Mujeres Rurales en Chile: Las trabajadoras y sus condiciones, lejos de ser conmemoradas
El paisaje rural de Chile, salpicado por las lluvias de junio y agosto, hoy presenta hermosas praderas verdes que son un alivio para los productores locales, tras un periodo de más de 14 años de escasez hídrica en la región de O’Higgins. Sin embargo, detrás de estas postales, se oculta un problema persistente y profundamente arraigado que afecta a las mujeres trabajadoras en una de las principales fuentes de empleo: la agroindustria.
Ellas se enfrentan a bajos salarios y precarias condiciones laborales, en un entorno donde a menudo carecen de especialización laboral y pocas posibilidades de obtener otro tipo de empleo. A pesar de los avances en el desarrollo económico y en los derechos laborales en Chile, estas trabajadoras rurales siguen luchando por encontrar justicia y dignidad en sus trabajos.
A través del análisis de una serie de testimonios, en una investigación en curso, he evidenciado que estos desafíos siguen siendo similares a los que se identificaron hace décadas, por la actual premio nacional de geografía, la Doctora Ximena Valdés. Porque si bien hay avances en materia legal para proteger a las y los trabajadores agrícolas temporales, los contratistas emergen como los principales responsables de la ausencia de normativas o de bajos salarios.
Las relaciones de subcontratación generalmente omiten el pago de imposiciones, bajo la figura de declaración de imposiciones o imposiciones por media jornada, o el pago de seguro de cesantía. Esto perjudica especialmente a las mujeres que trabajan jornada completa. En el caso de las mujeres embarazadas, no hay derecho a pre y postnatal, fuero maternal, ni horas de lactancia, lo que las deja en completa desprotección frente a cualquier problema físico, provocado por el mismo esfuerzo diario en el campo abierto.
Más aún, estas trabajadoras enfrentan desafíos adicionales en el hogar, donde a menudo tienen la responsabilidad de llevar a cabo todas las tareas domésticas que no se hicieron mientras ellas estaban trabajando. Esto implica ajustar sus horarios, levantarse más temprano y lidiar con una cultura en donde los maridos o convivientes hacen poco para ayudar con las tareas del hogar. Tal como lo describe una de las mujeres trabajadoras de Marchigüe en una de las entrevistas: "Los hombres son muy flojos. El hombre llega a casa, se lava las manos y se sienta. Nosotras tenemos que preparar todo, las colaciones de los niños, el almuerzo familiar, hacer las camas y limpiar".
A pesar de estas adversidades, estas mujeres han encontrado la manera de brindar educación a sus hijos e hijas, a partir de la persistencia, pero también de la autoexplotación. Algunas han tenido que reinventarse, como el conmovedor caso de Marcela, quien, tras la partida de su esposo, se aventuró en la agricultura de hortalizas en el patio de su casa. Esto no sólo le proporcionó un medio de subsistencia, sino también un sentimiento de independencia y orgullo.
La precariedad laboral, la desigualdad de género y las dificultades para establecer arreglos en el hogar sobre la distribución de trabajo doméstico son obstáculos significativos en la vida cotidiana de mujeres rurales. En este contexto, hay una alternativa que se presenta en medio de estas adversidades: el autoempleo.
Las mujeres autoempleadas, que se dedican a la agricultura a pequeña escala, señalan una experiencia radicalmente diferente, sobre todo para quienes logran inscribir sus negocios y enlazar a redes de cooperación con otras productoras locales. A pesar de la merma en la remuneración (comúnmente estas mujeres reciben un tercio de lo que pueden recibir como asalariadas), estas mujeres han demostrado que la asociatividad le da un sentido diferente al momento de abordar las responsabilidades laborales.
Lo anterior, permite reforzar las demandas elaboradas por la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI). En encuentros recientes preparatorios de su congreso nacional, ANAMURI ha planteado la urgente necesidad de fortalecer la organización sindical de las asalariadas e incluso de las autoempleadas. Esto será uno de los caminos que permita mermar las precarias condiciones laborales de las mujeres asalariadas y, en el caso de las autoempleadas, que les permita asociarse con otras mujeres para empujar esfuerzos institucionales que promuevan la agricultura campesina.
Los hitos de conmemoración de las mujeres rurales y el esfuerzo de organizaciones como ANAMURI dan cuenta de la extenuante y persistente reivindicación de las mujeres por vivir dignamente en los sectores rurales.