La ideología neoliberal, los derechos sociales y la negación de la utopía
*Esta columna es la continuación de una entrega previa. Puede ver la primera parte acá:
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Como consecuencia de los profundos cambios que se han generado en la estructura económica, la sociedad chilena ha experimentado importantes cambios en su configuración social estas últimas décadas.
Cambios en la estructura social
Nuestra sociedad ha producido un tipo de trabajador altamente especializado en rubros como la minería, la banca y los servicios, pero al mismo tiempo, y debido a la naturaleza del modelo económico vigente, ha producido también grandes segmentos de población que se hacen el día en la economía informal y sin la correspondiente seguridad social. Las cifras más conservadoras señalan que en este categoría se encontraría alrededor del 27% de la fuerza laboral (ver aquí).
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Por otra parte, estas últimas dos décadas venimos presenciando una significativa irrupción de la robótica y la automatización de los servicios y procesos productivos, acelerados por la pandemia y consolidados tras ésta, generando reemplazo de trabajadores por máquinas a escala creciente. Bajo el esquema socio-económico imperante en el país, la misma sociedad en su articulación discriminatoria y clasista, profundiza, reproduce y eterniza sus formas excluyentes y las traslapa a otras formas de organización social y productiva, por lo que el avance tecnológico, librado al mercado y sin ninguna consideración de su impacto en las variables sociales, significa más bien amenazas que logros para las y los trabajadores.
Nuevas causas
A la luz de estos cambios, si bien resulta complejo determinar al sujeto de cambio, sí es posible distinguir ciertas expresiones sociales surgidas estos últimos años. Así, han ganado en visibilización otras causas sociales tales como la de los movimientos feministas, los movimientos ecologistas, las diversidades sexuales y también han surgido en estos últimos años temáticas enteramente nuevas para la sociedad chilena, como el caso del fenómeno de la inmigración (que ya no se ve solo a nivel de élites como antaño si no que en todos los pliegues sociales), u otros temas que son todo lo contrario, de largo arrastre, como el de las demandas de los pueblos originarios.
Aun así, con todos los cambios ocurridos en la estructura de las clases trabajadoras chilenas, la visibilización y aparición de otras demandas y grupos sociales que las movilizan, no significa que haya desaparecido la contradicción clásica entre capital y trabajo. Antes bien, se ha extendido a todo el trabajo asalariado, convertido bajo el modelo neoliberal hegemónico en una mercancía como cualquier otra.
Llegados a este punto, la interrogante que surge es ¿qué se entiende hoy por sujeto de cambio en el contexto de una sociedad extraordinariamente más diversa, e infinitamente más plural, con respecto al Chile de los últimos 50 años?
¿Sujeto o sujetos de cambio?
Independientemente del juicio de valor que se tenga respecto a la pasada fracasada Convención Constitucional de 2021, allí quedó reflejado el surgimiento de nuevos movimientos sociales, distintos a aquellos que en el pasado surgían en sintonía con el movimiento obrero y popular y que se expresaron, en un contexto país diferente a este, con distintos niveles de profundidad.
En la Convención, que ciertos sectores querrían hacerla desaparecer incluso desde el análisis, convergieron una gran variedad de expresiones sociales consolidadas en torno a demandas específicas y puntuales, no por ello insignificantes, surgidas estos últimos años al margen de la política institucional, que es la segunda característica del periodo que vivimos, dando expresión a un proceso de desafección ciudadana hacia la política y que viene, en mi opinión, de mucho antes.
Antecedentes previos
¿Cuándo comenzó esta desafección? Si bien existen elementos históricos e ideológicos que la explican, siendo uno de ellos la política de exterminio de la dictadura cívico-militar hacia militantes de izquierda y la campaña antipolitica y antipública sistemática de la derecha dura durante toda la década de los 90s, que en todo caso nunca ha cesado, la desafección ciudadana hacia la política, tras la dictadura, la situamos tempranamente en la elección parlamentaria de 1997.
Es en ese proceso electoral (en el que los votos blancos y los nulos sumaron casi un 18%) donde se expresa el primer gran síntoma de disconformidad con el estado de cosas, en un país cuyo crecimiento económico era del 7%, pero seguía consolidándose como uno de los más desiguales del mundo, pese a algunos avances conseguidos por los gobiernos democráticos.
