Las derechas post Piñera
En 1970, José Luis Romero deslizó la concepción de las ‘nuevas derechas’, incorporando a éstas aspectos ideológicos y pragmáticos desde las lógicas de los grupos sociales (El Pensamiento político de la derecha latinoamericana). Aparentemente, ya atrás quedó la idea de que la derecha está asociada a dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas o gobiernos que han sostenido el terrorismo de Estado a través de las doctrinas nacionales de seguridad y que, a su vez, desprecian las democracias liberales representativas (Verónica Giordano, “¿Qué hay de nuevo en las <<nuevas derechas>>?”, Tema Central, 2014).
Tal como señala Norberto Bobbio (1995), no es posible entender a la diestra sin la relación dialéctica con las izquierdas, pues sus contenidos presentan variabilidad a través del tiempo y en función a las temáticas que constituyen las agendas de la posición contraria. La pregunta que subyace aquí es cómo se configuran estas nuevas derechas después de la irrupción de una variable interviniente en la cartografía política del país (la muerte del exPresidente Sebastián Piñera), y a partir del segundo período del gobierno de Gabriel Boric.
En la columna “Derecha Postmoderna” (El Mercurio de Antofagasta, 16/08/2020), me había referido a la existencia de aquella coalición dispersa, que no actúa como bloque, que no muestra lealtades políticas o ideológicas incluso dentro de los mismos partidos y, por ende, no tiene la obligación de votar por su variopinto sector político.
Sin embargo, el texto Anatomía de la Derecha: mercado, estado y valores en tiempos de cambio (UNAB, 2020) se refiere a tres derechas: (1) una ‘subsidiaria’ o ‘chicago gremialista’, cuya visión de Estado se implementó durante el régimen militar, no tan amiga del gasto social y con tendencia hegemónica; (2) una derecha ‘solidaria’ (‘derecha social’ la llamó Manuel José Ossandón), cuya raíz se encuentra en el socialismo cristiano del partido conservador de fines del siglo XIX; y finalmente están (3) los/as ‘ultraliberales’ o ‘libertarios’, a quienes no les agrada el Keynesianismo o la injerencia del Estado en la economía.
La conformación del termómetro político internacional da cuenta de la vuelta a los radicalismos, la fuerte presencia de gobiernos autocráticos (8% de la población mundial vive en una democracia plena, The Economist, 2023), y la erosión o caída de las democracias liberales más acorde a las visiones de ultraderecha. Sin embargo, Pablo Stefanoni plantea que las nuevas derechas compiten con las agendas progresistas de izquierda (Le Monde Diplomatique, 2014), camuflándose en discursos más moderados, inclusive en un liberalismo valórico que al menos hace sospechar.
Por su parte, Franz J. Hinkelammert precisa que en realidad las nuevas derechas abrazan la idea de una ‘democracia instrumental’, que tarde o temprano busca un neoliberalismo a ultranza, el control de los medios de comunicación y la cuestión utópica de una ‘democracia dialogante’ a través de grandes acuerdos o consensos (“Democracia y nueva derecha en América Latina”, Nueva Sociedad, 1988).
A partir de esta caracterización de las diestras y con el ungimiento post mortem de Evelyn Matthei como candidata presidencial, y la derecha en Chile ha empezado a jugar ajedrez (no dama), en el sentido de generar maniobras de poder a largo plazo, una ambición permanente de Sebastián Piñera.
A la usanza de la escuela inglesa de relaciones internacionales (Martin Wight, Hedley Bull, entre otros), la derecha ve actualmente la política como una mesa de billar donde cada elección por pequeña que sea, debería redituar a la ‘bolita mayor presidenciable’. Asimismo, se retoma la idea de que las gobernanzas sólo son posibles a través del modelo político-partidista, es decir, una estocada final a los liderazgos independientes con cupos partidistas. Las derechas apestan a un ‘tufillo retrógrado’, pero desgraciadamente están los vientos a favor de estrategias ‘mano dura’ en un complejo segundo tiempo de la administración frente amplista.