatán del Estado y de los usos y costumbres sociales. Es, en suma, un liberalismo irresponsable.

Hay que añadir, por otro lado, que la filosofía como las humanidades todavía están atravesadas por las secuelas del imperialismo europeo sobre las Américas, siendo incapaces de generar ideas originales. Más bien a lo que se dedican es a extender líneas establecidas por lo que –en lo más íntimo de la conciencia de los académicos –se tiene como la “verdad revelada”: la filosofía de Europa Occidental y los países angloparlantes.

Luego, lo que se hace es intentar calzar estas ideas en las políticas y el discurso público, sin considerar la pertinencia cultural y social de este acto imitativo o esnobista, que pone de relieve el complejo de inferioridad y la crisis de identidad que padecemos aún los ciudadanos de la América Latina. Como dijo una vez en el aula un acreditado académico de la Universidad de Chile, que hace unos años abriera Congreso Futuro: “La historia del mundo, es la historia de Europa”, revelando de este modo su estrechez de mirada; su ignorancia supina sobre el Este, su influencia pasada y la que hoy crece.

Es fundamental que los latinoamericanos asumamos de una vez por todas que nuestra identidad no tiene por qué construirse usando como modelo la cultura europea-occidental o estadounidense, ni tampoco se reduce a estereotipos superficiales como bailar salsa y beber mojitos. Somos herederos de una rica mezcla de tradiciones, producto de la confluencia del legado del antiguo Imperio Romano, transmitido a través de la colonización española, y la cosmovisión de los pueblos originarios de las Américas. Esta doble herencia, a menudo olvidada o subestimada, constituye un pilar fundamental para comprender nuestra identidad y forjar un futuro propio.

Negar o minimizar esta herencia dual es un grave error que nos impide avanzar hacia una identidad sólida y madura. Solo al reconocer y valorar nuestras raíces en su totalidad, podremos superar los problemas que aquejan a muchas naciones latinoamericanas, como la inestabilidad política, la desconexión con nuestras raíces y la falta de confianza en nuestras propias capacidades.

De estos problemas identitarios participa también Edwards, como lo delata, por supuesto, su torpeza.

El economista de la UCLA comete un peligroso error al proponer la eliminación de las Becas Chile para las disciplinas humanísticas (y filosóficas), centrándose exclusivamente en la ingeniería aplicada. En primer lugar, porque esto revela un sesgo profesional, puesto que él mismo es ingeniero comercial.

Adicionalmente, demuestra las consecuencias negativas de denominar “ingeniería” a una profesión que, al final del día, consiste en la pura administración de empresas, careciendo de una sensibilidad hacia las ciencias y la verdad.

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Esto la diferencia de la ingeniería civil industrial, de la que a menudo se habla indistintamente, pero que sí incluye una formación básica en ciencias físicas, químicas y teoría de sistemas, por citar algunas ramas importantes que sugieren al futuro ingeniero la complejidad de lo real y lo arduo que es el proceso de escrutarla y tomar acción.

El lenguaje de Edwards, al calificar de “tontería” los productos emanados de las humanidades, no solo es odioso, sino que también es sintomático de un sesgo ideológico, por el que se llama a una focalización de la actividad nacional en la cuestión económica, con sospechosas restricciones para áreas profesionales que puedan criticar el orden social establecido, y que tiene un paralelo innegable con lo que hace Javier Milei en Argentina.

El supuesto que subyace es que no contamos con una base material o los recursos suficientes para el libre desarrollo de otras disciplinas, y que cualquier despilfarro de ellos podría derivar en una anarquía que nos empobrecerá y socavará la posibilidad de la sociedad chilena, y con ello el progreso posterior de la filosofía y humanidades. O peor aún, el supuesto podría ser que la libertad solo es posible a través de la acción económica de un capitalismo inmune a la crítica.

Al promover el separatismo de Beauchef con respecto a la Universidad de Chile, emulando la estrategia adoptada por la Facultad de Ingeniería del Imperial College de Londres hace 25 años, Edwards ignora igualmente que el Reino Unido no dejó por esto de hacer filosofía y desarrollar las humanidades, y que todo este proceso lo llevó a cabo desde un desarrollo social consolidado en todos los sentidos.

De hecho, grandes filósofos como John Locke, David Hume, Jeremy Bentham, John Stuart Mill, Adam Smith, Thomas Hobbes, y Francis Bacon ya habían emergido de estas tierras, habiendo dado a luz a la doctrina del liberalismo, la economía moderna, el utilitarismo moral, entre otras.

Frente a esta propuesta –que no es novedosa, según el decano de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas –, la Universidad de Chile tiene el deber de incorporar en breve la diversidad en serio, ya que resulta evidente también su sesgo ideológico en el tipo de cursos que ofrece, por ejemplo, en la Facultad de Filosofía y Humanidades.

Cuando cursaba el programa de magíster ahí hace algunos años, había, por ejemplo, una interesante asignatura denominada "Problemas filosóficos del liberalismo y el neoliberalismo". Este curso criticaba dichas corrientes, pero no había ningún otro que las promocionara o que sirviera de contrapeso al primero, dando cuenta debida de lo complejo y filosófico que es el problema de la interdependencia del liberalismo y el capitalismo. Este problema no se resuelve, sino que más bien se radicaliza promoviendo asignaturas con tal denominación.

Por último, para aspirar a tener nuestras propias ideas originales y fundar hitos en la filosofía y las humanidades, es fundamental seguir desarrollando estas disciplinas en nuestro país. Aunque ahora mismo ellas aún no se percatan del colonialismo y el complejo de inferioridad que las sesga y prosterna ante los esquemas y sistemas del llamado “primer mundo”, reprimirlas solo podría hacer que retrocedan al punto de partida.

En lugar de ello, debemos promoverlas y reducir la brecha entre ellas, la ingeniería y las ciencias, permitiendo una retroalimentación orgánica. Este es el mandato del Departamento de Filosofía de la Ciencia y la Tecnología en la Universidad de Ciencia y Tecnología de China, del departamento análogo de la Universidad Politécnica de Shanghai, y otros muchos (está claro que Edwards, dado sus sesgos, nunca tomaría como ejemplo al gigante asiático).

Lo anterior no implica poner la filosofía y las humanidades de rodillas ante la técnica, sino de destinar un mínimo de energía para una alianza sustentable y beneficiosa entre ambos dominios del saber. Enfocarse solo en la élite profesional de los ingenieros no beneficia a nadie a largo plazo.

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Como diría Marco Aurelio en el libro VI de sus Meditaciones -y lo cito, a propósito de que se han puesto de moda los estoicos-, al hacer cuanto hacen por mera convicción vacía, estas personas (los ingenieros), pese a sus privilegios o mejores condiciones sociales, seguirán siendo siervos (de las corporaciones, en este caso), sin saber realmente dónde están parados, por qué hacen lo que hacen y si acaso es correcto que sigan haciéndolo. Así solo se estimula y mantiene vivo el cuerpo, y se satisfacen los instintos primitivos y caprichos, pero no hay un cultivo del alma, que apenas destella luz para iluminar el mundo.

Crédito foto: Agencia Uno