La crisis de la social democracia europea

La crisis de la social democracia europea

Por: El Desconcierto | 16.06.2024
Las recientes elecciones parlamentarias europeas muestran un preocupante crecimiento de la extrema derecha, pero también ha dejado al desnudo la profunda crisis que vive la socialdemocracia.

Las recientes elecciones parlamentarias europeas muestran la consolidación de la derecha, un crecimiento preocupante de la extrema derecha y una aguda crisis de la social democracia.

Sólo en los países nórdicos se ha visto parcialmente neutralizada esa tendencia, probablemente porque allí existe una conciencia más arraigada sobre los beneficios del Estado de Bienestar, basado en amplias redes de seguridad social, institucionalización de servicios públicos de alta calidad y una ética social igualitaria y ambientalista (que incluye sólidas tradiciones feministas).

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No obstante, los nórdicos tampoco han sido enteramente inmunes ante el fenómeno que aqueja a Europa. Alianzas locales de partidos conservadores con la extrema derecha han llegado recientemente a ocupar posiciones de gobierno y están actualmente intentando el desmantelamiento del modelo.

En su retórica, la inmigración y los correspondientes costos de la seguridad social, combinados con el tema de inseguridad regional, justifican drásticas políticas de austeridad que socavan crecientemente las conquistas históricas de los trabajadores nórdicos.

Ahora, en el resto de Europa hay menos contrapesos. La líder de la Agrupación Nacional, Marine Le Pen arrasa en Francia, lo que ha obligado al actual presidente Macron a adelantar las elecciones en el país; los socialcristianos de la CDU obtienen la primera mayoría en Alemania y en segundo lugar los acompañan los ultras del AfD, que se instalan por sobre los socialdemócratas y los verdes (ambos en el debilitado gobierno); en Austria el ultraderechista Partido de la Libertad (FPO) alcanzó un 25,5% (8,3 puntos porcentuales más que cinco años atrás) y se sitúa por sobre el resto de los partidos del país; y, la primera ministra, Giorgia Meloni vence en Italia, aumentando las propias cifras que obtuvo en las elecciones generales del 2022.

Todos estos partidos explotan en mayor o menor grado el discurso de la xenofobia, el ultranacionalismo, el cuestionamiento al feminismo y a la diversidad sexual y, para incrementar su perfil electoral, atacan a las “elites corruptas” y despliegan un discurso de populismo social. Y, sobre todo, al igual que Trump en los Estados Unidos, cuestionan el globalismo al que identifican sobre todo con la Unión Europea.

Hay que recordar que, históricamente, la socialdemocracia en Europa era sinónimo de Estado del Bienestar. Y sus políticas se fundaban en la universalización de los derechos sociales y laborales, financiados con políticas fiscales progresivas, con aumento de la capacidad adquisitiva de la población, mediante un incremento de las rentas del trabajo y negociaciones sectoriales tripartitas (estado-empresarios-trabajadores). Esto se ha venido reduciendo paulatina, pero inexorablemente.

La clase política tradicional europea, incluyendo a los socialdemócratas, ha resultado incapaz de restablecer los niveles de bienestar previos a los años setenta, provocando una evidente desafección por parte de la ciudadanía que incluso, para algunos, llega a poner en duda si la democracia es el sistema que solucionará los problemas principales de la ciudadanía.

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En consecuencia, la responsabilidad de la socialdemocracia en el actual crecimiento de la extrema derecha es incuestionable. Su deriva hacia el neoliberalismo, con el abandono de las metas del Estado de Bienestar, ha permitido (por acción u omisión), agresivas políticas de austeridad, potenciando el desempleo y exacerbando desigualdades.

Ello, al mismo tiempo, ha facilitado el discurso xenófobo, ya que los beneficios sociales de “los nacionales” se consideran amenazados por los inmigrantes. Pero, además, la socialdemocracia ha perdido influencia no sólo en el ámbito económico, sino también en el terreno político e ideológico, y la hegemonía cultural, que consiguió durante gran parte del siglo XX ya no es la misma.

En primer lugar, su repliegue es consecuencia del escaso crecimiento de la economía europea, a lo que se agrega la creciente desigualdad de ingresos, con un ostensible predominio del capital financiero, debilitando la industria y el empleo. Los trabajadores son afectados directamente en su calidad de vida y se hacen más vulnerables a propuestas populistas individualistas que a vagas promesas de carácter social generalmente carentes de plausibilidad.

En segundo lugar, también son relevantes los asuntos globales de índole sociocultural, que dicen relación, por ejemplo, con el considerable incremento de los procesos migratorios de las últimas décadas, en particular los provenientes de países islámicos.

La relativa incapacidad para idear, acordar e implementar políticas regionales efectivas ante el fenómeno ha permitido a la extrema derecha acusar, con éxito, al liberalismo y al comportamiento permisivo de las izquierdas sobre los impactos negativos de los migrantes, sin que la socialdemocracia haya logrado contrarrestar argumentalmente ese discurso.

En tercer lugar, la misma integración europea es cuestionada por la extrema derecha porque pone límites al actuar individual de los países. Así, se ven afectadas también las posibilidades de actuar significativa y colectivamente frente a fenómenos tradicionalmente relevantes para la socialdemocracia internacional, como por ejemplo el cambio climático, y la igualdad de género.

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En suma, las recientes elecciones parlamentarias europeas muestran un preocupante crecimiento de la extrema derecha, pero también ha dejado al desnudo la profunda crisis que vive la socialdemocracia.