¿Cumbre por la Paz en Ucrania? Una nueva versión del turismo diplomático
El evento denominado Cumbre por la Paz en Ucrania, realizado en Suiza los días 15 y 16 de junio, ha tenido como único efecto banalizar aún más el ejercicio de la diplomacia en la política internacional y alejarla más fuertemente como mecanismo eficaz en la resolución de conflictos.
Toda acción dirigida a lograr detener una contingencia bélica y orientar un camino hacia la paz tiene, por lo menos, las siguientes exigencias de realidad:
Que participen en igualdad de condiciones las partes beligerantes.
Que se tengan en consideración de verosimilitud la realidad del teatro de operaciones militar.
Que se realice en territorio neutral para asegurar las condiciones de participación de todos los invitados, especialmente las partes beligerantes.
Y que se puedan expresar distintas propuestas para el logro del objetivo central, que es la Paz.
Desgraciadamente para la paz, es evidente que ninguna de estas condiciones se cumplieron en el reciente encuentro.
Solo fue invitada una de las partes del conflicto, Ucrania.
La propuesta de paz del gobierno de Ucrania estaba absolutamente alejada de la realidad militar del conflicto, en que claramente es la Federación Rusa quien tiene la iniciativa estratégica y los éxitos enlazados a sus objetivos.
Suiza, a pesar de su larga tradición de neutralidad, en esta ocasión la ha roto ya que ha sido parte de los países que han prestado colaboración directa o intermediaria en material militar hacia Ucrania.
No se ha dejado que se planteen otras opciones de proyecto por la paz, como las que han sido publicitadas por China-Brasil o las que presentaron países árabes o la misma que fue truncada por Gran Bretaña, en el proceso de negociaciones que acogió el gobierno turco en abril de 2022.
Por lo tanto, el resultado de esta Cumbre no solo era previsible, sino que absolutamente irrelevante. De los 160 países invitados, asistieron 91 (y sólo 60 con representación de sus respectivos Jefes de Estado) y finalmente la declaración la firmaron 80 invitados, entre los cuales hay organizaciones internacionales.
Pero lo más llamativo es justamente quienes no asistieron y quienes no la firmaron, lo que dice bastante del proceso en desarrollo, relativo a la constitución de un nuevo sistema internacional, que cuestiona el rol de la hegemonía unilateral estadounidense y tensiona al colonialismo político cultural de Europa.
El mejor ejemplo es que los países que se han ido identificando con el concepto de Sur Global (que no corresponde a una ubicación geográfica, sino justamente a una cierta identidad crítica de la actual globalización neoliberal y el mundo unipolar), han sido los grandes ausentes de este evento.
China, la segunda mayor potencia mundial, no asistió; al igual que Irán, la mayor potencia regional en medio oriente, ni Indonesia, el país con la mayor cantidad de ciudadanos musulmanes. Asistieron pero no tuvieron representación de sus jefes de estado India (la mayor democracia del mundo), Brasil y México (las potencias latinoamericanas) y Sudáfrica (la mayor potencia africana).
Ninguno de los miembros del BRICS, antiguos y nuevos, firmó la declaración. Tampoco lo hicieron el Papa Francisco, ni el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres.
De América Latina firmaron 8 países; de África 9; de Asia 8; de Medio Oriente 4.
Pero la mayor inconsecuencia, si de paz se quería hablar, dice relación con la invitación a Israel, quien además firmó el documento final, mientras una comisión de Naciones Unidas recientemente la responsabilizó de crímenes de lesa humanidad de exterminio y su Jefe de Estado no pudo asistir porque está requerido por la Corte Penal Internacional.
En el documento final no se recoge iniciativa alguna que encamine a una solución política del conflicto y los tres acuerdos a los que se llegó por consenso son realmente solicitudes de buena voluntad (la seguridad nuclear, el tránsito marítimo por el Mar Negro y la liberación de prisioneros de guerra) que no apuntan a lo central que está en disputa. Pero además, los tres dependen de los oficios de la Federación Rusa, sobre la cual no existen mecanismos reales de presión para que pudieran viabilizarse.