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En este periodo se consolidan, en el plano político, las posiciones más conservadoras al interior de la exconcertación, alimentada por la crisis asiática que estalla en julio de ese mismo año 1997. La desconfianza, por otra parte, que con el pasar de los años se convierte en descrédito del sistema político, es lo que precisamente recoge el año 1998 el Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 1998: Las paradojas de la modernización, realizado por el PNUD.
El resto es historia conocida: 2006 - Revolución Pingüina; 2011 - movilizaciones estudiantiles y universitarias, colusiones empresariales, corrupción y descrédito de la política hasta desembocar en la revuelta social de 2019.
A 18 años de la primera gran movilización social de los pingüinos, y a solo 5 años de la revuelta social, se han replegado los movimientos sociales de la escena pública; la corrupción parece ser un fenómeno sin control y se ahonda el descrédito de la política, perfilando un escenario de irritación social subterránea, porque las causas que la originaron siguen vivas.
Yerros de la Convención y aprendizajes
Situado el escenario social y político aun abierto, reconocer en la Convención el espacio en el que convergieron nuevos actores sociales, lejos está de validar varias conductas reñidas con el más mínimo estándar de comportamiento, posiciones políticas rígidas y altas dosis de moralismo que se vivieron durante el periodo en que existió.
Jorge Baradit, exconvencional, ofrece un vívido relato al respecto: “Los cuchillos independientes resultaron más largos y su capacidad de desconocer acuerdos dejó desconcertados a los propios militantes de partidos” (Jorge Baradit, La Constituyente).
A la postre, esas prácticas contribuyeron a debilitar el resultado de un proceso inédito en Chile, frustrado y abortado tanto por la derecha, que orquestó una feroz campaña en contra; como por el reduccionismo a sus propias causas de los movimientos representados en la convención, y también debido a que el sector político más experimentado representado en su interior (PS-PC-FA) -y también fuera de ella-, no consiguió articular lo especifico y puntual con lo universal o macro, que es lo esperable de la política organizada, en este caso de izquierda. Rescatable de la experiencia, de enorme significado político futuro, es la formulación del Estado social democrático de derecho.
El dato duro, no obstante los yerros, es la constatación material de la presencia de otros actores en la realidad social, con lógicas propias, que no son compactas porque forman parte de lo diverso y plural de la sociedad, y son tan porosas como esta. Y tampoco son “puras”.
Pero esto no es algo enteramente nuevo, porque en otras épocas de nuestra historia se han presentado problemas similares, como por ejemplo la relación entre el movimiento obrero, el campesinado, los movimientos de pobladores y estudiantiles, que desde el punto de vista político convergieron en el proyecto de Gobierno de la UP, liderado por el Presidente Salvador Allende.
No se trata de buscar replicas o torpes copias del pasado de los cambios que han transformado a Chile, se trata de intentar evitar errores que cometió la izquierda en su relación con los movimientos sociales de antaño, a los que básicamente consideraba apéndices de los partidos.
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Se necesita entonces una síntesis: Ello, porque en la constitución histórica del Estado-nación y el largo camino por conseguir avances sociales, se han generado particularidades o diferencias en grupos específicos de la sociedad, para los cuales, si bien las soluciones universales pueden significar un avance (por ejemplo, en salud, educación, pensiones dignas), siguen evidenciando diferencias “de orden étnico, religioso y otras formas de particularismo cultural”(María Herrera Lima, Pluralidad cultural-diversidad política, Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía), agregamos de género, además de los nuevos movimientos feministas y ecologistas que buscan un espacio para avanzar en sus demandas.
Representar políticamente lo diverso y plural y anudarlo a un proyecto político-país, en el marco actual, plantea un doble esfuerzo ideológico y político, que dé cuenta de la realidad concreta en la que se desarrolla el conflicto político más general y la necesidad que este plantea en orden a tejer acuerdos políticos unitarios y amplios capaces de producir cambios en un sentido democrático, que el neoliberalismo a la chilena no está dispuesto a pactar.
Esta ideología se ha vuelto un freno para avanzar en la solución de los urgentes problemas sociales que se siguen acumulando. Es, a su vez, un impedimento para diversificar la matriz productiva del país; prepararlo de cara a los desafíos inminentes que ya plantea la crisis climática, la necesidad de avanzar en políticas de seguridad alimentaria y en nuevas formas de generar riqueza en sintonía con el medio ambiente y las comunidades locales. La ideología neoliberal, en síntesis, no solo niega derechos sociales, sino que también el derecho a tener utopías.