Avanzando la desertificación: Cómo nuestra desconexión alimenta la sequía
La desertificación no es solo un término científico; es una realidad que enfrentamos diariamente y que exige nuestra atención urgente. Los suelos degradados no retienen agua, tienen poca biodiversidad, baja capacidad fotosintética y liberan carbono en vez de almacenarlo.
Este problema se debe principalmente a una agricultura enfocada en la productividad y rentabilidad a corto plazo, pero también afecta a la agricultura de subsistencia que ha perdido prácticas tradicionales como la rotación de cultivos y los períodos de descanso de la tierra. Además, otros usos del suelo para infraestructura, minería, industria y vivienda agravan la situación.
La desconexión entre las actividades económicas y los ecosistemas ha creado problemas mayores. Muchos países en desarrollo, cuya economía depende de la agricultura, están entre los más afectados debido a malas prácticas agrícolas e incendios.
En Chile, mientras las áreas de cultivos bajo riego se expanden, la sequía y el colapso del bosque nativo y la pequeña agricultura avanzan. Las plantaciones de exportación, bien irrigadas, drenan los acuíferos y la erosión de los ecosistemas altera el ciclo del agua, reduciendo la humedad y las lluvias, lo que lleva a la desaparición de humedales y ríos.
Las instituciones estatales, en vez de tomar medidas sustanciales e inmediatas, presentan déficit legislativos y normativos, a la vez que la implementación de acuerdos internacionales y políticas nacionales se retrasa, y a pesar de numerosos discursos y convenciones, no hay prioridad para un uso cuidadoso de la tierra y sus ecosistemas.
Es esencial reflexionar sobre la degradación de los suelos y nuestro rol en este problema.
Todos dependemos de suelos fértiles para alimentarnos, pero pocas personas saben que un centímetro de suelo tarda cientos o hasta mil años en formarse, convirtiéndolo en un recurso limitado y no renovable que debemos valorar y proteger para las generaciones futuras. Nuestra sociedad, cada vez más urbana y tecnológica, se ha desconectado de los ciclos naturales que sustentan la biodiversidad y la salud de ríos, bosques y suelos.
Debemos detener la destrucción de ríos y glaciares, las últimas reservas de agua, para evitar una crisis inminente. Necesitamos una nueva gobernanza del agua basada en un manejo integral de las cuencas para proteger sus suelos y ecosistemas.
Como seres humanos, necesitamos un cambio de perspectiva: no debemos ver la naturaleza como un recurso a explotar, sino como parte de nosotros mismos. La naturaleza es nuestra madre, un ser vivo con derechos que debemos cuidar y proteger.
Comprender nuestra conexión con la naturaleza nos permitirá vivir en simbiosis con ella. El ser humano destaca por su capacidad adaptativa; usemos esta fortaleza para tomar medidas urgentes y cambiar nuestras políticas y comportamientos. Necesitamos acuerdos sociales amplios, con visiones diversas y capacidad de diálogo para lograr consensos hacia un futuro común.
No es demasiado tarde para trabajar en soluciones colaborativas que frenen y reviertan el deterioro ecosistémico. Este día es un recordatorio para superar la sequía mental y espiritual y reconectarnos con la madre tierra, protegiendo y restaurando nuestro legado y futuro común.
Autores de la columna:
Christine Schnichels, socióloga y directora ejecutiva de ONG Vertientes del Sur
Bernardo Reyes, ecólogo y co-director del proyecto de investigación “Cerrando la brecha de acceso al agua: Red por el Agua”.