Pero por otra parte, sobre estos temas ya operan acuerdos específicos. Sobre la central nuclear de Zaporozhye existe una delegación permanente de la OIEA y cada cierto tiempo hay una visita en terreno del Jefe de la organización (de hecho el Director General Rafael Grossi, anunció que no participaría del evento porque afirma “no mezclar consideraciones políticas con nuestro trabajo técnico”).
Sobre el tránsito por el Mar Negro, hay un protocolo de navegación para carga de alimentos, y sobre el intercambio de prisioneros, éstos se realizan periódicamente bajo la fórmula “una misma cantidad para ambas partes” (según Rusia, hay 1.348 rusos en manos de Ucrania, y 6.465 ucranianos en manos rusas), con la intermediación de terceros países y de la Cruz Roja (de hecho, el último intercambio se realizó a fines de mayo a través de gestiones de Emiratos Árabes Unidos).
Al final de cuentas, una vez más, el ambiente y los discursos políticos estuvieron marcados por las declaraciones del presidente Putin un día antes del evento. Como lo manifestó el cientista político ucraniano Konstantin Bondarenko, “resulta que Putin fue el primero en hablar en el foro suizo”. Insistió en los puntos que ha exigido desde el inicio del conflicto, como la no entrada de Ucrania en la OTAN, la desmilitarización y desnazificación de las instituciones, a lo cual se suma producto de la realidad militar, el abandono de las fuerzas militares ucranianas de las cuatro regiones que en septiembre pasado votaron por incorporarse a la Federación Rusa: Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaporozhye.
Extrañamente, en estos mismos días, el diario estadounidense The New York Times, dio a conocer el documento íntegro de acuerdos a los que se había llegado en abril del año 2022 en las reuniones de Minsk y Estambul, en los que Ucrania aceptaba su renuncia a la OTAN, la ocupación rusa de parte de sus territorios y otros aspectos relevantes que garantizaban la neutralidad y seguridad de Ucrania. En el mismo reportaje se reconoce, a través de opiniones de políticos y periodistas, que fue la presión de “occidente” la que obligó a Zelenski a interrumpir las negociaciones.
Finalmente, en este ejercicio versallesco que tanto agrada a las élites, que están tan alejadas del sufrimiento, desplazamiento y muerte de las personas comunes y corrientes, pasará casi lo mismo de siempre. Y solo sería objeto de mera curiosidad, si no fuera porque lamentablemente se tiñe de la sangre de un pueblo.
Ya lo habían advertido con mucha claridad dos de los principales líderes de nuestra región. El presidente brasileño Lula, en una entrevista televisiva del 17 de mayo dijo que “los organizadores de la cumbre que no invitan a representantes rusos a los debates, no quieren realmente la paz”.
Por su parte, el presidente colombiano Petro afirmó que “he decidido suspender mi visita y la invitación a la conferencia en Suiza, porque América Latina no quiere más guerra, lo que quiere es la construcción de la paz lo más pronto posible”, porque dicho evento es un “alinderamiento al lado de la guerra”.
Ucrania y el mundo otanista deberían tomarse más en serio las palabras de Putin de hace unos días, en cuanto a que su propuesta de resolución del conflicto se podría implementar de forma inmediata, y en caso de que sigan prolongando la guerra, la próxima proposición para la paz será aún más radical.
Pero queda el consuelo irónico que en esta cumbre se hizo una “gran constatación” (¡!), como lo refleja la declaración final y discursos de varios de los principales líderes europeos (los que en esa misma semana anunciaron más apoyo militar y económico a Ucrania que permita “triunfos militares” para tener una mejor posición de negociación), que para lograr la paz en Ucrania es necesario que todas las partes involucradas participen en el proceso de paz.
Autor de la columna: Carlos Gutiérrez Palacios, Licenciado en Historia, Doctor en Estudios Latinoamericanos, Magister en Ciencias Militares de la Academia de Guerra del Ejército y Diplomado en Inteligencia Estratégica de la ANEPE.
Crédito foto: Presidencia